EL ENEMIGO DEL NORTE

La saga épica de la Biblia comenzó con el propósito original de Dios de gobernar sobre su nueva creación a través de reflejos de su imagen humanos, todo ello mientras estaba presente con los reflejos de su imagen celestiales. El cielo había venido a la tierra. Vimos cómo todo salió mal tras la decisión de Dios de otorgar libertad a los reflejos de su imagen, tanto divinos como humanos. La decisión era necesaria, ya que la criatura no podía ser realmente como el creador sin compartir este atributo, la capacidad de ejercitar de verdad el libre albedrío y escoger entre la lealtad y la rebelión.

Lo que a nosotros nos parece un plan divino largo y prolongado para restaurar aquello que estaba caído era igualmente necesario. Podría parecer que Dios simplemente podía haber intervenido después de la caída y eliminado el libre albedrío y a los rebeldes divinos y humanos que habían abusado de él. El Edén hubiera quedado garantizado y fin de la historia. Si bien eso hubiera producido el fin deseado, el medio original (la libre participación en la creación de Dios de agentes libres de Dios, diseñados para ser como él) habría sido abandonado, lo que equivaldría a una idea muy equivocada y a un espectacular fracaso. Semejante resultado no es apropiado (o deseable) para el Dios de la Biblia. El objetivo original de Dios debía cumplirse del modo en que él se propuso hacerlo.

La geografía terrestre, tal como han señalado muchos historiadores, es una parte clave del destino humano. Para los antiguos israelitas, la geografía tenía cualidades tanto literales como sobrenaturales. Hasta este momento, nuestro estudio de ambos aspectos ha estado guiado por dos factores: (1) la cosmovisión cósmico-geográfica que surgió del incidente de Babel (Dt 32:8–9), donde Yahvé desheredó a las naciones y decidió levantar su propio pueblo partiendo de Abraham; y (2) la región de Basán, la región más septentrional de la tierra prometida. En este capítulo nos centraremos en el segundo de ellos, ya que, en el pensamiento israelita, había un temor psicológico y sobrenatural de las tierras situadas al norte. Estos temores estaban entremezclados, en el pensamiento antiguo, con el gran enemigo escatológico conocido como el anticristo.

EL NORTE GEOGRÁFICO LITERAL: Presagio de la tragedia

Debido a su ubicación en la orilla oriental del Mar Mediterráneo, Canaán se encontraba emparedada entre las tierras de civilizaciones del antiguo Oriente Medio que se disputaban el control de toda la región: Egipto y Mesopotamia. Canaán, y por lo tanto el pueblo de Israel, sería invadida desde el norte y el sur por ejércitos extranjeros que merodeaban por la zona, y sería ocupada como una especie de tierra de nadie entre potencias rivales.

La Biblia registra una serie de incidentes de este tipo. Pero las incursiones más traumáticas que sufría Canaán siempre procedían del norte. En 722 a. C., Asiria conquistó las diez tribus del reino israelita del norte y las deportó a muchos rincones de su imperio. En una serie de tres invasiones, de 605 a 586 a. C., Babilonia destruyó el reino del sur, compuesto por tan solo dos tribus, Judá y Benjamín. Tanto Asiria como Babilonia invadieron Canaán desde el norte, ya que ambas procedían de la región de Mesopotamia. El trauma de estas invasiones se convirtió en el telón de fondo conceptual de las descripciones del juicio escatológico final de las naciones desheredadas (Sof 1:14–18; 2:4–15; Am 1:13–15; Jl 3:11–12; Miq 5:15) y sus jefes divinos (Is 34:1–4; Sal 82).1

Resulta difícil exagerar el trauma que supuso la invasión babilónica. Es cierto que el destino de las tribus del norte también había sido terrible, y que era bien conocido por los ocupantes del reino de Judá. Sin embargo, Judá era la tribu de David, y Jerusalén el hogar del templo de Yahvé. Como tal, el terreno era sagrado y (o al menos así lo pensaba el reino de Judá) y sin duda nunca iba a ser tomado por el enemigo. Pero la inviolabilidad de Sion resultó ser un mito. Jerusalén y su templo fueron destruidos por Nabucodonosor en 586 a. C. El incidente no solo provocó una desolación física, sino una devastación psicológica y teológica.

