La culminación de la vida en la tierra y la transición a otra forma de existencia.
Introducción
La definición moderna de muerte se refiere a la cesación de la vida biológica. En la Biblia y a lo largo del mundo antiguo, la muerte marcó la transición desde esta vida a alguna forma de existencia después de la muerte (aunque vaga y marginal). El antiguo Testamento no ofrece mayores detalles en cuanto a las creencias israelitas antiguas sobre el destino de los muertos. Las culturas vecinas del mundo antiguo proveen una información útil acerca de lo que probablemente se presupuso en el Antiguo Testamento.
La muerte en el antiguo cercano oriente
A pesar de que las diferentes culturas del antiguo cercano oriente tenían una colección de creencias acerca de la muerte, todas compartían la creencia en que la existencia continúa en alguna forma después de la muerte. Como tal, la muerte fue considerada como una transición más que como una terminación (Kennedy, “The Cult of the Dead in Corinth”, 227).
La muerte en la Mesopotamia antigua. Las ideas acerca de la muerte en la Mesopotamia parecen haber evolucionado con el tiempo, pero siempre han incluido la creencia de algún tipo de existencia que continúa después de la muerte. De acuerdo a la versión antigua de la Epopeya de Gilgamesh, los dioses hicieron de la muerte una parte intrínseca de la naturaleza humana de la cual no había escapatoria.
En sumerio, la palabra para “montaña” (kur) se usó como referencia al reino de los muertos, sugiriendo que en la Sumeria más primitiva pensaban que el reino de los muertos podía estar ubicado en las montañas. Más adelante, se comenzó a considerar que el reino de los muertos estaba ubicado debajo de la tierra (Katz, The Image of the Netherworld, 109–111, 245).
La condición de la existencia en el inframundo no era para nada atractivo, y parece haberse hecho más triste a lo largo de la historia. El poema sumerio “Bilgames, Enkidu, y el inframundo” pinta un panorama sombrío para la mayoría de los muertos con la excepción de unos pocos grupos. Uno de esos grupos incluye a aquellos que han sobrevivido por medio de muchos niños; estas personas pueden experimentar una existencia más atractiva después de la muerte porque sus descendientes satisfacen sus necesidades a través sacrificios y ofrendas. Sin embargo, una forma de esta historia en la posterior Epopeya de Gilgamesh, solo incluye los detalles más miserables. Von Soden advierte, “La tristeza del mundo bajo la tierra en el que creían los babilonios … daban poca esperanza de un mejor destino después de la muerte para aquellos que habían tenido que sufrir en la tierra. Esto fue especialmente cierto ya que los tan mencionados jueces del inframundo al parecer solo podían castigar a los malos con más dolor”. (Von Soden, The Ancient Orient, 186). También se consideraba que los muertos podían vengarse de los vivos si habían fallado en la sepultura adecuada y en atender a sus necesidades (Johnston, Shades of Sheol, 166).
La muerte también juega un rol importante en la mitología mesopotámica, aunque en estos textos lo principal es la muerte de los dioses. En Enuma Elish, por ejemplo, tuvo lugar la creación del universo a partir del cadáver de una deidad, y los seres humanos fueron creados con arcilla mezclada con sangre de una deidad muerta. Por lo tanto, la muerte no estaba restringida a los seres humanos.
La muerte en el antiguo Egipto. Las prácticas funerarias de los egipcios primitivos fueron el producto de su creencia acerca de la muerte y la vida futura. A pesar de que en tiempos antiguos el acceso a la vida más allá estaba aparentemente restringido al faraón, al comienzo del reinado medio (alrededor del 2100 a.C.), la vida futura estaba abierta a todos (Yamauchi, “Life, Death, and the Afterlife”, 24). En el tiempo del nuevo reinado (ca. 1550–1069 a.C.), la creencia del premio o castigo para los muertos como juicio a sus vidas también era común (Taylor, Death and the Afterlife, 34). Aquellos que eran indignos eran “condenados a una serie de torturas horribles, incluso decapitación y cremación en hornos … Estas torturas resultaban en la extinción total de estos entes negativos, a quienes se les negaba permanentemente la vida futura” (Taylor, Death and the Afterlife, 38). Los que enterraban a los muertos procuraban protegerlos de estos peligros y facilitar su viaje a la vida futura colocando hechizos escritos en sus tumbas.
