¿QUIÉN COMO YAHVÉ ENTRE LOS DIOSES?

Del otro lado del paso del Mar Rojo, este juicio terrenal sobre Egipto se percibe claramente como una conclusión exitosa de un conflicto cósmico en el mundo invisible. Tal como hemos visto tan a menudo anteriormente, detrás de una historia conocida se pierden muchos detalles si no se comprende la cosmovisión cósmica.

Tras haber cruzado la brecha acuática3 sobre tierra seca, Moisés y el pueblo de Israel cantaron las alabanzas del incomparable Yahvé. Este cántico ha quedado registrado para nosotros en Ex 15. Moisés pregunta: “¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses [elim]?” La respuesta a la pregunta retórica es obvia. Yahvé es incomparable. Ningún otro dios es como él. Como dije anteriormente, si los demás dioses eran considerados cuentos de hadas por los israelitas, esta declaración es, en el mejor de los casos, un chiste, y, en el peor, una mentira.

¿Por qué, entonces, el Salmo 74:12–17 describe el paso como si se tratara de la derrota de un monstruo marino?

12 Pero Dios es mi rey desde tiempo antiguo;

El que obra salvación en medio de la tierra.

13 Dividiste el mar [yam] con tu poder;

Quebrantaste cabezas de monstruos [tanninim] en las aguas.

14 Magullaste las cabezas del leviatán [liwyatan],

Y lo diste por comida a los moradores del desierto.

15 Abriste la fuente y el río;

Secaste ríos impetuosos.

16 Tuyo es el día, tuya también es la noche;

Tú estableciste la luna y el sol.

17 Tú fijaste todos los términos de la tierra;

El verano y el invierno tú los formaste.

¿Ha captado el lenguaje? Dios “abrió de par en par el mar” y aplastó las cabezas de los “monstruos marinos” (tanninim) y de Leviatán (liwyatan), dándole a las bestias como alimento para las “criaturas que moran en el desierto”. Dios abrió “la fuente y el wadi”, dos términos que se suelen relacionar con fuentes de agua en el desierto, y secó los “ríos”. ¿Qué le sucedió al mar?

Para complicarlo todo un poco más, el salmo presenta una serie de alusión a Génesis 1. En el capítulo original sobre la creación, Dios también “separó las aguas” (Gn 1:6–7). Prácticamente todo el lenguaje de los versículos del Salmo 74:16–17 se pueden encontrar en Génesis 1 (Gn 1:4–5, 9–10, 14–18).

¿Confundido? Un antiguo israelita no habría tenido ninguna dificultad para descifrar el mensaje del Salmo 74 y reconocer que relaciona el paso del éxodo con la creación, y que luego conecta ambos eventos con la muerte de un monstruo marino conocido como Leviatán.4

La imaginería simbólica de Leviatán y el “mar” (yam) es bien conocida por la literatura de Ugarit, una ciudad-estado de la antigua Siria.5 De las historias que han sobrevivido de Ugarit, una de las más famosas describe cómo Baal se convirtió en rey de los dioses. Esta historia es el telón de fondo del Salmo 74.

El relato épico describe la lucha de Baal contra Yamm, una deidad simbolizada como una fuerza caótica y violenta que a menudo se describe como un monstruo marino con forma semejante a la de un dragón. Presentado de esta guisa, Yamm también era conocido por los nombres de Tannun o Litanu. El solapamiento con la terminología bíblica es evidente. Baal derrotó al mar embravecido y al monstruo marino, obteniendo “dominio eterno” sobre los dioses. La moraleja de la historia ugarítica es que el rey supremo de los dioses (Baal) tiene poder sobre las impredecibles fuerzas de la naturaleza.6

Génesis 1 y 2 no son los únicos textos bíblicos que presentan la historia de la creación. El Salmo 74 también lo hace, en su caso describiendo la victoria de Yahvé sobre las fuerzas del caos primigenio. Yahvé trajo orden al mundo, convirtiéndolo en habitable para la humanidad, su pueblo por así decirlo. El acto de la creación descrito en el Salmo 74 era teológicamente crucial para establecer la superioridad de Yahvé sobre todos los demás dioses. Baal no era el rey de los dioses, tal como proclamaba la historia ugarítica, sino Yahvé.

