El nuevo comienzo y el viejo problema del hombre (Génesis 9–11)

Cuando empezamos a leer el capítulo 9 nos parece estar presenciando un nuevo comienzo. El versículo primero nos suena muy parecido a Génesis 1:28, como si Dios estuviera comenzando de nuevo con el hombre. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. El final del capítulo 8 nos muestra que el hombre sigue siendo malo. Ya no tiene la inocencia del Edén. No obstante, ha de continuar teniendo responsabilidades y llenando la tierra. Es un nuevo comienzo, pero la vieja naturaleza pecadora está muy en evidencia. También está muy presente la maldición. El hombre no dominará ni someterá la tierra tan perfectamente como Dios se proponía que lo hiciera. Las demás criaturas le temerán pero no se le someterán (9:2). Ahora los animales le servirán de alimento al hombre, mostrando de nuevo cómo cargan ellos también con la maldición que cayó sobre todas las criaturas al caer Adán (Ro 8:20, 21). Cuando pronunciaba la pena de muerte sobre todos los animales que deberían alimentar al hombre pecador, Dios estaba también recordándole al hombre, al santificar la sangre de esos animales, la condición sagrada de la vida, incluso esa vida que le importaba tan poco a la humanidad (Gn 4:8, 23).

En este punto Dios establece la pena de muerte para el asesino. Dicha pena no fue dada en un contexto de falta de respeto por la vida humana, sino al contrario, en un contexto de grandísimo respeto por parte de Dios, hasta por las vidas de los pecadores (9:5, 6). La Ley fue dada en el contexto de la misión humana de multiplicarse y llenar la tierra (9:7), es decir, en un contexto de vida. Por consiguiente, el Dador de la ley tenía las mejores intenciones para la humanidad con su pensamiento. Los argumentos de hoy en día que se oponen a esta ley, por tanto, y que exigen que no se siga aplicando la pena capital, no pueden estar dirigidos a beneficiar al hombre.

El pacto mencionado primeramente en 6:18 y ahora en 9:9 es un pacto con toda la humanidad en general (9:17). Noé y su descendencia incluyen en sí obviamente a todos los hombres nacidos después de él. El pacto incluye también a los animales de la creación que fueron rescatados por Noé. Como la mayoría de los pactos bíblicos, es hecho para bien de los incluidos en él. Es establecido por Dios, es incondicional, y tiene un sello o señal.

Dios es quien establece este pacto para conservar la vida sobre la tierra. Su objetivo es evitar que los hombres vuelvan a caer en el estado de perversión en el que habían caído previamente, con anterioridad al diluvio. No le pone condiciones al hombre, pero se compromete a no destruir nuevamente a la raza humana con el diluvio (9:15). Hasta el día del juicio final, Dios nunca borrará de nuevo a los hombres de la faz de la tierra, como lo hizo en el diluvio. Esto no impide que juzgue de manera local a través de inundaciones o por otros medios, claro está. Ni tampoco quiere decir que Dios no juzgará al mundo en el último día. Pedro aclara bien que Él juzgará una vez más al mundo entero, en 2 Pedro 3:7. La señal de este pacto es el arco iris en el cielo, que es visible tanto para el hombre como para Dios. Esto les recuerda a los hombres que Dios se acuerda de su promesa cada vez que se reúnen las nubes, reminiscencia del diluvio. En esencia, el pacto declara que una destrucción total como la que ya cayó en una ocasión sobre la humanidad no volverá a suceder hasta el final de la historia humana; no porque los hombres sean mejores, sino porque Dios en su bondad se ha propuesto conservarlos hasta el final de los tiempos.