Una vez en la vida futura egipcia, los muertos continuaban existiendo y realizando las acciones cotidianas de la vida. La muerte era solo el punto de transición desde esta vida a la vida futura (Taylor, Death and the Afterlife, 12). La entrada al submundo estaba en el oeste, hacia la puesta del sol, y el infierno mismo tendido en la profundidad debajo de la tierra (Taylor, Death and the Afterlife, 13). Mientras que el bajo mundo era inaccesible para los vivos, estos podían sin embargo abastecer a los muertos a través de sacrificios (ver Yamauchi, “Life, Death, and the Afterlife”, 27–28).
La muerte en Egipto, como en el resto del mundo antiguo fuera de Israel, no era algo de lo cual los dioses estaban excluidos. Uno de los mitos más importantes de Egipto cuenta la muerte de Osiris en las manos de Seth (o Set). En el mito, Isis es responsable en resucitarlo a Osiris. Sin embargo, sus acciones no lo hicieron volver a la vida; en su lugar, le permitieron continuar su existencia en la otra vida (de Vaux, The Bible and the Ancient Near East, 236).
En varios puntos de la historia egipcia, hay evidencias de cierto escepticismo acerca del destino de aquellos que habían muerto (ej., la Harper’s Song from the Tomb of King Intef). Este escepticismo también está reflejado a lo largo del antiguo cercano oriente, aunque siempre parece estar aislado a una minoría.
La muerte en la antigua Persia. La mayoría de la información de creencias acerca de la muerte en la antigua Persia (Irán moderno) esta derivada de los escritos del Zoroastrianismo. Se cree que la esencia de estos escritos se originaron desde 1000–6000 d.C., pero las fuentes existentes datan solo desde el siglo sexto d.C. y pueden no reflejar con exactitud el pensamiento persa más antiguo (Yamauchi, “Life, Death, and the Afterlife”, 40). El sistema de pensamiento como ha llegado hasta nosotros incluye un sistema sofisticado de juicio y castigo o recompensa para los muertos.
La muerte en Canaán. La información relacionada con la comprensión de la muerte en el pensamiento cananita deriva en gran parte de los textos escritos en ugarítico desde Ras Shamra y con fecha desde alrededor del 1500–1200 a.C.. Hasta ahora no se han descubierto descripciones detalladas del punto de vista cananita del inframundo. Sin embargo, parece haberse ubicado en la profundidad bajo la tierra y a veces se hace referencia como la ciudad de Mot (siendo Mot el dios de la muerte). Se creía que la entrada estaba al norte de la ciudad en las dos montañas, al final de la tierra (Yamauchi, “Life, Death, and the Afterlife”, 36–39). Un aspecto interesante de la muerte en el pensamiento de Canaán es el descenso anual de Baal al bajo mundo y su subsecuente resucitación, que representa las estaciones de la naturaleza en términos de muerte y resurrección.
Resumen. A pesar de la diversidad de creencias acerca de la muerte y los muertos a lo largo de varias regiones y a través del tiempo, hay algunos aspectos en común que ayudan a aclarar ambigüedades en los datos bíblicos. Entre estos, principalmente el hecho de que la muerte no era considerada como la culminación de la existencia. El muerto continuaba existiendo, normalmente en algún tipo sombrío de existencia a medias, ubicada bajo la tierra.
La muerte en el Antiguo Testamento
El Israel antiguo compartió con las naciones vecinas algunos aspectos de su comprensión de la muerte y el bajo mundo. Sin embargo, la escritura de Israel no representó la muerte humana como parte del plan de Dios, en su lugar, es el resultado de la rebelión humana contra de Dios.