La destrucción del templo de Yahvé y, posteriormente, de su trono, habría sido interpretado por la gente de la antigüedad en clave de guerra espiritual. Los babilonios y otras civilizaciones habrían supuesto que los dioses de Babilonia por fin habían derrotado a Yahvé, el Dios de Israel. Muchos israelitas se habrían planteado lo mismo, o que Dios había renunciado a sus promesas del pacto (p.ej., Sal 89:38–52). O bien Dios era más débil que los dioses de Babilonia o había abandonado sus promesas.

Profetas como Ezequiel, Daniel y Habacuc, levantados por Dios durante el exilio, tenían una perspectiva distinta. Yahvé había convocado ejércitos enemigos bajo el mando de otros dioses para castigar a su propio pueblo. Yahvé tenía el control. La deslealtad espiritual era la que había desembocado en esa situación.

EL NORTE SINIESTRO Y SOBRENATURAL

La palabra “norte” en hebreo es tsafon (o zafon en algunas transliteraciones). Se refiere a uno de los puntos cardinales habituales. Pero a causa de lo que los israelitas creían que acechaba en el norte, el término llegó a significar algo del otro mundo.2

El ejemplo más evidente es Basán. Le hemos prestado mucha atención a la conexión existente entre ese lugar y el mundo de los muertos, así como con las poblaciones de clanes de gigantes como los refaim, cuyos ancestros se consideraba que provenían de seres divinos enemigos. A Basán también se la relacionaba con el Monte Hermón, el lugar donde, en la teología judía, los hijos rebeldes de Dios de Génesis 6 descendieron para cometer su acto de traición.

Pero había algo más allá de Basán (más al norte) que todo israelita relacionaba con otros dioses hostiles a Yahvé. Lugares como Sidón, Tiro y Ugarit se encontraban más allá de la frontera norte de Israel. El culto a Baal ocupaba un lugar central en estos lugares. Estas ciudades de Fenicia y Siria eran la tierra natal de Baal.3 El hecho de que el centro del culto a Baal estuviera justo al otro lado de la frontera era un factor que contribuyó a la apostasía de Israel, el reino del norte.

Concretamente, el hogar de Baal era una montaña, conocida actualmente como Jebel al-Aqraʿ, situada al norte de Ugarit. En tiempos antiguos se la conocía simplemente como Tsafon (“norte”; Tsapanu en ugarítico). Era una montaña divina, el lugar donde Baal celebraba las reuniones de su consejo mientras gobernaba a los dioses del panteón cananeo.4 Se pensaba que el palacio de Baal estaba en “los altos de Tsapanu/Zafon.”5

En la religión cananea, solamente El estaba por encima de Baal. Sin embargo, Baal se ocupaba de todos los asuntos de El, lo que explica por qué a Baal se le llamaba “rey de los dioses” y “altísimo” en Ugarit y otros lugares.6 En textos ugaríticos, Baal es “señor de Zafón” (baʿal tsapanu).7 También recibe el nombre de “príncipe” (zbl en ugarítico). Otro de los títulos de Baal es “príncipe, señor del inframundo” (zbl baʿal ʾarts).8 Esta vinculación con el mundo de los muertos naturalmente encaja con nuestro análisis de los temas relacionados con la figura de la serpiente de Génesis 3. No es ninguna sorpresa que zbl baʿal se convierta en Baal-zebul (Beelzebú) y Baal-zebub, títulos asociados con Satanás en la literatura judía posterior y en el Nuevo Testamento.9

En resumen, cuando un israelita pensaba en el norte en términos teológicos, tenía en mente a Basán, el Monte Hermón y Baal. Los judíos posteriores habrían establecido conexiones con el gran adversario de Génesis 3.

