Revelación e inspiración

Un mensaje central

No obstante esta variedad de ambientes y formas literarias, hay una fuerte unidad de propósito en la Biblia. El teatro, la historia y la ley se emplean para aclarar el mensaje central. Sin duda esta es la razón por la cual la palabra Biblia llegó a significar no sólo muchos libros, sino un libro (en griego «Biblia» es plural, pero se transformó en el latín «Biblia» que es singular).

¿Cuál es este mensaje central? Está contenido en una palabra: SALVACIÓN. Dios proveyó esta salvación, y en el acto mismo de proveerla expresó su significado. Se envió a sí mismo en un Hijo, Jesús, el cual enseñó y vivió la salvación del pecado. En la cruz, Dios proveyó el medio de salvación, y la vida y muerte de Jesús provocan en el hombre una respuesta en pro o contra de Dios. Dios continúa mostrándonos la salvación en su «Iglesia», palabra empleada tanto en el Nuevo Testamento (Mateo 16:8 «edificaré mi iglesia») como en el Antiguo Testamento griego. Dios expresó la salvación en su Palabra Escrita (Biblia), la dramatizó en su Palabra Viviente (Jesucristo), y la demuestra hoy día en su Palabra Perenne (el Espíritu Santo en su Iglesia).

Revelación

La Biblia es la revelada (sin velo, descubierta) Palabra de Dios respecto a la salvación del hombre. El mensaje central de la Biblia es suma y esencia de esa revelación. Este mensaje o revelación Dios lo escenificó a la vez que lo expresó con palabras. Lo escenificó en los grandes acontecimientos de la historia bíblica: el Éxodo, la entrega de la ley a Moisés, la liberación del cautiverio asirio en el siglo VIII A.C., el regreso del exilio babilónico, y especialmente en su Hijo Jesucristo que vivió, murió, resucitó y ascendió al Padre para ser nuestro Mediador.

Junto a esos actos salvadores hubo palabras proféticas. Moisés fue el portavoz de Dios ante los israelitas en tiempos del éxodo, el cronista de los Diez Mandamientos y los detalles de la Ley; los profetas —especialmente Isaías— hablaron en nombre de Dios con palabras de amonestación y aliento durante la amenaza asiria; otros profetas declararon la Palabra de Dios durante el regreso de los exiliados. En el Nuevo Testamento tenemos la historia de Jesucristo, mediante el cual habló Dios mismo. La Biblia combina y entrelaza los potentes actos de Dios (véase Salmo 145) con la profética Palabra de Dios. Es en este entrelazamiento de materiales dramáticos que la revelación se expresa. Historia y profecía eran una sola cosa en el sentido de ser ambas vehículos para comunicar el mensaje de Dios. Quizá sea por esto que en la Biblia hebrea los libros históricos forman un solo conjunto con los libros de los profetas.

Revelación y respuesta

Dios reveló su propósito y voluntad para provocar en el hombre una respuesta. La Biblia, especialmente el Antiguo Testamento, registra no solamente los actos de Dios sino también las reacciones del hombre. Es posible rastrear los altibajos en las reacciones de los hebreos. Eran obedientes, pero muy a menudo desobedecían (el libro de los Jueces es especialmente gráfico al respecto). Así como la revelación de Dios se expresó tanto en actos como en palabras, las reacciones del hombre tuvieron doble expresión. Tanto las palabras como los actos de los israelitas constan en el Antiguo Testamento, y en el Nuevo Testamento se nos presenta con sorprendente claridad la teología y sus resultados en la práctica. Las palabras «obediencia» y «desobediencia» resumen la reacción del hombre respecto a la revelación de Dios.

Revelación e inspiración

La palabra «inspiración» significa «soplo hacia afuera». Ya que Dios inspiró la Biblia esta es un producto divino. Los hombres fueron los vehículos de que Dios se valió para dar a su mensaje forma escrita. Cómo se realizó esto, es un misterio; que se realizó, es un hecho. La inspiración y la revelación van de la mano. Nuestra inspirada Biblia es en verdad la revelación escrita, así como las palabras de Jesús fueron la revelación hablada. Las palabras y hechos de Dios expresados en dramas de la vida real fueron la revelación para los israelitas; la crónica de dicho drama es la revelación para nosotros siglos más tarde. La viva historia redentora es revelación, así como lo es la narración escrita de aquella historia. La inspiración y la revelación se complementan mutuamente; están entretejidas. Ambas fueron y son necesarias para el mantenimiento y crecimiento de la Iglesia. La revelación y la inspiración se produjeron cuando los hombres fueron capacitados para ver y escribir los potentes actos y las proféticas palabras de Dios. De modo que el ver y el anotar constituyeron dones milagrosos del Espíritu de Dios en hombres y mentes ardorosos e iluminados.

La Palabra revelada y su autoridad

La expresión «Así dice Jehová» aparece unas 359 veces en la Palabra la Biblia. Dios ha hablado en su Palabra revelada, y el hombre tiene que responderle negativa o positivamente. Enfrentarse a la Biblia es verse obligado a tener que decidirse en favor o en autoridad contra de ella; ¡así es ella de exigente! Es de este modo porque en la historia la experiencia humana ha demostrado que la Biblia tiene el veredicto definitivo (tiene autoridad) en lo relativo a (1) fe (doctrina) y (2) práctica (conducta moral o ética). La Biblia es un libro con un doble propósito: llevar la gente a la fe en Dios —es decir, a Dios mismo— y enseñarles cómo proceder. La Biblia nos muestra cómo entablar relaciones correctas con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos. Reconocer este hecho es reconocer la autoridad de la Palabra revelada; responder a la Palabra de autoridad es la clave para la existencia de individuos armoniosos y de una armoniosa sociedad.

Según las creencias de la iglesia católica, la autoridad está constituida por dos elementos: la Biblia y la historia o tradición. Los protestantes honradamente tienen que reconocer que sus diversas tradiciones sí desempeñan un papel en la actitud religiosa general; sin embargo, la tradición no desempeña un papel tan importante como en el catolicismo. Los reformadores protestantes tendían a proceder fundándose en el principio de que la Biblia, y sólo ella, es la verdadera y única autoridad en cuestiones de doctrina y práctica. Así, la Confesión de Westminster —típica declaración de credo protestante como la que más— declara que los sesenta y seis libros bíblicos son «todos … dados por divina inspiración, para ser la regla de fe y vida». Hay que dejar sentado este otro hecho: que la Biblia es el mejor apoyo de autoridad para sí misma, y cada cual debe leerla por sí mismo. El más excelso erudito bíblico no puede efectuar para otra persona este descubrimiento, sino que el mismo Espíritu que inspiró la Biblia, en lo interno de la persona receptiva dará testimonio de su autoridad.

Demaray, D. E. (2001). Introducción a la Biblia (pp. 25–29). Miami, FL: Logoi. Inc.

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