Hay información limitada en el Antiguo Testamento acerca de la naturaleza de la existencia después de la muerte, pero los detalles que pueden encontrarse hacen un paralelo con las creencias de la Mesopotamia. Esto es particularmente cierto en la perspectiva negativa de la existencia de los muertos en el Seol (el bajo mundo). Lester Grabbe escribe, “la mayoría de los libros de la Biblia hebrea no parecen concebir la vida después de la muerte como tal. La vida en su sentido propio termina con la muerte, aun si hay algún vestigio sombrío que continúa existiendo en el seol” (Grabbe, An Introduction to First Century Judaism, 78; comparar Bauckham, “Life, Death, and the Afterlife”, 80).
Este punto de vista común es una exageración: La evidencia en el Antiguo Testamento es ambigua, y no hay una descripción detallada de una vida futura. Lo que no es ambiguo es el enfoque enfático del Antiguo Testamento en esta vida—no estaba asociada ninguna ceremonia religiosa con la muerte de una persona, no se suponía que los muertos necesitaran más atención de los vivos para sostenerlos en la otra vida, y no eran una amenaza para los vivos como podían serlo en el pensamiento de la Mesopotamia. (Johnston, Shades of Sheol, 65, 166).
El Antiguo Testamento también incluye diversas referencias a Yavé venciendo a la muerte (ej., Ose 13:14; 14:2; Isa 25:8; Cant 8:6), a la resurrección de los muertos (ej., Sal 88:11; 2 Sam 13:21; Job 14:12; Rut 4:5, 10), y los muertos que son llamados para hablar con los vivos (1 Sam 28:3–25). Hay también pasajes que presuponen una relación con Yavé que continua después de la muerte (Sal 16:9–11; 49:10–15; 73:23–28; Job 19:25–27). A partir de estos, es evidente que, como en otros lugares del antiguo cercano oriente, no se pensaba que la muerte fuera la culminación de la existencia—y que el reino de los muertos era también parte del dominio de Yavé. No obstante, el enfoque del Antiguo Testamento está claramente en los vivos y en su relación con Yavé.
Ritos funerarios. Es escasa la información acerca de los ritos funerarios en el Antiguo Testamento. El duelo era ritualizado de alguna manera y a veces acompañado por un periodo de ayuno, pero ninguno tenía una duración de tiempo específica. No hay mención de ritos religiosos asociados con la muerte o el entierro. Los familiares inmediatos eran responsables del entierro de sus muertos. El lugar y el estilo de entierro variaban. Los muertos podían ser enterrados en una tumba o en otra forma de sepulcro excavado en la tierra (ej., Eliseo en 2 Rey 13:20–21), una cueva (ya sea natural o excavada), o sobre la tierra en una estructura construida especialmente como un dolmen (Dever, “Funerary Practices in EB IV”, 9–19). Las cuevas podían usarse repetidas veces, y parece que no se le daba ningún tratamiento especial a los restos óseos de los ocupantes anteriores de la cueva (Johnston, Shades of Sheol, 64). No hay referencias claras sobre la cremación en el Antiguo Testamento (Johnston, Shades of Sheol, 56–57). La falta de entierro era considerada aborrecible e interpretada como un signo de gran oprobio (ej., Deut 28:25–26; 2 Sam 4:12; Jer 7:33; comparar Johnston, Shades of Sheol, 55–56).
