La Tora; pedagoga del pueblo, teóloga del camino

La Ley regula las relaciones fundamentales y vitales del ser humano: relaciones con Dios, con el prójimo y con la creación. En ese sentido, la Ley nos muestra el camino de regreso al huerto de Edén, a la armonía original. Además, la Ley establece la manera en que podemos llevar una vida equilibrada e integral. Al mostrarnos que existe una relación íntima entre las dos tablas de la Ley (el amor a Dios y el amor al prójimo), impide que nos desequilibremos llevando una vida centrada solamente en Dios pero que descuida al prójimo o viceversa. Ambas relaciones deben mantenerse en equilibrio. Ninguna puede ser saludable si se olvida la otra. [5]

La responsabilidad para con nuestro prójimo está presente en la Ley que Dios le dio a Israel como nación cuando ésta surgió a la historia como resultado de un acto liberador de Dios (el éxodo). El mandato: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» ( Lv.19:18) se especifica y desglosa en todo el Pentateuco, en las múltiples circunstancias de la vida cotidiana, sean éstas en el hogar, en el trabajo, en la sociedad o en las relaciones internacionales.

Así aprendemos que en la Ley de Dios no sólo se protegen los derechos humanos fundamentales sin distinción de clase social, nacionalidad, religión o raza (como bien lo ilustran los Diez Mandamientos), sino que de manera especial se protege a aquellos que, en la estructura social y política de la vida comunitaria, son fáciles presas y víctimas de los pecados de otros. Se ampara a aquellos que por su posición económica (pobres y esclavos), legal y social (huérfanos y viudas), moral (criminales y «pecadores») e incluso racial y religiosa (extranjeros) pueden ser ignorados por sus semejantes, abandonados en su miseria y/o explotados por la opresión e injusticia de quienes se encuentran en posiciones ventajosas y privilegiadas.

La Ley de Dios advierte al creyente tanto de la injusticia que se comete siendo indolente e insensible a las necesidades humanas, como de la que se comete con actos violentos contra quienes no pueden defenderse. Dios detesta a ambas por igual: son violaciones flagrantes de los derechos que estamos llamados a respetar y de la justicia que debemos practicar. La Ley le enseñaba al israelita recién redimido cómo restaurar y mantener las múltiples relaciones con las que el ser humano fue creado: el shalom. «Shalom se expresa en una comunidad responsable, en la que las leyes de Dios para la multifacética existencia de sus criaturas son obedecidas.»[6] De esta manera, Israel sería luz de las naciones («un reino de sacerdotes y gente santa») en la medida en que practicara la ley de Dios que, de acuerdo con la enseñanza de Jesús, se resume en el amor a Dios y al prójimo.

Por ello, Dios condiciona el cumplimiento de la misión universal de Israel. En la medida en que el pueblo obedezca la Tora, será «bendición» a todas las familias de la tierra: «Si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto …»

[5] Por ello es que en su esencia moral la Ley está vigente con toda su fuerza haste hoy. Jesús mismo dijo que él no vino para abrogar la Ley sino para cumplirla (Mt. 5:17) e hizo del amor a Dios y el amor al prójimo (resumen de la Ley y los profetas) el deber fundamental y supremo de sus seguidores (Mt 5:19–20; 7:12; 19:18–19; 22:34–40).

[6] Nicholas Wolterstorff, Until justice and Peace Embrace, Eerdmans, Grand Rapids, 1983, p. 71.


Padilla, C. R. (1998). Bases bíblicas de la misión: perspectivas latinoamericanas (pp. 114-115). Nueva Creación.

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