La confesión de Pedro

Mateo 16:16, RVR1960

«Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente».

Introducción

Preguntas y respuestas era el método de Jesús que se destaca en la tradición de los evangelios. En la tradición mateína aparece Jesús preguntando a los discípulos sobre la opinión que aquel círculo de los allegados, tenían acerca de su persona: «Él, luego de ellos expresarse, pregunta quién era Él para ellos. La confesión de Simón Pedro fue: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente’ (Mt. 16:16). Jesús lo encomió por haber recibido esta verdad declarada como revelación del Padre celestial» (Mt. 16:17).

1. La pregunta de Jesús

«¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?» (Mt. 16:13).

El lugar donde se formuló este interrogante es «la región de Cesarea de Filipos» (Mt. 10:13). Este lugar está a unas 25 millas de Capernaum. Se identifica con Banias, que es una deformación del nombre Panias, dios de la mitología griega, ya que la mayoría de los árabes no pueden pronunciar la letra ‘p’ porque en su lengua no existe, y la pronuncian como ‘b’. En vez de decir, «padre», dicen «badre». Esto lo he comprobado yo mismo en mis muchos viajes al Medio Oriente. Banias está al pie del monte Hermón, donde nace el manantial principal que nutre al río Jordán (este servidor ha estado allí muchas veces). Aquel lugar es sumamente rocoso y sería una buena escenografía para la alusión que hace Jesús a «Petros» (Pedro) y «petra» (roca).

La tradición joanina no señala un lugar específico, más señala que lo hizo «en el camino»: «Salieron Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Quién dicen los hombres que soy yo?» (Mc. 8:27).

A Jesús le interesaba saber «quién» se decía que era Él. Es importante saber quiénes somos nosotros comparados con otros, que se dice acerca de nuestra persona y actividades. Jesús lo sabía todo, pero quería sacar información de sus discípulos.

«Aconteció que mientras Jesús oraba aparte, estaban con él los discípulos, y les preguntó, diciendo: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, que algún profeta de los antiguos que ha resucitado. Él les dijo: ¿Y vosotros, quién decís que soy? Entonces respondiendo Pedro, dijo: El Cristo de Dios» (Lc. 9:18–20).

A Jesús se le comparó con Juan el Bautista (Mt. 16:14). Su mensaje del «reino de Dios» era el mismo. Herodes, llegó a creer que Jesús de Nazaret era Juan el Bautista que había resucitado. Tanto Juan el Bautista como Jesús se oponían a las tradiciones farisaicas y a otros extremos religiosos. Ambos fueron dos radicales, no conformistas, teólogos de liberación.

A Jesús se le comparó con Elías (Lc. 9:19). A quien veían como el profeta que vendría en los tiempos finales. Hasta el día de hoy, los judíos en la celebración de la Pascua, a la copa de la Pascua le llaman «La Copa de Elías». A la silla de la circuncisión en las sinagogas la llaman «La Silla de Elías». Esto lo he aprendido y visto en los treinta viajes a la Tierra Bíblica y a la Gran Sinagoga de Jerusalén.

A Jesús se le comparó con Jeremías (Mt. 16:14). El famoso «profeta llorón» como había sido apodado este vocero veterotestamentario. Es probable que las denuncias religiosas y sociales de Jesús de Nazaret tuvieran eco en los pronunciamientos proféticos de Jeremías.

A Jesús se le comparó con alguno de los profetas (Mt. 16:14). De alguna manera, para muchos, Jesús era uno de esos profetas de la antigüedad. se le equiparaba al mismo nivel que aquellos. Pero Él era más que aquellos profetas. Él era el profeta: «Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea» (Mt. 21:11).

Analicemos este interrogante: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?». Ya sabemos ‘quién’ decían los hombres que era Él. ¿Pero qué dice la humanidad hoy, ‘quién’ es Él?