Este telón de fondo nos ayudará a comprender cómo los judíos que vivían desde finales del período del Antiguo Testamento en adelante, pasando por el período del segundo templo y la era del Nuevo Testamento pensaban acerca de los últimos tiempos, esto es, el momento del juicio final de Dios sobre el mal y de la restauración definitiva de su gobierno. Pero para eso necesitamos comenzar con el concepto de exilio.

TODAVÍA EN EL EXILIO

Una de las grandes ideas equivocadas de los estudios bíblicos es pensar que el regreso de los judíos de Babilonia en 539 a. C. y en los años posteriores resolvió el problema del exilio israelita. No fue así. Los profetas habían imaginado un retorno de las doce tribus del lugar donde habían sido dispersadas. Eso no sucedió en 539 a. C ni en ninguna otra época dentro del Antiguo Testamento.

Jeremías 23:1–8 es uno de los ejemplos más claros de esta expectativa:

1 “¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de mi rebaño! dice Jehová. 2 Por tanto, así ha dicho Jehová Dios de Israel a los pastores que apacientan mi pueblo: Vosotros dispersasteis mis ovejas, y las espantasteis, y no las habéis cuidado. He aquí que yo castigo la maldad de vuestras obras, dice Jehová. 3 Y yo mismo recogeré el remanente de mis ovejas de todas las tierras adonde las eché, y las haré volver a sus moradas; y crecerán y se multiplicarán. 4 Y pondré sobre ellas pastores que las apacienten; y no temerán más, ni se amedrentarán, ni serán menoscabadas, dice Jehová. 5 He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. 6 En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra. 7 “Por tanto, he aquí que vienen días, dice Jehová, en que no dirán más: Vive Jehová que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra de Egipto, 8 sino: Vive Jehová que hizo subir y trajo la descendencia de la casa de Israel de tierra del norte, y de todas las tierras adonde yo los había echado; y habitarán en su tierra”

El versículo 3 es explícito: Yahvé promete traer de vuelta a su pueblo de todos los lugares por los que habían sido dispersados. Ambos reinos, Judá e Israel, serán traídos de regreso a la tierra algún día (v. 6). La nota concreta de que “la casa de Israel” regresará de “la tierra del norte” y de “todas las tierras” donde habían sido dispersados es una referencia inequívoca a la primera cautividad de las diez “tribus perdidas” de Israel.

Otros pasajes son claros también en este sentido. En Ezequiel 37, la famosa visión de los huesos secos, Yahvé dice:

16 «Hijo de hombre, toma una vara y escribe sobre ella: “Para Judá y sus aliados los israelitas”. Luego toma otra vara y escribe: “Para José, vara de Efraín, y todos sus aliados los israelitas”. 17 Júntalas, la una con la otra, de modo que formen una sola vara en tu mano. 18 »Cuando la gente de tu pueblo te pregunte: “¿Qué significa todo esto?”, 19 tú les responderás que así dice el Señor omnipotente: “Voy a tomar la vara de José que está en la mano de Efraín, y a las tribus de Israel que están unidas a él, y la uniré a la vara de Judá. Así haré con ellos una sola vara, y en mi mano serán una sola”. 20 Sostén en tu mano las varas sobre las cuales has escrito, de modo que ellos las vean, 21 y adviérteles que así dice el Señor omnipotente: “Tomaré a los israelitas de entre las naciones por donde han andado, y de todas partes los reuniré y los haré regresar a su propia tierra (Ez 37:16–21 nvi).

Una vez más se menciona tanto a Israel como a Judá, y el pueblo de Yahvé será reunido de las naciones (obsérvese el plural) entre las que han sido dispersados.

