Introducción
La antropología cristiana es un tema que, por su naturaleza, exige un método histórico. Por ello, tenemos que trasladarnos a sus comienzos que situamos en la Sagrada Escritura. La Biblia es, para los cristianos, el embrión de su antropología. Sin querer hacer una teología bíblica, queremos acceder aquí a todos los datos antropológicos fundamentales proporcionados por ella. La humanidad espera de todas las religiones una respuesta al misterio del hombre, del mal, de la muerte, del dolor, de las tragedias y miserias, del amor y del odio. Todas las religiones se enfrentan con el problema de explicar al hombre no tanto lo que es (su esencia), sino lo que será, lo que espera ser. Un elemento muy importante de todo mensaje religioso es la dimensión de futuro proyectado sobre el horizonte del presente del ser humano. Categorías como muerte e inmortalidad, esperanza, temporalidad, se convierten en dimensiones esenciales de la existencia del hombre en la tierra. De ahí la gran aceptación y acogida que tuvo en pleno siglo XX el discurso y la reflexión de Ernst Bloch (1885–1977) sobre “el principio esperanza”. Es decir, la esperanza, el llegar a ser, el porvenir, el futuro es la esencia de toda definición del hombre. No tanto qué somos (presente descriptivo), sino qué seremos (futuro, esperanza y promesa). No tanto qué esperamos (relatividad), sino qué nos espera (el absoluto). Lo importante es aprender a esperar. La antropología religiosa es siempre un discurso prospectivo y proyectivo, y hasta, si se quiere, profético, mesiánico y salvador que no solo describe el presente sino que, sobre todo, es una palabra referida al hombre del futuro o al futuro del hombre. Por tanto, el hombre se agarra siempre a esas anticipaciones de su propio destino en forma de esperanza. También el origen del hombre, del mundo, de las leyes de la naturaleza reclaman la atención del pensamiento religioso, pero siempre mirando al sentido trascendente, al más allá del hombre. La religión es una antropología y no habrá que esperar a la filosofía de Feuerbach para explicarlo. Lo mismo se puede decir de su intencionalidad social. El Antiguo Testamento o el Evangelio incluyen mensajes sociales pero no son una sociología convencional, un análisis de las clases sociales como tampoco es una historia aunque sea una salvación de la historia. Tampoco podemos sucumbir a las afirmaciones de la corriente desmitificadora de la Biblia, principalmente en la teología protestante de R. Bultmann o de O. Culmann. Una cosa es que se constaten elementos antropológicos en el mensaje bíblico y otra, muy distinta, que solo haya un proyecto antropológico. La Biblia no es una antropología aunque contenga elementos de esa naturaleza. En el caso del cristianismo, el hijo del hombre es, al mismo tiempo, el Hijo de Dios. Hay que salvar ambas dimensiones: la humana y la trascendente o revelada. Ahí radica la condición del misterio de la fe. La teología no puede ser solo una antropología aunque lo sea también. La fe es creadora de cultura, la religión es dinamismo para la razón y la revelación de Dios es, igualmente, revelación del hombre.