¿Fue Jesús un humanista? Para muchos Jesús de Nazaret fue el epítome de la humanidad, la humanidad perfecta completada en un ser humano, que ayudado por Dios a quien Él llamó Padre, logró realizar al máximo el potencial humano. Pero Jesús de Nazaret fue más que un humanista.

¿Fue Jesús un revolucionario? Otros ven en Jesús de Nazaret el revolucionario de la historia, que se puso del lado de los despreciados, los destituidos, los marginados, los no queridos y a favor de ellos hizo justicia social. La famosa teología de la liberación, que tuvo mucho eco en la América Latina, enfatizaba este postulado liberacionista social en Jesucristo. Pero Jesús de Nazaret fue más que un revolucionario social.

¿Fue Jesús un profeta futurista? Algunos opinan que Él se movió en las ruedas del profetismo, condenando la injusticia y proclamando un reino utópico de paz y de amor. Pero Jesús de Nazaret fue más que un profeta futurista.

¿Fue Jesús un mesías judío? La fe religiosa judía siempre abrigó y abriga la esperanza de un mesías que los visitaría. Para muchos Jesús de Nazaret fue una piedrecita más en un rosario mesiánico del judaísmo. Un mesías que su generación creó porque lo necesitaba. Pero Jesús de Nazaret fue más que un mesías judío.

¿Fue Jesús un reformador? Hay quienes ven en Jesús de Nazaret un reformador del judaísmo, el iniciador de una nueva religión llamada cristianismo. Pero Jesús de Nazaret fue más que un reformador religioso.

¿Fue Jesús un maestro ejemplar? Jesús de Nazaret descolló como maestro, impactó con sus enseñanzas espirituales, y muchos lo ven como un pedagogo ejemplar. Pero Jesús de Nazaret fue más que un maestro ejemplar.

¿Fue Jesús un predicador idealista? Eso es lo que algunos ven en Jesús de Nazaret, un predicador de ética y moral, que con principios alimentados por el amor y la esperanza trasformó espiritualmente la vida de muchos seres humanos. Pero Jesús de Nazaret fue más que un predicador idealista.

¿Fue Jesús un sanador o milagrero? Para algunas personas Jesús de Nazaret fue un instrumento de parte de Dios, sanando o haciendo milagros para un mundo necesitado. Pero Jesús de Nazaret fue más que un sanador o milagrero. Él hace milagros pero se le debe conocer más allá de los milagros.

¿Fue Jesús un motivador positivo? Jesús de Nazaret motivó al ser humano a sacar lo mejor de sí mismo. Sus palabras sembraron y siembran en los oídos de las personas, un deseo de superación humana. Pero Jesús de Nazaret fue más que un motivador social.

Jesucristo no es de la izquierda, ni es de la derecha, es del centro. No es legalista, ni es liberal, es neutral. No es calvinista, ni arminiano, es Salvador. No es bautista, ni pentecostal, es Soberano No es republicano, ni demócrata, es Redentor. Jesús es todo lo que necesitamos.

2. La revelación a Simón Pedro

«Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mt. 16:16).

Después de Jesús escuchar de sus discípulos lo que otros decían de Él, les preguntó de nuevo a ellos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt. 16:15).

El mundo tiene muchas opiniones acerca de Jesús de Nazaret, pero ¿quién es Jesús para ti? ¿Es tu Salvador? ¿Es tu Sanador? ¿Es tu Perdonador? ¿Es tu Guía? ¿Es tu Ayudador? ¿Es tu Protector? ¿Es tu Proveedor? ¿Es tu Pacificador? ¿Es tu Defensor? ¿Quién es Jesús de Nazaret en tu vida?

Muchos saben «quién» fue Jesús en su pasado, saben «quién» será en su futuro, pero no saben «quién» es Jesús en su presente. La relación que tenían antes con Jesús de Nazaret, no es la misma que tienen ahora. Antes le servían más, ahora le sirven menos; lo buscaban más, y ahora lo buscan menos; hablaban más con Él, y ahora hablan menos con Él. Trabajaban más para Él, y ahora trabajan menos para Él.