Lo que esto quiere decir es que los judíos que vivían en tiempos de Jesús consideraban que la nación todavía estaba en el exilio.10 Diez de las tribus todavía no habían regresado (y muchos judíos se habían quedado en Babilonia cuando se les dio la oportunidad). ¿Iba Yahvé a liberarlos? ¿Podrían ser vencidos finalmente los poderes de las tinieblas?

LIBERACIÓN … Y OPOSICIÓN

Parte de la razón por la que los judíos esperaban encontrar un libertador militar en la persona de su mesías es que los profetas habían enseñado que la reunificación de todas las tribus de Israel y Judá iba de la mano de la aparición del gran pastor-rey mesiánico. Ezequiel 37, el pasaje que acabamos de ver, y donde se describe la restauración de todas las tribus, añade este elemento:

24 Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos ellos tendrán un solo pastor; andarán en mis ordenanzas y guardarán mis estatutos y los cumplirán. 25 Y habitarán en la tierra que di a mi siervo Jacob, en la cual habitaron vuestros padres; en ella habitarán ellos y sus hijos, y los hijos de sus hijos para siempre; y mi siervo David será su príncipe para siempre. 26 Y haré con ellos un pacto de paz; será un pacto eterno con ellos. Y los estableceré, los multiplicaré y pondré mi santuario en medio de ellos para siempre (Ez 37:24–26 lbla).

En términos de teología bíblica, esta expectativa se cumplió con la inauguración del reino de Dios en Pentecostés. En ese momento no solo se dio inicio a la recuperación de las naciones desheredadas, sino que esta se logró mediante los peregrinos judíos de todas las naciones donde habían sido llevados al exilio, que ahora se habían convertido a la fe en Jesús, el Yahvé encarnado, y que eran herederos del Espíritu y de las promesas del nuevo pacto.

Como dijo Pablo en Gálatas 3, cualquiera que siguiera a Cristo era la verdadera simiente de Abraham, fuera judío o gentil. Judíos de todas las naciones del exilio habían regresado a la tierra para servir como catalizadores de una reunión mucho mayor, la misión apostólica de la Gran Comisión. En Efesios 4 Pablo había presentado Pentecostés como la derrota de Basán, la región del norte, la zona cero de la guerra espiritual en el pensamiento israelita. Si pensáramos únicamente en términos de Pentecostés, todo parecería indicar que el oscuro señor de los muertos (Baal Zebul), identificado en ese tiempo como Satanás, había sido derrotado.

Pero eso sería una conclusión prematura. Tampoco encajaría con la profecía que siguió a Ezequiel 37 de la liberación del exilio y la venida del pastor-rey. Como resultado de todas esas buenas noticias vendrían problemas, y vendrían del norte.

GOG, MAGOG Y BASÁN

La descripción profética en Ezequiel 38–39 de la invasión de “Gog, de la tierra de Magog” (Ez 38:1–3, 14–15) es bien conocida y ha sido objeto de mucho debate en cuanto a su posible interpretación, tanto en ambientes académicos como populares y fantasiosos. Uno de los puntos seguros es que Gog vendrá desde “las alturas [regiones] del norte” (38:15; 39:2). Si bien muchos eruditos se han centrado en los aspectos geográficos literales de esta frase, han sido pocos los que han pensado seriamente en las relaciones mitológicas dentro de la religión ugarítica/cananea con Baal, el señor de los muertos.

Un lector antiguo habría esperado una invasión desde el norte, pero habría enmarcado esa invasión dentro de un contexto sobrenatural. En otras palabras, el lenguaje de Ezequiel no tiene que ver simplemente con un invasor o unos ejércitos humanos. Un lector antiguo también se habría percatado de que esta invasión ocurriría en un momento en que las tribus habían sido unidas y vivían en paz y seguridad dentro de la tierra prometida (dicho de otro modo, una vez finalizado el período del exilio).