El viejo problema de la naturaleza pecadora del hombre resalta en forma gráfica nuevamente en los versículos finales del capítulo 9. No hay un cambio verdadero en las inclinaciones naturales del hombre hacia el pecado. Hasta Noé, considerado justo en su generación, está todavía lleno de una naturaleza pecadora que no ha sido totalmente sometida. Después del diluvio, Noé se emborracha, usando mal las bendiciones que Dios le había dado, y como consecuencia, yace por el suelo en vergonzosa desnudez ante sus hijos, en lastimoso y chocante aspecto (9:20, 21).

Cam, uno de sus hijos, hace también despliegue de su tendencia natural al pecado. Cuando ve la desnudez de su padre, su reacción es ridiculizarlo, en lugar de ayudarlo y compadecerse de él tal como debería ser entre padre e hijo. No sabemos qué les dijo a sus hermanos, como tampoco sabemos lo que Caín le dijo a Abel, pero en ambos casos, las Escrituras los reprueban, y sobreviene un juicio. El delicado amor y respeto de Sem y Jafet presenta un agudo contraste con la acción de Cam (9:23).

La profecía que sigue a este incidente no es de contenido racial histórico sino espiritual. Básicamente plantea dos categorías de hombre. Los primeros son los descendientes de Cam (Canaán y los suyos), y representan la continuidad de los descendientes de Caín antes del diluvio. Son los injustos, cuya injusticia está ejemplificada en las acciones de su padre Cam. La mención específica de Canaán en este lugar señala simplemente que la profecía se refiere también a su descendencia.

La otra categoría de hombres son los descendientes de Sem, comparables a los de Set antes del diluvio. Son los justos, y su justicia está ejemplificada en la conducta de Sem.

Canaán, simiente de Cam, recibe la maldición. Al final, será siervo de Sem y de sus descendientes. Sem en cambio es bendecido. El Señor es su Dios. Toda la profecía es espiritual y tiene que ver con las dos famillas de seres humanos, tal como vimos en los capítulos anteriores al diluvio.

Pero al igual que antes del diluvio, la simiente de Satanás parece prosperar y destacarse a los ojos de los hombres. Los descendientes de Cam, según el capítulo 10, parecen serlo todo menos siervos. Entre ellos encontramos los más grandes imperios del mundo antiguo: Acad, Asiria, Fenicia, Babilonia, Egipto, los hititas. Como a través de toda la historia humana, la simiente de Satanás se considera a sí misma dueña del mundo, pero en realidad es sirviente de los hijos de Dios. Esta realidad está gráficamente ilustrada en la forma en que los egipcios fueron usados para proteger al pueblo de Dios en tiempos de hambre y para educar a un siervo de Dios, Moisés, para que fuera el caudillo de Israel. Posteriormente los egipcios les entregan sus pertenencias a los israelitas cuando estos salen de Egipto, y después Dios destruye sus ejércitos cuando ya habían prestado su ayuda a Israel. Canaán sirvió al pueblo de Dios desarrollando el alfabeto usado posteriormente por Moisés y sus sucesores para escribir la Palabra de Dios para su pueblo. También sirvió para cultivar la tierra que los israelitas habrían de tomar totalmente preparada, con viñedos, tierras y ciudades construidas.

Años más tarde, Asiria, Babilonia y Persia surgirían y caerían según la voluntad divina para que se llevara a término el propósito de Dios para su pueblo: conservar un remanente de creyentes. Vemos por último cómo el imperio de Alejandro Magno esparce la cultura y el idioma griegos por todo el mundo y Roma establece el gobierno mundial, todo como preparación para la llegada del Cristo y la proclamación del evangelio hasta los confines de la tierra.

Ninguno de estos pueblos y sus dirigentes tenía en mente hacer servicio alguno a Dios o a su pueblo, pero en realidad, todos los imperios y todas las naciones de los hombres, y todos sus esfuerzos en los inventos y en el arte, son utilizados por el pueblo de Dios para su gloria y para bien del pueblo. Así es como Cam y su simiente son en verdad siervos de los hijos de Dios.