Seol. Si bien el “Seol” se interpreta a veces como un término que significa “la tumba”, hay diversos lugares donde esta interpretación es inapropiada. Se entiende mejor el “Seol” como el término hebreo para el bajo mundo (Johnston, Shades of Sheol, 74–75)—un concepto confirmado, en cierta medida, por la decisión de los traductores de la Septuaginta de traducir el término hebreo שְׁאוֹל (she’ol) con el término griego ἅδης (hadēs), el cual se refiere tanto al bajo mundo como al dios del bajo mundo en la mitología griega. Johnston observa que los detalles descriptivos en cuanto a la existencia en el Seol “son muy escasos, pero sugieren una existencia somnolienta, sombría sin una actividad significativa o diferencias sociales. No hay ningún viaje elaborado a través de las puertas o etapas de bajo mundo, al estilo mesopotámico o egipcio. Por lo tanto no había mucha preocupación con el destino permanente de los muertos … El bajo mundo de la literatura canónica de Israel puede resumirse como un tema poco frecuente y como un destino no deseado” (Johnston, Shades of Sheol, 85).
El conjuro del espíritu de Samuel por Saúl, rey de Israel, refleja el conocimiento generalizado acerca de la ubicación y el estado de los muertos: La sombra de Samuel sube de abajo y fue “perturbado”—sugiriendo que estaba descansando. Además, Samuel señala que Saúl y sus hijos se reunirían con él, dando a entender que no existían diferencias entre los muertos. Tal como Bernstein observa, “[E]l punto más importante para destacar es que el [Seol] contiene todos los muertos, buenos y malos por igual” (Bernstein, The Formation of Hell, 139).
Evolución posterior del Antiguo Testamento. Las creencias acerca de la muerte parecen haberse distanciado en el periodo del Antiguo Testamento tardío tanto en Israel como en otras regiones del antiguo cercano oriente. La divergencia muestra un cambio hacia creencias más elaboradas en cuanto al estado de la existencia después de la muerte y un mayor escepticismo acerca de tales creencias (comparar Von Soden, The Ancient Orient, 187).
En el Antiguo Testamento, la expresión más explícita de incertidumbre sobre la existencia después de la muerte se encuentra en Eclesiastés, en el cual el escritor expresa su inseguridad sobre el destino del espíritu de los seres humanos (ver Ecl 3:19–21). En Ecl 9:1–10 va más lejos y afirma que los vivos son mejores que los muertos. Sin embargo, mantiene la creencia en alguna forma de existencia después de la muerte. En contraste, también hay referencias a una esperanza en la resurrección de los muertos en el Antiguo Testamento, en particular en Dan 12:2–3, 13 (comparar Isa 26:19).
El período intertestamentario
El período intertestamentario experimentó un importante crecimiento en el alcance y los detalles de las creencias judías de la vida después de la muerte así como la interacción con las ideas griegas y más tarde con las romanas, acerca de la muerte.
Concepto de la muerte de la Grecia temprana. Los antiguos Griegos creían en alguna forma de existencia continua después de la muerte—aunque uno muy lejos del reino de los vivos (Bernstein, The Formation of Hell, 21ss). Si La Odisea y la Teogonía de Hesíodo son reflexiones precisas de creencias más extendidas de la época, entonces se pensaba que el reino de los muertos se había dividido en dos partes: El infierno, donde residen los humanos muertos, y el Tártaro, una prisión más triste para dioses que se habían revelado.
Parece haber poca distinción en el destino de los humanos muertos en tiempos anteriores, pero textos griegos posteriores señalan una evolución en la noción de que los muertos eran recompensados o castigados de acuerdo con sus hechos mientras estaban vivos. El viaje de Odiseo “mas allá de la puesta del sol, a la tierra de los cimerios envuelta en niebla y nube donde nunca brilla el sol” para ganar acceso al reino de los muertos resalta cuán remoto se pensaba que estaba del reino de los vivos (Bernstein, The Formation of Hell, 25).