La batalla de Gog y Magog sería algo que cabría esperar después del inicio del plan de Yahvé de recuperar las naciones y, por tanto, atraer a sus hijos, judíos o gentiles, de entre esas naciones. La invasión de Gog sería la respuesta del mal sobrenatural contra el mesías y su reino. De hecho, así es exactamente cómo se presenta en Apocalipsis 20:7–10.11

Gog habría sido percibido o bien como una figura empoderada por el mal o como una figura cuasi-divina del mal proveniente del mundo sobrenatural empecinada en la destrucción del pueblo de Dios.12 Por esta razón, Gog es considerado por muchos biblistas como una plantilla de la figura neotestamentaria del anticristo.13

Si bien Magog y “las alturas del norte” no se definen con precisión en la profecía de Gog, la cuestión no tiene que ver per se con la geografía literal. Más bien, es el trasfondo sobrenatural de toda esa idea del “enemigo del norte” el que hace que semejante referencia geográfica sea importante. Indudablemente los antiguos judíos esperarían que el reino reconstituido de Yahvé sería aplastado por un enemigo del norte, como ya había sucedido antes. Pero los antiguos judíos también habrían pensado en términos sobrenaturales. Esperarían que en los últimos tiempos un enemigo sobrenatural viniera de la sede de la autoridad de Baal (el mundo sobrenatural de los muertos, situado en las alturas del norte). A Gog se le describe explícitamente en tales términos. Pero existe otra idea similar en el judaísmo antiguo y en la iglesia primitiva que los eruditos han destacado: el anticristo vendría de la tribu de Dan, ubicada en Basán.14

El núcleo de la idea surge de Génesis 49, parte del mosaico mesiánico. El derecho a gobernar Israel va unido a la tribu de Judá, y el que lleva su cetro es un “león” (Gn 49:9–10). En cambio (Gn 49:17), a Dan se le llama serpiente, una imagen apropiada para Basán, que “juzga” a su propio pueblo. Deuteronomio 33:22 retoma el tema: “Dan es cachorro de león que salta desde Basán”. Dan es un advenedizo inferior que atacará desde Basán. Por lo tanto, Dan es un “extraño de adentro”, un enemigo del pueblo de Yahvé. Aquellos que interpretaron estas referencias de esta manera también se apresuran a señalar que se omite a Dan de la lista de tribus que contribuyen a los 144,000 creyentes en Apocalipsis 7.

Mi intención no es argumentar a favor de un punto de vista concreto sobre el anticristo. Todos los sistemas escatológicos son especulativos en muchos sentidos. La cuestión es que la cosmovisión sobrenatural del antiguo Israel y del judaísmo debe influir sobre nuestro propio pensamiento. El enemigo cósmico del norte sobrenatural, donde el consejo del mal urdió un plan contra el consejo de Yahvé, era una parte firme de la cosmovisión de los autores bíblicos, especialmente en lo concerniente a nuestro próximo asunto: Armagedón.

1 Véase Joel Aaron Reemtsma, “Punishment of the Powers: Dt 32:8 and Psalm 82 as the Backdrop for Isaiah 34”, (conferencia presentada en la reunión anual de la Evangelical Theological Society, el 19 de noviembre de 2014; San Diego, CA; Ronald Bergey, “The Song of Moses (Dt 32:1–43) and Isaianic Prophecies: A Case of Intertextuality?” Journal for the Study of the Old Testament 28:1 (2003):33–54; Thomas A. Keiser, “The Song of Moses as a Basis for Isaiah’s Prophecy”, Vetus Testamentum 55 (2005): 486–500.

2 Véase Ludwig Koehler et al., The Hebrew and Aramaic Lexicon of the Old Testament (Leiden; Nueva York: Brill, 1999), 1046–47 (esp. entrada número 7); Cecelia Grave, “The Etymology of Northwest Semitic sapanu”, Ugarit-Forschungen 12 (1980): 221–29.

