SANTIDAD Y ESPACIO SAGRADO

Yahvé es un elohim, no un hombre mortal. Aparecer en forma de ser humano era un modo de acomodarse a las mentes inferiores de los mortales para permitir así que pudiesen comprender su presencia y vivir para contarlo. Yahvé es tan totalmente otro que resulta incomprensible sin la fachada de algo familiar. Y sin embargo, para Israel su otredad debía seguir siendo una realidad siempre presente y sentida en todo momento.

El concepto de otredad estaba en el núcleo de la identidad israelita. La otredad es el centro de la santidad. El vocabulario hebreo para la santidad significa ser apartado o ser distinto. Si bien la idea tiene una dimensión moral relacionada con la conducta, no tiene que ver intrínsecamente con la moralidad. Tiene que ver con la distinción. La identificación de Israel con Yahvé en virtud de su pacto con Abraham y los términos de la alianza del Sinaí significaban que, como bien resume Levítico 19:2, los israelitas debían estar apartados (“santos”) tal como Yahvé estaba apartado (“santo”).1

La absoluta otredad de Yahvé quedaba reforzada en las mentes de los israelitas a través del culto y los sacrificios. Yahvé no era tan solo la fuente de la vida de Israel, sino que él era la vida. Yahvé era completo en sus perfecciones. Yahvé no era de la tierra, un lugar donde hay muerte, enfermedad e imperfección. Su mundo es sobrenatural; el nuestro terrestre. El espacio que él ocupa es sagrado y su presencia lo convierte en un espacio del otro mundo. El espacio que ocupamos nosotros es “profano” o común. Yahvé es la antítesis de lo ordinario. Los seres humanos deben ser invitados y purificados para ocupar el mismo espacio.

Muchas leyes de la Torá ilustran esta cosmovisión y mensaje. Fueran sacerdotes o no, hombres o mujeres, las personas podían ser descalificadas del espacio sagrado por una serie de actividades o condiciones. Entre los ejemplos que se pueden citar estaban la actividad sexual, las secreciones del cuerpo, las discapacidades físicas, el contacto con un cadáver y el alumbramiento.2

La lógica de estas exclusiones es sencilla, aunque ajena a nuestras mentes clínicas modernas. La relación sexual, la emisión de fluidos sexuales, las secreciones uterinas y la menstruación no eran consideradas inmundas por pacatería. Antes bien, el concepto era que el cuerpo había perdido los fluidos que contienen, crean y sustentan la vida.3 Aquello que se considera que no está completo y se relaciona con la pérdida de vida no puede entrar a la presencia de Yahvé hasta que la restauración ritual rectifique esa condición. El mismo razonamiento está detrás del estatus de ritualmente impuro de aquellos con una discapacidad física, infectados con una enfermedad o que han tocado un cadáver, sea animal o humano.4 La presencia de Yahvé significaba vida y perfección, no muerte y deficiencia. Estas leyes ayudaban a que la comunidad fuera consciente de la otredad de Yahvé.

Las normas que regulaban la santidad de la morada de Yahvé proporcionaban lecciones prácticas muy concretas sobre la distinción entre los mundos. El terreno que ocupaba esa morada era espacio sagrado en relación con el pueblo de Israel. La separación del mundo divino quedaba reforzada mediante leyes que permitían o prohibían la proximidad a Yahvé. Estos permisos o prohibiciones afectaban incluso a objetos inanimados relacionados con Yahvé y su servicio.5

Incluso dentro del espacio sagrado había gradaciones de santidad.6 Cuanto más se acercaba uno a la presencia de Yahvé, más santo era el suelo o el objeto que había en sus proximidades. Los términos que describen la disposición de la estructura son una evidencia de esta progresión. Tras la entrada se encontraba el atrio, el lugar santo y “el lugar santísimo”. El espacio sagrado del tabernáculo se iba volviendo cada vez más santo según se iba desde la entrada a la habitación más recóndita.

El carácter progresivo de las “zonas de santidad” también se distinguía por la vestimenta sacerdotal asociada a cada una de ellas (Ex 28–29).7 Así, por ejemplo, el sumo sacerdote, la persona que tenía acceso al lugar santísimo, llevaba un efod peculiar, un pectoral y un turbante en el que estaba inscrita la frase “santidad a Yahvé”. Cuanto más santa era la zona, más costoso era el animal que se sacrificaba para santificar a los sacerdotes cuando entraban a la presencia de Yahvé para realizar sus rituales (Lv 8).

1 La palabra hebrea es qadōsh. Me refiero a “estar apartado” en el sentido que describen varios léxicos. “separado del uso común, tratado con un cuidado especial, perteneciente al santuario … dedicado para su uso por Dios” (véase Willem VanGemeren, ed., New International Dictionary of Old Testament Theology & Exegesis [Grand Rapids, MI: Zondervan, 1997], 877).

2 La falta de espacio nos impide profundizar en el modo en que la lógica de la distinción entre los mundos influye en las leyes sobre matrimonios mixtos y sobre alimentos puros e impuros. Véase la página web complementaria.

3 Véase Lv 12; 15:1–30; 18:19; 20:18; 22:4–6; Dt 23:10–15.

4 Véase Lv 11:24–25, 39; 21:16–24; Nm 19:11, 16, 19; 31:19, 24.

5 Por ejemplo, el arca de la alianza, los utensilios y el mobiliario que se usaban dentro del tabernáculo. Véase Ex 28–31. Como ocurre con la tienda en sí, que se menciona con cierto detenimiento en el análisis posterior, el mobiliario de los espacios sagrados israelitas también cuenta con paralelos en el antiguo Oriente Próximo. Véase W. F. Albright, “The Furniture of El in Canaanite Mythology”, Bulletin of the American Schools of Oriental Research 91 (1943): 39–44.

6 Véase Menahem Haran, Temples and Temple-Service in Ancient Israel: An Inquiry into the Character of Cult Phenomena and the Historical Setting of the Priestly School (Oxford: Clarendon Press, 1978), 158–88, 205–21, 226–27.

7 Sobre los sacrificios y las ofrendas israelitas y su significado, recomiendo los excelentes artículos de Richard Averbeck: “Sacrifices and Offerings”, en Dictionary of the Old Testament: Pentateuch (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2003), 721–33; “כָּפַר (kāpar II)”, en New International Dictionary of Old Testament Theology & Exegesis, 689–709.

Michael S. Heiser, El Mundo invisible: Recuperando la cosmovisión sobrenatural de la Biblia, ed. David Lambert, Primera edición. (Bellingham, WA: Editorial Tesoro Bíblico, 2019).

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