Por tanto, vemos que la profecía de Noé no tiene que ver con las razas de los hombres tal como las conocemos hoy, ni es una justificación para que los blancos sometan así a las demás razas humanas. ¡Todo lo contrario! Jafet representa aquí no una categoría separada de hombres, sino aquellos de todas las naciones que serían llamados a formar parte de la familla divina. Aquí hay por lo tanto una promesa misionera que nos dice que de toda la humanidad, de todos los pueblos establecidos sobre la tierra, Dios estará llamando continuamente un pueblo para que sea suyo.

En los tiempos del Antiguo Testamento eran pocos los de otros pueblos que se unían a Israel pero la venida de Cristo cambió esta situación, y el evangelio se difundió rápidamente, incluyendo así gente de todos los rincones de la tierra. Estos son, pues, los que han recibido la bendición de que morarán en las tiendas de Sem, es decir, serán parte de la Iglesia de Cristo, la que recibirá todas las bendiciones del pueblo de Dios para siempre.

El capítulo 10 detalla sucintamente las descendencias de los tres hijos de Noé. En primer lugar Jafet, al que se le presta menos atención, ya que su papel en la historia de la salvación comienza mucho más tarde; en segundo lugar, Cam, del que ya hemos hablado; y finalmente Sem, en el que se enfocará ahora toda la atención. Dios escogió a Sem para establecer en él las promesas y las bendiciones que finalmente incluirán gentes de toda la tierra.

El comienzo de las bendiciones de Dios sobre Sem ocurre en un acto divino realizado con el propósito de dispersar a los hombres por toda la faz de la tierra. Utilizando este medio, Dios separó a un pueblo, el de los descendientes de Sem por la línea de Arfaxad, uno de sus hijos (10:22). El motivo del acto divino en el capítulo 11 es de nuevo el pecado del hombre. Los seres humanos quisieron unirse contra la voluntad divina y borrar las distinciones que Dios había establecido entre los justos y los malvados, como ya se había hecho antes del diluvio. De nuevo se ve con claridad que los intentos de unión fueron motivados por gente sin Dios y por fines contrarios a él. En sus aspiraciones de construir una gran torre y una ciudad, y hacerse un nombre, no hay lugar en sus planes para Dios. Su lema es «Hagamos» (11:3, 4).

La respuesta de Dios a su «Edifiquemos una ciudad» (v. 4) fue: «Descendamos y confundamos allí su lengua» (11:7).

Este acto de Dios era en realidad una bendición general sobre los hombres. Era un acto de la gracia común de Dios, ya que la maldad concentrada corrompe rápidamente hasta el punto de destrucción, como hizo con anterioridad al diluvio entre todos los hombres, y como podemos ver después en los sucesos de Sodoma y Gomorra. Tenemos la contrapartida de esta difusión de los hombres a través de la confusión de lenguas en el Nuevo Testamento, cuando Dios, a través del don de lenguas del Espíritu Santo en Pentecostés, unió a los hombres de las diferentes culturas e idiomas en una Iglesia de la cual Cristo es la cabeza (Hch cap. 2).

De entre todos los pueblos dispersos sobre la faz de la tierra, Dios escogió un pueblo, una familla, la de Arfaxad, hijo de Sem, por una gracia y atención especiales. Protegió a sus descendientes hasta que fuera tiempo de comenzar a establecer un pueblo en la tierra para que fuera su pueblo particular de entre todas las famillas de los hombres (11:10–32).

El foco de la atención se pone ahora en sus descendientes, cuya línea se sigue hasta Taré, quien vivía en Mesopotamia, en la antigua ciudad de Ur (11:24–28). Entre los hijos de Taré había uno llamado Abram. Y finalmente, el Señor llama a Abram para que deje su cultura y su pueblo y se convierta en el hijo de Dios en medio de un mundo descreído.

Jack B. Scott, El plan de Dios en el Antiguo Testamento (Miami, FL: Editorial Unilit, 2002), 47–53.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: