Se Identifica al Espíritu Santo con el Dios del Antiguo Testamento

Al comparar Hebreos 10:14–16 con Jeremías 31:33, es claro que lo que Yahvé dice en Jeremías lo declara el Espíritu Santo en Hebreos. Esto es en referencia al nuevo pacto. La profecía de Jeremías dice: “Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová [Yahvé]”. El autor de Hebreos escribe: “Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: ‘Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días…’ ” (He. 10:15–16).

De manera similar Pablo invoca la maldición de Isaías 6 sobre los tercos líderes religiosos de Israel que venían a él cuando se encontraba en Roma bajo arresto domiciliario. Él hizo esto por la incapacidad que tenían de creer las Escrituras veterotestamentarias acerca de Jesús y el destino del reino mesiánico a partir del Calvario y el Pentecostés. Pablo dice que el Espíritu Santo habló por medio de Isaías al anunciar juicio severo a causa de la incredulidad (Hch. 28:25; cf. Is. 6:1–13), mientras que por su parte el profeta del Antiguo Testamento dice que estas palabras provenían de Adonai (Is. 6:8, 11). El Salmo 95:6–11 registra la advertencia que provenía de “Jehová [Yahvé] nuestro Hacedor” contra la dureza de corazón porque él es el Dios [Elohim] de Israel (Sal. 95:6). Pero el autor de Hebreos, en uno de sus pasajes de advertencia, le atribuye las mismas palabras al Espíritu Santo (He. 3:7–9).

El uso intercambiable del Espíritu Santo por el Dios del Antiguo Testamento apunta a la conclusión que ambos pertenecían a la misma deidad, ambos eran uno y el mismo Dios. De gran ayuda resulta el resumen que hace Charles Hodge acerca de este punto: “En el Antiguo Testamento, todo lo que se dice de Jehová se dice del Espíritu de Jehová; y por ello, si este último no es una mera paráfrasis del primero, tiene necesariamente que ser divino”.1

David Wells nos enseña que la deidad del Espíritu Santo se muestra en el uso de palabras tales como santo, una designación en el Antiguo Testamento perteneciente a Dios y un adjetivo atribuido al Espíritu 80 veces en el Nuevo Testamento. Wells también apunta que la palabra gloria en el pensamiento bíblico denota deidad. En el Antiguo Testamento, Dios es el “Dios de gloria” (Sal. 29:3); en el Nuevo Testamento, Jesús es el “Señor de gloria” (1 Co. 2:8) y al Espíritu Santo se le llama el “Espíritu de gloria” (1 P. 4:14, LBLA).2

Digresión: El “Espíritu de Dios” en el Antiguo Testamento

Debido a que el Antiguo Testamento carece de una doctrina totalmente revelada de la tri-unidad de Dios, la idea del Espíritu Santo como tercer miembro de la Trinidad tampoco está revelada claramente. ¿Cómo se veía entonces al Espíritu Santo en los tiempos del Antiguo Testamento? Hay varios factores a considerar.

(1) En sentido negativo, el Espíritu Santo no era visto como una simple fuerza, influencia o poder abstractos, tal como se apunta anteriormente (Zac. 4:6). Ni tampoco se veía como el poder ejercido por Dios del cual Dios mismo era separado (Is. 63:10, LBLA —Israel contristó su Espíritu Santo por lo cual Dios se convirtió en su enemigo).

(2) En sentido positivo, el Espíritu de Dios en el pensamiento veterotestamentario era Dios mismo. Él era una persona activa, no una substancia comunicada al hombre. Esto lo podemos ver desde diferentes ángulos.

(a) El concepto de monoteísmo o la unicidad de Dios. El Dios de Israel es absoluto, él es el único Dios que existe. La afirmación: “Jehová [Yahvé] nuestro Dios [Elohim], Jehová uno es” (Dt. 6:4), era un compromiso de lealtad al Dios del pacto y a la religión civil de la nación, la adoración al Dios verdadero. La unidad en este caso no es numérica, sino más bien enfatiza el carácter absoluto y la excepcionalidad infinita de la Deidad de Israel. Como tal, Yahvé era personal pero no tripersonal en su pensamiento.