«Sin embargo, hay algo que no me gusta de ti, y es que ya no me amas tanto como me amabas cuando te hiciste cristiano. Por eso, acuérdate de cómo eras antes, y vuelve a obedecer a Dios. Deja de hacer lo malo, y compórtate como al principio. Si no lo haces, yo iré a castigarte y quitaré tu candelabro de su lugar» (Apoc. 2:4–5, TLA).

Simón Pedro, el colérico, el ligero, el rápido, el que tenía tres velocidades en su transición humana, ligero, más ligero y súper ligero (otros son lentos, más lentos y súper lentos) respondió: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mt. 16:16).

El apóstol Pedro confesó a Jesús de Nazaret como Cristos (Mesías) y como Huios et Theos. Lo máximo que se podía decir de Jesús es que era el Mesías y que era el Hijo de Dios. Y eso lo declaró Simón Pedro.

El teólogo Paul Tillich al analizar una de las declaraciones de fe que más ha influenciado al cristianismo, escribió al particular:

«El cristianismo no nació con el nacimiento del hombre llamado ‘Jesús’, sino en el momento en que uno de sus seguidores se sintió impulsado a decirle: ‘Tú eres el Cristo’, y el cristianismo seguirá existiendo mientras haya hombres que repitan esta aserción. Porque el acontecimiento en el que se basa el cristianismo posee dos vertientes: el hecho que llamamos ‘Jesús de Nazaret’ y la recepción de este hecho por parte de quienes recibieron a Jesús como el Cristo.

Según la tradición primitiva, el primero que recibió la revelación de Jesús como el Cristo entre los apóstoles se llamaba Simón Pedro. Este acontecimiento nos es narrado en un relato que figura en el centro del evangelio de Marcos; tuvo lugar cerca de Cesarea de Filipo y constituye el punto crucial de todo el evangelio» (Teología Sistemática II. La Existencia y Cristo, Ediciones Sígueme, Salamanca 1982).

La respuesta de Simón Pedro fue elogiada, estimada y valorizada por Jesús de Nazaret. Aún nosotros, a dos milenios de distancia, hacemos coro a las palabras de este apóstol. A este discípulo Jesús le encomió con este macarismo: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt. 16:17).

Jesús al hablarle a Simón Pedro, lo llama «Simón, hijo de Jonás», dejándonos saber que ese era su nombre completo. Su padre se llamaba Jonás. Lo que el apóstol Pedro confesó del mesianismo de Jesús de Nazaret, más que un dato informativo que alguien le dio, fue una revelación que le llegó desde el mismo cielo.

Nueva Versión Internacional: «Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás –le dijo Jesús–, porque eso no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo».

Traducción En Lenguaje Actual: «Jesús le dijo: –¡Bendito seas, Pedro, hijo de Jonás!, porque no sabes esto por tu propia cuenta, sino que te lo enseñó mi Padre que está en el cielo».

Toda revelación acerca de Cristo está en su Palabra, la Biblia. La revelación que debemos nosotros recibir es de la Palabra Escrita. Esta nos debe ser revelada por el Espíritu Santo.

«Todo lo que está escrito en la Biblia es el mensaje de Dios, y es útil para enseñar a la gente, para ayudarla y corregirla, y para mostrarle cómo debe vivir. De ese modo, los servidores de Dios estarán completamente entrenados y preparados para hacer el bien» (2 Tim. 3:16–17, TLA).

A Simón Bar Jonás no se lo reveló carne y sangre, pero a muchos las revelaciones les llegan y se las revelan la carne y la sangre. Alguien dijo a alguien, que alguien le dijo, pero no lo reveló el Espíritu Santo.

Jesús le añadió a lo dicho a Simón Pedro: «Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificare mi iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (Mt. 16:18).