Por otra parte, a la hora de acercarse a la narración bíblica para escuchar su discurso sobre el hombre, hay que tener en cuenta el giro y la inflexión que se ha producido en la exégesis moderna. Conscientes de que la antropología cristiana es una verdadera forma de antropología cultural o una variante de la misma, admitimos que la Biblia es un documento de su tiempo, escrito en una determinada cultura o tradición, por unos hombres concretos. La dimensión cultural de la Biblia no es despreciable para nuestro intento de verificación antropológica. Es un proceso arqueológico. Mientras que durante años, los estudiosos se preocupaban de explicar y entender el hallazgo de la materialidad o historicidad del texto y su estructura o estado literario, hoy los investigadores buscan en ella el mensaje cultural o sentido espiritual de la misma. Entre esas alusiones bien sean históricas, simbólicas o alegóricas se encuentra el hombre como centro de la revelación. Los exégetas o investigadores de los textos bíblicos, cual arqueólogos de la revelación, se preocupan no solo por su estado de conservación, por su aparición y permanencia, sino también por su proyección indicativa hacia nuestra cultural actual. En el relato bíblico hay que buscar literalidad y mensaje, historicidad y revelación, cultura y fe, antropología y teología. Todo ello en un sentido objetivo, común e histórico. Frente al protestantismo, no podemos dejar que la Escritura sea leída e interpretada por cada uno de los fieles desde la subjetividad, desde la resonancia individual. No podemos construir el sentido del texto con las palabras que más nos agraden, sino que debemos esforzarnos por comprender lo que el autor quiere decir en el contexto cultural de su tiempo, incluido el lenguaje. Antes que la verdad revelada, antes que la verdad del hombre, tenemos que encontrar la verdad del texto. Hay que buscar una línea de continuidad entre el sentido literal y el sentido espiritual de las narraciones.
En el principio era el hombre
La noción del hombre en la Biblia tiene un carácter dialógico, pues expresa la relación de Dios con el hombre. En el principio existía el hombre y el hombre estaba junto a Dios, podíamos decir anticipándonos a San Juan en su evangelio, en medio del neoplatonismo de su tiempo. Es decir, la pregunta por el hombre se remonta a la pregunta por Dios en su dimensión creadora. No tiene sentido una teología que se pregunte por el Dios creador si no es para averiguar el sentido derivado de ella que es el hombre. Aquí hay que jugar mucho con la noción de tiempo, con el antes y el después, como hacía San Agustín meditando sobre la historia y el mundo en la Ciudad de Dios. Algunos de sus adversarios, llenos de rabia y de orgullo, le preguntaban al santo e intelectual para sorprenderle: “¿Dónde estaba tu Dios antes de la creación? ¿Estaba ocioso o con los brazos cruzados? Él les respondía poniendo en evidencia la contradicción e ignorancia demostrada en su pregunta: antes de la creación no había tiempo (no existe un Dios “antes” del tiempo) y lo primero que se crea es el tiempo que coincide con el “instante” de la creación. La creación es el tiempo y el tiempo comienza con la creación. Mundo, tiempo, hombre es lo mismo. Todo comienza “al mismo tiempo” que el tiempo. El principio del tiempo es el comienzo del hombre. Ahora entendemos la filosofía de la historia que sitúa al hombre como inmerso en el tiempo, dando centro y forma a la creación.
Antes de entrar en propuestas o desarrollos concretos de la aportación hecha por el relato bíblico a la antropología cristiana podemos decir, de manera general, que la alusión al hombre en ella se hace bajo el signo y la metáfora de Adam que es el primer hombre. Estirpe y familia o unidad del género humano. También esto es un elemento de antropología étnica y cultural. Más tarde vendrá el Nuevo Testamento aludiendo al hombre nuevo creado en Cristo. Los estudiosos de la Biblia resaltan el hecho de que el relato de la creación tiene sentido con vistas al hombre, no es una cosmología sino una antropología, es decir, interesa la historia de lo humano, no de lo mundano. La referencia y la categoría antropológica están presentes desde el principio hasta el final de la Sagrada Escritura. La creación está orientada hacia el hombre y la salvación o plenitud de la historia también es la culminación del proyecto del hombre en el Apocalipsis. No podemos acudir a la lectura del relato de la creación cargados con las preocupaciones científicas, evolucionistas, históricas o metafísicas de la antropología actual (unión cuerpo y alma, el feminismo o la igualdad de géneros), sino dejar hablar al texto en su perspectiva. Por consiguiente, la lectura e interpretación del comienzo de la historia del hombre en el Génesis, hay que realizarla en clave religiosa.
Fernández González, J. (2016). Historia de la Antropología Cristiana: De la antropología cultural a la teología fundamental (pp. 31–33). Barcelona, España: Editorial CLIE.

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