El primer problema doctrinal que confrontó la primitiva Iglesia cristiana fue el de sus relaciones con el judaísmo. La lenta solución de este problema se ve ya en el libro de Hechos de los Apóstoles, así como en las epístolas paulinas. Hubo, sin embargo, personas que nunca aceptaron la solución que Pablo ofrecía y que a la larga siguió toda la Iglesia. Éstos son los llamados cristianos judaizantes.
Es difícil exponer las doctrinas de estos grupos, así como también distinguir entre ellos. Esta dificultad, que se debe en parte a la escasez del material que poseemos, la encontraron ya los antiguos escritores cristianos, y así vemos que existe en sus escritos cierta confusión referente a los distintos grupos de cristianos judaizantes y sus doctrinas. Es probable que esto se deba a que estos cristianos no se organizaron al principio en grupos claramente definidos, y que por tanto se hacía difícil distinguir entre ellos.
En todo caso, y sin forzar demasiado el material que ha llegado hasta nosotros, parece posible dividir estos cristianos judaizantes en tres grupos principales.
En primer lugar, Justino nos habla de ciertos cristianos que seguían la ley judía pero no pretendían que los demás la siguieran.1 Éstos pueden ser llamados judaizantes moderados y al parecer nunca presentaron problema alguno para la Iglesia, que tampoco condenó su posición.
Pero existía también otro grupo de cristianos judaizantes —más bien de judíos cristianizados— que afirmaba que para ser cristiano era necesario cumplir la ley del Antiguo Testamento, que Pablo era un apóstata de la verdadera fe, y que Cristo no había sido hijo de Dios desde el principio, sino que había sido adoptado como tal debido a su carácter. Ésta es la secta de los llamados «ebionitas», que parece haber perdurado por algunos siglos.2
Las fuentes de nuestro conocimiento del ebionismo son, además del testimonio de los antiguos escritores antiheréticos,3 la traducción que del Antiguo Testamento hiciera el ebionita Simaco y ciertas porciones de la literatura Pseudo-Clementina. Entre las fuentes que han dado origen a esta última, los eruditos creen poder distinguir la que llaman «La predicación de Pedro», cuyo pensamiento concuerda con lo que los antiguos escritores antiheréticos nos dicen acerca del ebionismo. De aquí se sigue que «La predicación de Pedro» es de origen ebionita, y que por ello nos ofrece un testimonio directo de la doctrina ebionita.4
A partir de estas fuentes, es posible reconstruir —al menos parcialmente— el pensamiento ebionita. Al parecer, éste se relaciona en sus orígenes con el judaísmo esenio, ya que algunos de sus principios parecen haber sido tomados de ese tipo de judaísmo —la condenación de los sacrificios de animales, que sustituían por la alabanza; la doctrina de la existencia de dos principios, el uno bueno y el otro malo, pero ambos originados en Dios; etc., etc.5
Según los ebionitas, hay un principio del bien y un principio del mal. El principio del mal es el señor de este siglo, pero el principio del bien triunfará en el siglo por venir. Mientras tanto, el principio del bien se da a conocer en este mundo a través de su profeta que se ha presentado en diversas encarnaciones. Adán, Abel, Isaac y Jesús son encarnaciones del profeta del bien. Pero, después de Adán, cada encarnación del profeta del bien se halla acompañada de su contraparte que sirve los propósitos del principio del mal. Caín, Ismael y Juan el Bautista son manifestaciones del principio del mal —que también se llama principio femenino.6
Dentro de este sistema de pensamiento, Jesús es antes que nada un profeta del principio masculino o principio del bien. Por lo demás, Jesús es sólo un hombre a quien Dios ha elegido para proclamar su voluntad. Jesús no nació de una virgen, y fue en el momento de su bautismo que recibió de lo alto el poder que le capacitó para su misión. Esta misión no consistía en salvar a la humanidad —ningún hombre puede hacer tal cosa— sino en llamar a los humanos a la obediencia de la Ley, que ha sido dada por el principio masculino. La Ley era en efecto el centro de la religiosidad ebionita y, aunque no ofrecían sacrificios sangrientos, los ebionitas hacían mucho hincapié en la circuncisión y la observancia del sábado.7 Las leyes que en el Antiguo Testamento se refieren a la celebración de sacrificios no fueron dadas por Dios, sino que han sido añadidas al texto sagrado debido a la influencia del principio femenino.8 Es por esto que, a pesar de su estricta observancia de la Ley, Epifanio nos dice que los ebionitas no aceptan el Pentateuco en su totalidad.9
Además, afirman los ebionitas que Jesús tampoco quiso abrogar la Ley, ni siquiera cumplirla en el sentido de completarla. Fue Pablo quien introdujo esta doctrina en el cristianismo. Y esto era de esperarse, pues Pablo era precisamente una manifestación del principio femenino.10
En conclusión, este tipo de cristianismo judaizante era una adaptación del movimiento esenio, del que se diferenciaba por el lugar que Jesús ocupaba en su pensamiento. Pero este lugar no era central, sino periférico, y quizá sea más exacto hablar de un «esenismo cristianizado» que de un «cristianismo judaizante».11
El ebionismo nunca tuvo muchos seguidores, y desapareció paulatinamente cuando la Iglesia fue haciéndose cada vez más gentil y menos judía. Esto no quiere decir que no presentase un reto a la Iglesia de los primeros siglos. Al contrario, lo que estaba en juego en el caso del ebionismo —como también en el caso del gnosticismo— era la posibilidad de tomar a Jesús y adaptarlo de tal modo que fuese posible yuxtaponerlo a los antiguos sistemas de pensamiento. Al hacer esto, la persona de Jesús perdía su carácter único y central. Ya no se trataba del Hijo Unigénito de Dios, sino de un profeta dentro de una secuencia de profetas. Ya no se trataba del Salvador, sino de un elemento —a veces secundario— dentro de la acción de Dios en este siglo. A esto se oponía la Iglesia, no por un simple conservadurismo, sino porque veía envuelto en ello el centro de su mensaje.