(b) Las descripciones de la actividad del Espíritu identifican al Espíritu con Dios mismo en el pensamiento del Antiguo Testamento. Cuando el Espíritu obraba, era Dios quien obraba. Esto era verídico ya fuese Israel, el mundo o el individuo sobre quien obrara el Espíritu. Por ejemplo, Dios mismo supervisaría, por medio del Espíritu, la construcción del Segundo Templo del periodo posterior al exilio (Zac. 4:6).

(c) El hecho de que el nombre del Espíritu acompañe el nombre de Dios nos dice de la identidad del Espíritu con Dios. Esto puede observarse en expresiones tales como “Espíritu de Dios” (Gn. 1:2), “mi Espíritu” (Zac. 4:6), “Espíritu de Jehová [Yahvé]” (Jue. 3:10), “soplo del Omnipotente” (Job 33:4). El Espíritu de Dios, en el concepto del Antiguo Testamento, puede haberse formado sobre la idea del espíritu del hombre. El espíritu del hombre era la mente, la voluntad y la acción del hombre.

(d) El paralelismo del Salmo 139:7 en el cual David, al contemplar la grandeza de Dios, comenta acerca de algunos de los atributos “omni” de Dios. Respecto a la omnipresencia del Señor dice: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?” El Espíritu y la presencia de Dios están colocados en paralelo. Quizás se podría llamar al Espíritu la “presencia de poder” de Dios, en un intento de separar el Espíritu de la fuerza abstracta por una parte e identificar al Espíritu con Dios mismo por la otra.3

En ocasiones se coloca al Espíritu en paralelo con el “rostro” de Dios, una expresión antropomórfica de la presencia de Dios. Tal es el caso en Ezequiel 39:29: “Ni esconderé más de ellos mi rostro; porque habré derramado de mi Espíritu sobre la casa de Israel, dice Jehová el Señor”. Este texto habla acerca de la restauración escatológica de Israel al favor del pacto de Dios y a la prominencia internacional en el reino mesiánico. Al hablar de la preservación de Dios de su creación, el salmista, como es característico haciendo omisión de un segundo agente causal, también iguala al Espíritu con el rostro de Dios, diciendo: “Escondes tu rostro, se turban… Envías tu Espíritu, son creados” (Sal. 104:29–30).

(e) El paralelismo existente entre el Ángel de Jehová (Yahvé) y el Espíritu de Jehová (Yahvé) también resulta útil a la hora de identificar el Espíritu de Dios en el Antiguo Testamento. El Ángel de Yahvé era Dios entre los hombres; el Espíritu de Yahvé era Dios dentro de los hombres. Es probable que el Ángel fuese poco entendido, si es que en alguna manera lo fue, como una persona distintiva del Padre, o sea, un segundo miembro de la Divinidad (aunque, cf. Zac. 1:12, un texto que data del 520 a. de C., muy al final de la revelación del Antiguo Testamento4). Si eso fue así, entonces ni el Espíritu de Dios sería completamente entendido como el tercer miembro de la Trinidad, ni siquiera como una persona distintiva del Padre. En Génesis 31:11–13 y en otros lugares, el Ángel es Dios. Es muy probable que esta fuese la manera en que las personas del Antiguo Testamento vieran al Espíritu de Dios.

1 Charles Hodge, Systematic Theology, 3 tomos, (edición reimpreso 1887, Londres: James Clark, 1960), 1:524.

LBLA La Biblia de las Américas

2 David F. Wells, God the Evangelist: How the Holy Spirit Works to Bring Men and Women to Faith (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1987), 5.

LBLA La Biblia de las Américas

3 Ibid., 21.

4 “Respondió el ángel de Jehová y dijo: ‘Oh Jehová de los ejércitos, ¿hasta cuándo no tendrás piedad de Jerusalén, y de las ciudades de Judá, con las cuales has estado airado por espacio de setenta años?’ ”. Aquí el Ángel de Yahvé se dirige a Yahvé.

McCune, R. (2018). Teología Sistemática del Cristianismo Bíblico (pp. 299–301). Sebring, FL: Editorial Bautista Independiente.

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