En las obras de Homero, parece que el Hades mantiene varios puntos de comunicación con el bajo mundo de la Mesopotamia descripto en la Epopeya de Gilgamesh. Las sombras en el Hades son solo un reflejo leve de su ser anterior. La vida en la tierra es mucho más deseable que la existencia que soportan los que están en el Hades, tal como la vida era mejor que la existencia en el bajo mundo de Gilgamesh. Bernstein escribe que “[a]un si existieran, ningún honor después de la muerte puede compensar la pérdida de la vida” (Bernstein, The Formation of Hell, 29). En La Odisea, el personaje Aquiles declara, “Glorioso Odiseo: no trates de reconciliarme con mi muerte. Prefiero estar al servicio de otro hombre como obrero, como un pobre campesino sin tierra, y estar vivo en la tierra, que ser el señor de todos los muertos sin vida” (Kline, The Odyssey, 11.488–491).
También parece haber habido algún grado de continuidad entre esta vida y la existencia en el Hades. Erwin Rohde comentó que “[E]s claro que no hay un abismo infranqueable determinado entre la vida y la muerte. Casi parece como si la vida prosiguiera sin ser interrumpida por la muerte” (Rohde, Psyche, 227–228). Aquellos en el Hades todavía necesitan alimentarse y vestirse, y estas necesidades debían ser satisfechas por los vivos.
Es evidente alguna variedad e inconsistencia en las ideas acerca de la muerte de la Grecia temprana (Burkert, Greek Religion, 198–199). De esto creció el concepto que la futura vida tenía recompensas y castigos, que eran la consecuencia de las acciones realizadas en esta vida. Algunos veían a la muerte como un cese completo de la existencia de modo que no quedaba ningún vestigio de la persona que había existido. Este punto de vista se remonta ya a Demócrito (ca. 460–370 a.C.) y Epicuro (ca. 342–271 a.C.) (Bolt, “Life, Death, and the Afterlife”, 67). Este punto de vista está también reflejado en diversos epitafios de tumbas desde el siglo primero a.C. hasta el primer siglo d.C. (Bolt, “Life, Death, and the Afterlife”, 68).
El punto de vista alternativo—que había una existencia después de la muerte que implicaba la partida de algo de la esencia de la persona a otra manera inaccesible de vida futura—prosperó en diversos grupos de filósofos y de religiones de misterio (Bolt, “Life, Death, and the Afterlife”, 69). Sin embargo, el concepto de la vida futura grecorromana, casi nunca implicaba un cuerpo, por lo que hay poco para indicar alguna creencia en la resurrección después de la muerte.
Judaísmo del segundo templo. Durante el período del segundo templo, hay una creciente diversidad en la creencia de la muerte y la vida después de la muerte. Esto se ve reflejado en los distintos puntos de vista de los saduceos y fariseos registrado en el Nuevo Testamento, así como entre otros grupos tales como los esenios. Los fariseos afirmaban la creencia en una resurrección corporal de los muertos y enseñaban que los que negaban esto no tenían parte en el mundo venidero. Los saduceos representaban el otro extremo—negaban la resurrección (comparar Mat 22:23; Mar 12:26) y, de acuerdo a Josefo, cualquier tipo de vida futura (Yamauchi, “Life, Death, and the Afterlife”, 46–47; Grabbe, “An Introduction to First Century Judaism”, 78). El punto de vista preciso de los esenios está en disputa, pero aparenta estar más cerca de los fariseos que de los saduceos (Puech, “The Necropolises of Khirbet Qumrân”, 30).
Los antecedentes para el punto de vista de la muerte en el Nuevo Testamento, la resurrección, y la vida futura se remonta a los primeras etapas del judaísmo del Segundo templo (comparar Dan 12:2; 2 Mac 7:9, 11, 14, 23; 1 Enoch 51:1; 61:5; 2 Esdr 7:32) y posiblemente antes (comparar Isa 26:19), aunque Sirach no refleja ninguna creencia explícita en la vida futura (Grabbe, An Introduction to First Century Judaism, 78; Bauckham, “Life, Death, and the Afterlife”, 82). Algunos han afirmado que la creencia judía de la resurrección de los muertos puede remontarse a Persia, donde las creencias de Zoroastro influenciaron a los judíos en el exilio en Babilonia cuando Persia subió al poder. Sin embargo, este reclamo es problemático dada la falta de evidencias confiables relacionadas con las creencias de Zoroastro de ese tiempo (Yamauchi, “Life, Death, and the Afterlife”, 47–48). Bauckham señala que “[a]l final del periodo del segundo templo (e. d., final del siglo primero d.C.) la gran mayoría de los judíos creían en una deseada inmortalidad para los justos y en castigo después de la muerte para los malos” (Bauckham, “Life, Death, and the Afterlife”, 82).