La tradición bizantina, copta, etíope, armenia, católica romana y otras tradiciones toman posturas diferentes sobre el Primado de Pedro basados en Mateo 16:18–19. Solo la Iglesia Católica Romana ve a Simón Pedro como el Primer Papa; las otras tradiciones lo ven como el Primer Obispo. El primado o encargo dado a Simón Pedro no lo hizo cabeza de la Iglesia, ni infalible, ni supremo.

«Pedro» significa «roca» y «piedra» y viene del griego Pétros y del arameo Cefas. Pétros es el masculino de Petra. Es aquí donde se hace alusión al hecho de que Jesús afirmara ese nombre de Pedro. La expresión «… y sobre esta roca edificaré mi iglesia…» ha tenido tres interpretaciones:

(1) La interpretación de que Simón Pedro era esa «roca» de acuerdo a la tradición católica romana. Y según estos, Jesús de Nazaret le dio a Pedro prerrogativas e infalibilidad papal, y de él ha pasado a la descendencia papal.

En la Basílica de San Pedro en Roma, observé que el altar mayor solo es utilizado por el Papa. Y está ubicado sobre el supuesto sepulcro de Simón Pedro. Cerca se tiene el sepulcro del Papa Juan XXIII. En la bóveda baja mortuoria de los Papas, donde estaba Juan XXIII, se tiene ahora a Juan Pablo II.

(2) La interpretación de que se refiere a la verdad revelada a Pedro, de que Jesús era el Mesías. Es decir, que sobre esa verdad sería establecida la Iglesia. Para los Ortodoxos Griegos, evangélicos, Jesucristo no edificó su Iglesia sobre Pétros, sino sobre petra (la roca).

«En Dios solamente está acallada mi alma; de él viene mi salvación. Él solamente es mi roca y mi salvación; es mi refugio, no resbalaré mucho» (Sal. 62:1–2).

«Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza. Él solamente es mi roca y mi salvación. Es mi refugio, no resbalaré. En Dios está mi salvación y mi gloria; en Dios está mi roca fuerte, y mi refugio» (Sal. 62:5–7).

(3) La interpretación de que Jesús es la verdadera «Roca» de la salvación y del fundamento de la Iglesia. La Iglesia está edificada sobre Cristo como la «Roca». Jesús es la Gran Piedra sobre la cual está edificada la Iglesia.

«Amados hermanos, no quiero que se olviden de lo que les sucedió a nuestros antepasados hace mucho tiempo en el desierto. Todos fueron guiados por una nube que iba delante de ellos y todos caminaron a través del mar sobre tierra seca. Todos ellos fueron bautizados en la nube y en el mar como seguidores de Moisés. Todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma agua espiritual. Pues bebieron de la roca espiritual que viajaba con ellos, y esa roca era Cristo. Sin embargo, Dios no se agradó con la mayoría de ellos, y sus cuerpos fueron dispersados por el desierto» (1 Cor. 10:1–5, NTV).

La declaración, «… y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella». En Cesarea de Filipos al pie del monte Hermón hay una gruta que se conocía como la Puerta del Hades, donde se adoraba al dios Pan con cuerpo humano, cuernos de cabra en la cabeza, pies cubiertos de piel de cabra y cascos en los pies de cabra. Y se presenta tocando una flauta. Era un lugar con diferentes templos a dioses romanos.

Pero aún más, aquellos que hemos visitado Cesarea de Filipos, yo unas 20 veces, sabemos por la historia y comprobamos con los hallazgos arqueológicos que allí frente a esa gruta donde nacía el manantial de Banias, se levantó la ciudad de Paneas para el dios Pan.

Según la mitología griega el dios Pan protegía a los pastores y a los rebaños en las grutas. Pan era también el dios de la fertilidad y la sexualidad. En los bosques perseguía a las jóvenes vírgenes. Andaba con una vara o una flauta o sinfonía. Era mitad humana y de la cintura hacia abajo tenía la forma de cabra. La palabra «pánico» viene de ese nombre del dios Pan. Un terremoto movió el nacimiento del manantial un poco más abajo como se ve hoy día.