3 También podría incluirse a los hititas, ya que Jebel al-Aqra, Monte Zafón, también era básico en la religión de los hititas. Véase H. Niehr, “Zaphon”, en Dictionary of Deities and Demons in the Bible, 2ª ed. (ed. Karel van der Toorn, Bob Becking y Pieter W. van der Horst; Leiden; Boston; Colonia; Grand Rapids, MI; Cambridge: Brill; Eerdmans, 1999), 927.

4 Los eruditos discrepan sobre si las referencias al consejo de Baal deberían tomarse como su propio consejo divino, separado del consejo de El, o si lo que se tiene en mente es el gobierno del consejo de El como vicerregente de El. Todos coinciden en que esto último es un hecho cierto, mientras que la idea anterior de que Baal tuviera un consejo independiente es segura.

5 Para los textos ugaríticos, véase KTU 1.4 v:55; vii:6; KTU 1.3 i:21–22; 1.6 vi:12–13; KTU 1.3 iv:1, 37–38; 1.4 v:23. Véase también W. Herrmann, “Baal”, en Dictionary of Deities and Demons in the Bible, 133.

6 Para los textos ugaríticos, véase KTU 1.16.iii:6, 8; KTU 1.3.v:32; 1.4.vi:43; 1.4.viii:5. Véase Nicolas Wyatt, “The Titles of the Ugaritic Storm-God”, Ugarit Forschungen 24 (1992): 403–24; Herrmann, “Baal”, in Dictionary of Deities and Demons in the Bible, 131–39; J. C. L. Gibson, “The Theology of the Ugaritic Baal Cycle”, Orientalia Roma 53.2 (1984): 202–19.

7 Véase H. Niehr, “Baal Zaphon”, en Dictionary of Deities and Demons in the Bible, 152–53.

8 La palabra baʿal en ugarítico y hebreo significa “señor, maestro”. Obsérvese la palabra ʾarts en el título. Se trata del término habitual para “tierra” en ugarítico, y también en hebreo (ʾerets, ʾarets). Tratamos brevemente esta palabra en los capítulos 10 y 11 en relación con la najash (“serpiente”) que fue arrojada a la tierra/inframundo.

9 Véanse los capítulos 10–11. Sobre Beelzebú, véase Mt 10:25; 12:24 (cf. Mark 3:22; Lc 11:15) y Mt 12:27 (cf. Lc 11:18, 19). Más allá de coincidir en que existe ciertamente una asociación, los eruditos discrepan sobre el desarrollo etimológico preciso y las relaciones conceptuales entre Baal-zebul, Baal-zebub (2 Re 1:2, 3, 6, 16) y Beelzebú. Véase W. Herrmann, “Baal Zebub”, en Dictionary of Deities and Demons in the Bible, 154–56; E. C. B. MacLaurin, “Beelzeboul”, Novum Testamentum 20:2 (1978): 156–60.

nvi Nueva Versión Internacional

10 Este condicionamiento psicológico, provocado por las explicaciones bíblicas de apostasía para el exilio, era una de las razones de que la absoluta obediencia a la Torá se convirtiera en algo central dentro del judaísmo. Capas de observancias de la ley se añadieron a la Torá para evitar transgredirla. La restauración de las tribus (o más castigo) era lo que estaba en juego.