El judaísmo parece haberse adherido a una antropología más holística, diferenciándose de algunos aspectos del pensamiento griego en los cuales lo inmaterial se consideraba más puro que lo físico. Esto significaba que el pensamiento judío preveía una resurrección física más que una existencia espiritual incorpórea después de la muerte (Bauckham, “Life, Death, and the Afterlife”, 87). Por lo tanto, cualquier existencia después de la muerte, anterior a la resurrección, representaba una existencia incompleta.
Este tiempo la comprensión judía de la muerte también estaba dominada por conceptos teológicos relacionadas con la justicia de Dios y la rectitud. Había un juicio de los muertos basado en sus acciones mientras estaban vivos con consecuencias para su existencia permanente. Finalmente, el punto de vista de los judíos de la vida después de la muerte engranó con una comprensión más amplia de los propósitos de Dios en la historia y (especialmente en los profetas) con el establecimiento final del reino de Dios sobre todo el mundo. En este esquema, el seol se entendía como el lugar donde los muertos esperan la resurrección. Las descripciones de la existencia en el seol se volvieron más elaboradas, dejando margen para los diferentes escenarios para los justos y los malvados (comparar 1 Enoch 22; 2 Esdr 7:75–101; Bauckham, “Life, Death, and the Afterlife”, 89).
Evolución del Nuevo Testamento
El debate sobre la muerte en el Nuevo Testamento está profundamente influenciada por la muerte de Jesús. Su muerte en si representa el castigo de Dios, un ejemplo de su profundo amor por su pueblo, y una expiación sustitutiva por los pecados de quienes confían en él (Marshall, “The Death of Jesus”). Su muerte es redentora (Mar 10:45; 14:24), sacrificial (un tema destacado en Hebreos), trae justificación, y reconcilia a los humanos pecadores con Dios (Rom 5:10; Col 1:20, 22) (Rom 3:21–26). En el pensamiento del Nuevo Testamento, la resurrección de Jesús es una demostración y un precursor de la resurrección general de los muertos al final de la era.
El Nuevo Testamento contiene poca información explícita acerca del estado de los muertos esperando la resurrección, aunque se podría encontrar alguna indicación en la parábola de Jesús del hombre rico y Lázaro (Luc 16:19–31). Aquí Lázaro el justo muere y es llevado a “al seno de Abraham”, mientras que el hombre rico se encuentra en el Hades, atormentado en el fuego. Esta parábola podría apoyar la idea de un Hades dividida en secciones (tenga en cuenta el enorme abismo entre los atormentados y aquellos que son consolados, Luc 16:26). Además, refleja el concepto de la recompensa y el castigo después de la muerte. Otros pasajes que a veces se usan para definir el estado intermedio incluyen Mat 10:28; Luc 12:4–5; 23:43; Hech 2:27, 31; 2 Cor 5:1–10; Fil 1:23–24; Apoc 6:9–11 (ver Osei-Bonsu, 169–194).
Se han propuesto diversas teorías acerca del estado de los muertos que esperan la resurrección. La comprensión dominante ha sido que las personas experimentan una forma de existencia incorpórea después de la muerte (Osei-Bonsu, “The Intermediate State in the New Testament”, 169). El Nuevo Testamento, sin embargo, parece no estar interesado en complicarse con el estado de los muertos fuera de prometer juicio para los malos y los justos.
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