Hay sin embargo otra tendencia dentro del cristianismo judaizante que, sin negar su relación estrecha con el ebionismo, se caracteriza por ciertas influencias gnósticas.
El principal exponente de este tipo de cristianismo judaizante parece haber sido Elxai —también llamado Elkesai, Elcesai o Elchasai. Elxai vivió en la primera mitad del siglo II, pero es poco lo que sabemos acerca de su vida.12 Su doctrina es francamente ebionita, aunque con tendencias gnósticas,13 y se basa en una supuesta revelación que Elxai recibió de un ángel que medía noventa y seis millas de estatura. Este ángel es el Hijo de Dios. Junto a él estaba otro ángel de iguales proporciones, aunque femenino, que es el Espíritu Santo.
Sólo conocemos el contenido de esta revelación de Elxai a través de las citas y comentarios en que los antiguos escritores eclesiásticos la atacan. De su testimonio se desprende que la doctrina elxaíta era sólo un ebionismo —era necesario guardar la Ley y circuncidarse; Jesús era solamente un profeta— con ciertas influencias gnósticas —especulaciones astrológicas, numerología y tendencias dualistas Su fuerza parece haberse encontrado en Oriente, sobre todo más allá del Éufrates, de donde el mismo Elxai puede haber sido originario. En todo caso, la importancia de esta secta es mayor de lo que podría pensarse a partir de los escasos datos que poseemos, pues al parecer el profeta Mohamed, fundador del islam, recibió su influencia.
1 Diálogo, XLVII (BAC, CXVI, 379).
2 El término «ebionita» aparece por primera vez en el Adv. haer., de Ireneo (I:26, 2; ANF, 1, p. 352). Su origen etimológico parece encontrarse en un término hebreo y arameo que significa «pobre».
3 Justino, Diálogo, XLVII (BAC, CXVI, 379–382); Ireneo, Adv. haer., I:26; Orígenes, Contra Cel., II:1, 3; V:61, 65; Epifanio, Panarion, XXIX–XXX; Eusebio, HE, III:27; Hipólito, Philosophumena, VII:34.
4 La fuente a que aquí nos referimos, llamada Kerygmata Petrou, no ha de confundirse con el Kerygma Petrou a que tanto Clemente de Alejandría como Orígenes se refieren. Al parecer esta última obra era de carácter apologético, y algunos eruditos piensan que los apologistas del siglo II tomaron de ella parte de sus materiales.
5 J. Daniélou, Théologie du Judéo-christianisme (Paris, 1958), pp. 69–76, ofrece una valiosa comparación entre los rollos del Mar Muerto y la doctrina ebionita.
6 Hom. II:15–17 (ANF, VIII, 231–232).
7 Lo que antecede ha sido resumido de: J. Daniélou, Théologie…, pp. 75–76.
8 Hom. II:38 (ANF, VIII, 236).
9 Panarion, XXX:18.
10 En la literatura Pseudo-Clementina no se ataca directa y abiertamente a Pablo, pero se habla repetidamente de un «hombre hostil» o «enemigo» que sin lugar a dudas ha de identificarse con el Apóstol a los Gentiles.
11 Ésta es la interpretación de J. Daniélou, Théologie…, pp. 68–76. En esto, Daniélou sigue a Culmann, «Die neuentdeckten Qumrantexte und das Judenchristentum der Pseudo-Klementinen», Neutestamentliche Studien für R. Bultmann (Berlin, 1954), pp. 35–51. Frente a esta interpretación, véase: J. A. Fitzmeyer, «The Qumran Scrolls, the Ebionites, and Their Literature», en K. Stendahl, ed., The Scrolls and the New Testament (London, 1958), pp. 208–231.
12 Hipólito, Philosophumena IX:8–12 (ANF, V, 131–134); Eusebio, HE, VI: 38 (trad. L. M. de Cádiz, pp. 326–327); Epifanio, Panarion XIX; Teodoreto, Haereticarum Fabularum Compendium II:7.
13 Aquí seguimos, frente a J. Daniélou (Théologie…, pp. 76–80) la tesis de Schoeps (Theologie und Geschichte des Judenchristentums, Tübingen, 1949, pp. 325–334). El primero pretende hacer del elxaísmo un ebionismo modificado por el cristianismo ortodoxo. El segundo cree que la modificación que lleva del ebionismo al elxaísmo se debe más bien a influencias gnósticas. Puesto que esta segunda tesis parece ajustarse mejor al testimonio de los Padres la hemos adoptado en nuestro bosquejo, aunque conviene señalar que la escasez de datos hace muy difícil la decisión entre ambas teorías. Sobre el mismo tema, véase también E. S. Drower, «Adam and the Elkasaites», SP 4 (1961), 406–10.
Justo L. González, Historia del pensamiento cristiano (Barcelona, España: Editorial CLIE, 2010), 117–119.

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