lbla La Biblia de las Américas

11 Este pasaje ha sido objeto de uso y abuso por parte de todos los sistemas escatológicos. Hacer una crítica de esas posturas (en la medida de lo posible, dadas las ambigüedades inherentes a la profecía) es algo que se sale del alcance de este capítulo, e incluso de este libro. Véase la página web complementaria para un debate más profundo. No obstante, baste decir aquí que es una interpretación bíblica ilegítima plantear la idea de que el Gog y el Magog de Ap 20:7–10 son un Gog y un Magog diferentes a los de Ez 38–39 para conseguir que nuestra explicación de los últimos tiempos funcione. No deberíamos añadirle nada a la Escritura en beneficio de un sistema teológico. Cualquier sistema debe dar razón de Ap 20:7–10 y del hecho de que el templo de Jerusalén y el Edén restaurado siguen a Ap 21–22, igual que el templo idealizado de Ezequiel sigue en Ez 40–48. Las correspondencias y las secuencias no son un accidente. Para un análisis académico de Gog y Magog, véase Sverre Bøe, Gog and Magog: Ezekiel 38–39 as Pre-text for Revelation 19, 17–21 and 20, 7–10, Wissenschaftliche Untersuchungen zum Neuen Testament 135 (Tubinga: Mohr Siebeck, 2001); William A. Tooman, Gog of Magog: Reuse of Scripture and Compositional Technique in Ezekiel 38–39, Forschungen zum Alten Testament 52, second series (Tubinga: Mohr Siebeck, 2011).

12 La conexión “también se expresa en fuentes extrabíblicas … [de] un tirano escatológico (1 Enoc 90:9–16; Asunción de Moisés 8; 2 Baruc (Apocalipsis siríaco) 36–40; 70; 4 Esdras 5:1–13; 12:29–33; 13:25–38” (véase L. J. Lietaert Peerbolte, “Antichrist”, en Dictionary of Deities and Demons in the Bible, 62). Otros vínculos conceptuales resultan ilustrativos. En primer lugar, la Septuaginta en ocasiones intercambia los nombres de Gog y Og, el gigante de Basán. Un autor observa: “En la versión LXXb de Dt 3:1, 13; 4:47, Gog representa el hebreo Og (rey de Basán). Por otro lado, P 967 dice Og en vez de Gog en Ez 38:2” (véase J. Lust, “Gog”, en Dictionary of Deities and Demons in the Bible, 374). Segundo, el nombre “Gog” en Ez 38–39 puede que refleje una personificación de la oscuridad espiritual si deriva de la palabra sumeria gûg (“tinieblas”), aunque esto no es seguro. Véase Daniel I. Block, The Book of Ezekiel: Chapters 25–48, New International Commentary on the Old Testament (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1997–1998), 433–31 (Block cita esta posibilidad basándose en un estudio de P. Heinisch, Das Buch Ezechiel (Bon: Hanstein, 1923), 183. Tercero, el texto de la Septuaginta de Am 7:1 menciona a Gog como el rey de la invasión de langostas que se describe en ese capítulo. La imagen de la langosta en alusión a ejércitos invasores es habitual en el Antiguo Testamento, pero Ap 9 conecta ese lenguaje con entes demoníacos del abismo. Esto es significativo no solo porque el abismo (un término griego, abyssos) tiene relación con el inframundo/Seol, sino también porque los originales hijos de Dios transgresores de Gn 6 (cf. 2 Pe 2:4; Judas 6; 1 Enoc 6–11) estaban encarcelados en un lugar así. Es posible, pues, que Ap 9 describa su liberación al final de los tiempos para participar en una confrontación culminante con Dios y Jesús. Esta matriz de ideas podría estar pensada para contarnos que la invasión de Gog no describe a un enemigo terrenal sino sobrenatural y demoníaco. Pero tal como hemos visto, ambos planos de la realidad se suelen conectar dentro de la épica bíblica. Cuarto, a los gigantes nefilim se les describe como “inicuos” (anomōn) en 1 Enoc 7:6, usando el mismo lema griego que se emplea en 2 Tes 2:8 para describir la figura del anticristo. Quinto, la tradición judía dice que el gran diluvio (y por tanto el episodio de Gn 6:1–4) coincide astronómicamente con la aparición de las Pléyades. Esto es significativo, ya que las Pléyades están astronómicamente conectadas con la constelación de Orión (el gigante), cuya constelación se menciona en el Targum arameo del libro de Job encontrado en Qumrán, que usa nefila (“gigante”) para traducir el hebreo kesil (“Orión”). Véase L. Zalcman, “Orion”, en Dictionary of Deities and Demons in the Bible, 648; Zalcman, “Pleiades”, en ibíd., 657–58.