Tampoco lo eran Faraón o cualquier otra divinidad egipcia. Al relacionar el acontecimiento del éxodo —el apaciguamiento de las aguas caóticas para que el pueblo de Yahvé pudiese pasar a través de ellas sin sufrir daño alguno— con la historia de la creación, los autores bíblicos estaban evidenciando un mensaje sencillo y poderoso. Yahvé es rey de todos los dioses. Él es el señor de la creación, no Faraón, el cual, dentro de la teología egipcia, era responsable de mantener el orden de la creación. El mismo Dios que creó también mantiene esa creación, y la llama a ponerse a su servicio cuando es necesario.7

No es de extrañar que en Ex 15:11 Moisés, al otro lado de las aguas, pregunte: ¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses?

Nadie en el mundo antiguo, fuera israelita o no, habría pasado por alto el impacto teológico. Estos pasajes no dejaban ningún lugar a dudas sobre quién era el rey del mundo invisible, y de qué parte estaba ese rey. Como creador, Yahvé había hecho el mundo habitable para toda la humanidad. Pero las naciones habían sido abandonadas. Ahora se describía nuevamente al mismo Dios como aquel que sojuzgaba las fuerzas del caos para liberar a su porción, Israel, para el cual había preparado un lugar: la tierra prometida.

Pero antes de llegar a la tierra, Yahvé necesitaba enseñarle a su pueblo unas cuantas cosas. Es el momento de algunas lecciones de teología en un lugar llamado Monte Sinaí, la nueva morada terrestre de Yahvé, el cuartel general de su consejo invisible.

3 Los israelitas cruzaron las aguas del “Mar Rojo” (Ex 15:4). La frase bíblica es yam suf, traducida por la mayoría de los expertos como “mar de las cañas” (la palabra “rojo” en hebreo es edomʾ, que no aparece con yam, “mar”). La redacción del texto y su traducción han desembocado en voluminosos debates sobre la ubicación del paso. Para confundir todavía más las cosas, Nm 33:8 dice que los israelitas “pasaron por en medio del mar al desierto” y presenta a los israelitas en el “Mar Rojo” (yam suf) días después (Nm 33:10–11). Los eruditos han ofrecido una serie de métodos para reconciliar los relatos, si bien todos ellos dependen en algún punto de cierta especulación. Para nuestros propósitos, la propuesta de que yam suf describe tanto una ubicación real como las aguas primigenias del caos resulta de lo más interesante, especialmente a la luz de la posterior discusión del Sal 74. Véase la página web complementaria para mi interacción con los siguientes dos artículos: N. H. Snaith, “ים סוֹף: The Sea of Reeds; The Red Sea”, Vetus Testamentum 15.3 (July 1965): 395–98 (obsérvese que la puntuación hebrea en el título del artículo es la de Snaith); Bernard F. Batto, “The Reed Sea: Requiescat in Pace”, Journal of Biblical Literature 102.1 (1983): 27–35.

4 He omitido el análisis de las fuerzas del caos—el tema del bien conocido símbolo de Leviatán en la antigüedad—y los relatos bíblicos de la creación. Véase la página web complementaria.

5 He mencionado y descrito Ugarit en el capítulo 6.

6 Otros pasajes veterotestamentarios se refieren a Leviatán usando descripciones que encontramos en tablillas ugaríticas. En algunas historias de Ugarit se describe a Litanu como una “serpiente tortuosa” y una “serpiente escurridiza”. Esas frases se utilizan literalmente en alusión a Leviatán en Is 27:1 y Job 26:13 (nvi).

7 Yahvé aparece frecuentemente en un torbellino de fuego, rayo y tempestad, identificándose de esta manera a sí mismo como la fuente y el controlador de todas esas fuerzas (Job 22:14; 38:1; Sal 97:2; 104:3; Nah 1:3). Él es el Señor de los ejércitos de los cielos, el rey de todos los dioses (Dt 10:17; 2 Cr 2:5; Sal 86:8; 95:3; 96:4; 136:2).

Michael S. Heiser, El Mundo invisible: Recuperando la cosmovisión sobrenatural de la Biblia, ed. David Lambert, Primera edición. (Bellingham, WA: Editorial Tesoro Bíblico, 2019).

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