Ya hemos aludido a la fórmula metafísica usada en otros tiempos para introducir a la teología en la cultura del tiempo. Creemos que esta función de acercamiento o maniobra de aproximación es realizada hoy por la antropología que se retrotrae hasta el principio del hombre, en el momento de la creación. Hemos pasado de la ontoteología a la antropoteología. De ahí la denominación y el espacio de antropología bíblica que hemos apuntado en otro momento y que se desarrolla en torno a la expresión “imago Dei” es decir, el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. San Agustín es el gran intérprete y traductor cultural que realiza la transformación del simbolismo bíblico en una categoría filosófica y antropológica. Lo hace al ritmo de sus comentarios sobre el Génesis y en su gran obra De Trinitate. Ya lo habían intentado otros antes que él como fueron Orígenes, Tertuliano y San Ambrosio, por ejemplo. Ahora vamos a desarrollar una amplia reflexión sobre la “imago Dei” como última expresión de la antropología teológica. De la “imago Dei” a la persona, podríamos titular o comprender este largo proceso que tiene lugar en los orígenes del cristianismo. Dicha teología de la “imago Dei” tan usada y comentada en los Santos Padres, cayó un poco en el olvido hasta que ha sido recuperada y rescatada para la antropología religiosa en nuestros días. Nos encontramos, precisamente, en una cultura de la imagen que sirve para informar, trasmitir, comunicar y difundir los hechos y conocimientos actuales frente a la vigencia de otras categorías como eran la “idea” en Platón (racionalismo) el “logos” o Verbo en San Juan o el amor en el Nuevo Testamento. La teología de la “imago Dei” puede suponer el mayor principio de un evolucionismo espiritual en la concepción dinámica del hombre y del mundo como hace Maurice Blondel (1861–1949) con el principio de la acción. La “imago Dei” acepta ser comparada con las “rationes seminales” o semillas de creación, germen del desarrollo de las cosas pues todo, en el hombre y en el mundo, deriva de ellas hasta llegar a la persona. Para evitar el peligro de una teología separada es necesario rehabilitar la antropología de la “imago Dei” como fórmula expansiva de dicha comprensión. Esto significa que el hombre como persona ha sido constituido a imagen y semejanza de Dios y eso determina sus relacione con Él y con los demás hombres formando una comunión, una comunidad y un servicio. El misterio del hombre no se puede comprender desligándole del misterio de Dios. Para la Biblia, la imagen de Dios es una definición neta del hombre más allá de los términos subtotales o parciales empleados como pueden ser “basar” o elemento material, “soma” o configuración corporal, “ruach” o principio espiritual y “nefes” o principio vital. La síntesis trascendente o personal de estos cuatro elementos nos permite afirmar que todo el hombre (unidad y totalidad) es imagen de Dios y no solo el cuerpo o el alma por separado. Así se evita tanto el monismo parcial como el dualismo separador.
Para impedir una identificación exclusiva de la persona con la individualidad, la narración bíblica hace referencia a la igualdad y a la comunidad en que ha sido pensado y puesto el hombre en la tierra. La persona o “personalidad” del hombre tiene tres relaciones esenciales: Dios, los otros hombres (en especial la mujer) y el mundo. Todas ellas están contenidas en el carácter relacional de la “imago Dei” como base de su libertad y de su responsabilidad. Por lo demás, avanzando en el tiempo y en la historia de la salvación, la “imago Dei” humana se convertirá en “imago Christi” pues Él no es solo imagen del Dios invisible, sino su Hijo unigénito pero, a la vez, síntesis del universo, recapitulando en sí todas las cosas, o sea, poniéndose a la cabeza de todas según la expresión de San Pablo (2 Corintios, 4:4 y Colosenses 1:15) cuando alude a la encarnación y señorío de Cristo. La antropología de los sacramentos va a consistir en la asimilación o interiorización de la semejanza con Cristo por parte del hombre de tal manera que se realice una verdadera conversión o ajuste de la “imago Dei” en su nueva etapa y reconstrucción. La identidad o semejanza del hombre con Dios no se da de una vez para siempre aunque sea una “charis”, una gracia, una donación gratuita), sino que tiene su realización en la biografía o historia sacramental de cada uno de los bautizados. Todo esto está presente en el pensamiento agustiniano y de otros Padres de la tradición. La imagen y semejanza que se nos da como razón antropológica tiene que ser un proceso dinámico de imitación e identificación de nuestras vidas, pensamientos, hábitos y costumbres dando origen al orden moral de la acción. En San Agustín, la teoría de la imagen lleva consigo connotaciones personalistas, psicológicas y existenciales. Queremos resaltar, sobre todo, la transformación cultural de categorías bíblicas en lenguaje filosófico y antropológico de su tiempo superando los siguientes dualismos: cuerpo y alma, hombre y mujer, individuo y comunidad, pecado y salvación, ley y libertad, muerte e inmortalidad.
Fernández González, J. (2016). Historia de la Antropología Cristiana: De la antropología cultural a la teología fundamental (pp. 271–272). Barcelona, España: Editorial CLIE.

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