13 El tema del enemigo del norte también se recoge en Dn 11, un pasaje que muchos eruditos piensan que, de alguna manera, tiene que ver con el anticristo. El enemigo escatológico de Daniel se relaciona con el norte muchas veces. La conocida invasión de Jerusalén por Antíoco IV (Epífanes) en 167 a. C. sigue muchos de los elementos que se detallan en Dn 11. Antíoco atacó desde el norte (era del Imperio seléucida situado al norte, en Asia Menor). Cometió el acto abominable de profanar el templo sacrificando un cerdo sobre el altar (cf. Dn 9:24–27) e hizo que costumbres judías como la circuncisión fueran castigadas con la muerte. Estas ofensas provocaron una rebelión en Jerusalén que desembocó en un breve período de independencia judía. Por lo tanto, aquellos que veían al Gog enemigo en Antíoco puede que también interpretaran el nuevo estado judío independiente como el reino final de Dios. La historia nos enseña claramente que no era ese el caso. Es más, pese a los elementos de precisión observados por los eruditos entre la invasión de Antíoco IV y Dn 11, existen evidentes contradicciones entre el registro de la invasión de Antíoco y partes de Dn 11. Casi dos siglos más tarde, Jesús todavía consideraba la profecía de la abominación desoladora (Dn 9:24–27) como algo todavía futuro (Mt 24:15–21). Independientemente de la cuestión de Antíoco, que se le relacionara con el enemigo del norte de Dn 11 viene a mostrarnos que el motivo del enemigo del norte es importante. Posteriores rabinos judíos y eruditos cristianos primitivos le prestaron una especial atención.

14 Ireneo, el famoso padre de la iglesia, es una fuente antigua para esta manera de pensar (Against Heresies 5.30.2–3). Sin embargo, es en los escritos de Hipólito donde se expresa la idea de una forma más desarrollada. Véase Charles E. Hill, “Antichrist from the Tribe of Dan”, Journal of Theological Studies 46.1 (1995): 99–117. Ireneo vinculó esta sospecha al inframundo y los hijos de Dios caídos de Gn 6:1–4. Ireneo sabía que en 2 Pe 2:4 la palabra para describir el abismo donde estaban encarcelados los entes caídos no era abyssos, como cabía esperar, sino tartaros. Este término era considerado como una esfera inferior al inframundo normal dentro de la mitología griega (véase BDAG, 991). En concreto, era el lugar donde estaban encarcelados los Titanes, gigantes cuasi-divinos. “Titanes” (titanos) era la palabra griega utilizada en muchos pasajes del Antiguo Testamento para referirse a nombres de clanes de gigantes (p. ej., refaim). Ireneo se dio cuenta de que una de las variantes ortográficas de este término (teitan) sumaba “666” según la gematría griega (Against Heresies 5.30.3). (La gematría es un rasgo de algunos idiomas en los que se asigna un valor numérico a cada letra del alfabeto, de modo que las palabras transmiten números y viceversa). Ireneo se mostró partidario de esta respuesta para el número de la bestia porque no era el nombre de un gobernante o figura concretos, sino un tirano malvado, y porque el nombre guardaba relación con el mundo demoníaco. Véase G. Mussies, “Titans”, en Dictionary of Deities and Demons in the Bible, 873; G. K. Beale, The Book of Revelation: A Commentary on the Greek Text, New International Greek Testament Commentary (Grand Rapids, MI; Carlisle, Cumbria: Eerdmans; Paternoster Press, 1999), 718–20.

Michael S. Heiser, El Mundo invisible: Recuperando la cosmovisión sobrenatural de la Biblia, ed. David Lambert, Primera edición. (Bellingham, WA: Editorial Tesoro Bíblico, 2019).

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