Herodes El Grande construyó allí un templo romano. Luego su hijo Herodes Filipo construyó una ciudad herodiana en honor a Tiberio Cesar y le dio el nombre de Cesarea de Filipos para aparecer él también, y así no ser confundida con la Cesarea Marítima construida por su padre Herodes El Grande. Jesús de Nazaret llamó a aquella gruta «las puertas del Hades» o «las puertas del Infierno», haciendo alusión al culto del dios Pan, otras deidades y al culto del mismo emperador romano. Se encontró una inscripción del año 87 que menciona al dios Pan y a la ninfa de la montaña llamada Eco.

Alfonso Ropero Berzosa dice: «Después de la derrota de Marco Antonio, que había sido apoyado por Herodes, Augusto empezó a tener relación con Palestina. En contra de todo lo esperado, trató bondadosamente a Herodes, lo confirmó como rey, y añadió Samaria y Gádara a sus dominios. Herodes ofreció una lealtad sin límites a Augusto y erigió en su honor un templo de mármol blanco en Cesarea de Filipos» (Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia, Editorial CLIE, Barcelona 2013).

Desde luego el Hades se refería al lugar donde se confinaban los que habían fallecido. Hades significa «morada de los difuntos». En la mitología griega Hades era el dios del inframundo y se conocía en la mitología romana como Plutón. Y para Jesús de Nazaret y para la Iglesia, el Hades no sería una prisión. El Señor descendió al Hades y tomó de allí la cautividad para el cielo. La Iglesia nunca descenderá al Hades.

Alfonso Ropero Berzosa declara: «Según la concepción grecorromana, el inframundo estaba dividido en dos regiones: el Érebo, donde los muertos entran en cuanto mueren, y el Tártaro, la región más profunda, donde se había encerrado a los titanes. Era un lugar oscuro y funesto, habitado por formas y sombras incorpóreas, y custodiado por Cerbero, el perro de tres cabezas y cola de dragón. Siniestros ríos separaban el mundo subterráneo del mundo superior, y el anciano barquero Caronte conducía a las almas de los muertos a través de estas aguas. Los griegos enterraban a sus muertos, o los incineraban, con una moneda entre los dientes, para que el alma la ofreciera en pago a Caronte». (Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia).

El Salmo 16:9–10, un salmo mesiánico, profetizó: «Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente, porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción».

En Hechos 2:25–27, Simón Pedro citó el Salmo anterior como cumplimiento a la resurrección del Señor Jesucristo: «Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí, porque está a mi diestra, no seré conmovido. Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, y aun mi carne descansará en esperanza, porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción».

En Apocalipsis 1:17–18, el Cristo glorificado y ascendido, proclama su total victoria sobre la muerte y el Hades, al declarar que tiene las llaves como símbolo de su autoridad:

«Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas, yo soy el primero y el último, y el que vivo, y estuve muerto, mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades».

¡La Iglesia de Jesucristo es invencible! ¡Nadie ni nada ha podido destruir la Iglesia! Ante la Iglesia, el infierno cierra las puertas del mismo. Con la proclamación del evangelio, los predicadores cierran «las puertas del Hades». Cuando un alma se convierte a Jesucristo se cierran «las puertas del Hades». Los enemigos de la cruz sacrificaron a los mártires cristianos, destruyeron templos, pero no han podido ni podrán destruir a la Iglesia de Jesucristo. ¡La Iglesia de Jesucristo es indestructible!

Esto habla de seguridad eterna para el creyente. De protección presente para cada hijo de Dios, que ha nacido de nuevo. En Jesucristo estamos asegurados para la eternidad.

El Testamento Nueva Vida parafrasea así: «Y las potencias del infierno no podrán vencer a mi iglesia». Esto descarta las supuestas maldiciones generacionales de muchas enseñanzas, de que los creyentes necesitan ser liberados, y la enseñanza de demonios posesionando a creyentes.

Aunque no negamos, que cuando uno se convierte, y ha corrido alguna maldición sobre la familia comienza a correr una bendición generacional. En mi familia había una cadena de muchachos socialmente descontrolados, yo me convertí, cerca de cincuenta años después tenemos una cadena de policías: mi hermana se casó con un policía, mi sobrina es policía y está casada con un policía, yo ejercí por 21 años como capellán con el Departamento de Servicios Correccionales en el Estado de Nueva York. Y así sigue la cadena en otros familiares. Nos hemos llenado de ministros ordenados, mi suegra, mi esposa, mi hija, mi yerno, mi hermano, mi hermana, mi sobrino. ¡Jesucristo ha levantado una generación que le sirve!

«Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos» (Mt. 16:19).

Las «llaves del reino de los cielos» representan la acción de proclamar y de enseñar el evangelio de Jesucristo. Simón Pedro utilizó una de las «llaves» cuando inauguró la época de la iglesia predicando en el día de Pentecostés (Hch. 2:14–39); en el pórtico de Salomón (Hch. 3:11–26); y en la casa de Cornelio el centurión (Hch. 10:34–47).

El predicar y enseñar el evangelio son «las llaves» con las cuales abrimos el «reino de los cielos» para los no creyentes. Cuanto más predicamos a un mundo que necesita conocer a Jesucristo, más abrimos «los cielos» para traerles esperanza a estas almas necesitadas.

A Simón Pedro también se le dio autoridad de atar y desatar en la tierra, y esa misma acción sería ratificada en los cielos. Eso implicaba, según los rabinos, prohibir y permitir. Esa autoridad no fue solo dada a Pedro, sino también a todos los otros once discípulos (Mt. 18:18); y según el ante-texto de Mateo 18:15–17, tiene que ver con la aplicación de la disciplina congregacional.

«Si uno de mis seguidores te hace algo malo, habla con él a solas para que reconozca su falta. Si te hace caso, lo habrás ganado de nuevo. Si no te hace caso, llama a uno o dos seguidores míos, para que te sirvan de testigos. La Biblia enseña que toda acusación debe hacerse frente a dos o más testigos. Y si aquel no les hace caso, infórmalo a la iglesia. Y si tampoco quiere hacerle caso a la iglesia, tendrás que tratarlo como a los que no creen en Dios, o como a uno de los que cobran impuestos para el gobierno de Roma» (Mt. 18:15–17, TLA).

Este relato se cierra con este versículo: «Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo» (Mt. 16:20). De esa expresión «Jesús el Cristo» se originó el nombre compuesto «Jesucristo». Al igual que Juan el Bautista, Jesús el Cristo, es nombre y función. Esta era una verdad muy prematura para ser compartida por los discípulos del Señor.

Cuando el sumo sacerdote Caifás interrogaba a Jesús después de ser arrestado en Getsemaní le cuestionó: «Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios» (Mt. 26:63).

Jesús entonces le contestó: «Tú lo has dicho, y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo» (Mt. 26:64).

Los soldados del templo se burlaron de Él: «Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó» (Mt. 26:68). Pilato, el gobernador romano, le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos? Y Jesús le dijo tú lo dices» (Mt. 27:11).

Todo esto nos deja ver claro, lo que la confesión de Simón Pedro implicaba en aquellos días, al reconocer a Jesús como el Cristo. Era declararlo el Mesías. ¡Esa afirmación significaba la muerte!

Conclusión

En su confesión, Pedro afirmó que Jesús era el Mesías, el Cristo. Y esto debe motivarnos a nosotros a confesar públicamente quien fue Jesucristo y quien es Jesucristo para nosotros.

RVR1960 Reina Valera de 1960

TLA Traducción En Lenguaje Actual

Silva Bermúdez, K. (2019). Sermones actuales sobre Pedro: Homilías sobre los Evangelios Sinópticos (pp. 73–82). Barcelona, España: Editorial CLIE.

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