El interpretar significa explicar o aclarar el sentido. Tras de la interpretación yace el proceso de indagación. Uno tiene que examinar la Biblia antes de explicarla. Pues la primera pregunta debe ser: “¿Qué dice?” y la segunda “¿Qué significa?” Muchos de los errores de interpretación han procedido de la negligencia en averiguar principalmente lo que dice la Biblia. Acordémonos de que es un libro escrito para toda la raza humana, para los pobres e ignorantes lo mismo que para los ricos y educados. El mensaje del amor de Dios hacia el pobre pecador no fue escrito en el lenguaje de los colegios y universidades que la gente común no pudiese comprender. Al contrario, fue escrito en lenguaje tan simple y sencillo que un niño puede comprenderlo, y se esconde de los sabios y sagaces de este mundo que no quieren humillarse para aprender de Dios. Mateo 11:25.
Notemos algunas reglas para la interpretación de la Biblia que nos ayudarán a comprender cuáles son los requisitos para explicarla bien:
1. Acepta el sentido literal de las palabras. La tendencia de hoy día es el tornar toda la historia de la Biblia en alegorías; y los modernistas lo hacen con el fin de quitar lo milagroso, porque no creen que Dios puede hacer maravillas. Hay partes de la Biblia que son alegorías, y contiene muchas parábolas y símbolos; pero la Biblia misma nos dice siempre cuando es alegórica. Por ejemplo, en Apocalipsis 17:1–5 se ve una mujer sobre cuya cabeza está escrito: “un misterio,” BABILONIA LA GRANDE. De eso podemos entender que el pasaje es alegórico, y que no fue una mujer literal sino un símbolo de una mujer mala que vio Juan en la visión. Pero en Lucas 16:19 Jesús dice: “Había un hombre rico”; de lo cual entendemos que él estaba contando una historia verídica y no una parábola. 2. Compara un pasaje con otro. Muchos errores han sido fundados sobre textos de la Biblia sin referencia a otros pasajes que prueban que la interpretación es errónea. El Espíritu de Dios nunca se contradice; pues al establecer cualquier doctrina es preciso comparar todos los pasajes que hablan del mismo asunto, para averiguar toda la enseñanza.
3. Acuérdate del fin o propósito de las Escrituras, “… Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (2 Timoteo 3:15–17). “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:30, 31). La Biblia no es un libro científico, tampoco es un libro de historia, aunque contiene muchas verdades científicas y muchos datos históricos. Pero su fin nunca ha sido el de enseñar la historia ni la ciencia, sino enseñar al hombre cómo acercarse a Dios y andar con él en una vida de santidad. Con este gran fin todas sus biografías, sus historias, y sus enseñanzas son coordinadas. Pues en la interpretación de cada página debemos esperar algo para acercarnos a Dios y enseñarnos más de él.
4. Examina siempre el contexto de un pasaje. Hay palabras y frases que son usadas en distintos sentidos en la Biblia; y el sentido correcto se puede distinguir por escudriñar el contexto, o lo que precede y lo que sigue a dicho pasaje o texto. Por ejemplo, muchos han aplicado a las glorias del cielo las palabras de 1 Corintios 2:9; “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó ni han subido en corazón de hombre, pensamiento humano—son las que Dios ha preparado para los que le aman.” Pero cuando se lee el verso siguiente, es evidente que no se refieren a la vida futura sino a esta misma vida, y describen las gloriosas bendiciones espirituales que Dios ha preparado para los que reciben la plenitud de su Espíritu.
5. Acepta la Biblia como una revelación de Jesucristo. Jesús vino en forma humana para manifestarnos al Padre; pues él se llama el Verbo o la Palabra de Dios. La Biblia es la Palabra escrita; y de modo que el cuerpo humano de Jesús manifestaba al Trino Dios, así la Biblia lo manifiesta y lo revela en todas sus partes, así en la historia y la poesía como en los Evangelios y las Epístolas. Toda interpretación que milita en contra del Espíritu o de las enseñanzas de Cristo no puede ser correcta, porque todo el Libro lo revela a él. Al leer y estudiar la Biblia es un buen plan buscar a Cristo en cada página.
6. No esperes siempre comprenderlo todo. De modo que Jesús, el Dios-Hombre, es inescrutable e incomparable por la mera sabiduría humana, así su Palabra es muy alta en su divina enseñanza, y la mente humana no es capaz de comprender todas sus profundidades. Dios ha prometido revelarlo todo por medio de su Espíritu al alma humilde que viene como un niño a los pies de Cristo. Pero aun al creyente bautizado con el Espíritu Santo, el conocimiento de la interpretación de la Biblia no viene en un momento. Somos tan tardos de corazón para aprender que muchas veces aprendemos muy despacio—“Porque mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá.” (Isaías 28:10). Además hay misterios y cosas profundas en su Palabra que nunca podremos comprender hasta que le veamos cara a cara. “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros.” (Deuteronomio 29:29). “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré cómo fui conocido.” (1 Corintios 13:12) “… y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.” (1 Juan 3:2).
El Señor quiere que pongamos todas nuestras fuerzas intelectuales y nuestra mayor atención en el estudio de su Palabra como el minero que cava para buscar el oro o la plata; y sin embargo no debemos desmayar si no podemos conseguirlo todo en un momento. “Hijo mío si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios.” (Proverbios 2:1–5).
7. Busca a cada paso la iluminación del Espíritu Santo. No puede haber mejor ayuda en comprender un libro que el privilegio de preguntar su sentido a su autor mismo. El Espíritu Santo de Dios es el Autor de todas las Escrituras; pues si lo tenemos a él con nosotros siempre, podemos pedir su ayuda en la interpretación, y preguntarle a cada paso cuáles son las verdades especiales que quiere grabar en nuestra memoria. El que estudia la Biblia sin la iluminación del Espíritu de Dios está comiendo la cascara de la sandía y tirando la fruta; está poniendo una lámpara en la mesa sin llenarla de aceite; está sacando su automóvil a la calle sin gasolina. El Espíritu se revela tan sólo al alma obediente que tiene la determinación de poner en práctica todo lo que aprende. Usemos siempre estas dos oraciones cuando acudamos a la Biblia: “Abre mis ojos, y miraré a las maravillas de tu Ley,” y “¿Qué dice mi Señor a su siervo?” Entonces, “Haced todo lo que os dijere.” Salmo 119:18; Josué 5:14; Juan 2:5.
El testimonio que la Biblia da de sí misma
Antes de dejar nuestro estudio de la interpretación bíblica, será bueno anotar algo acerca de la manera en que la Biblia misma da testimonio de su origen divino. Te recomiendo, querido lector, que aprendas de memoria con exactitud estos pasajes siguientes, porque tendrás que usarlos muchas veces en tu ministerio, y te serán como una columna fuerte en la defensa de tu fe en la Biblia: Hebreos 1:1, 2; 2:3, 4; 2 Timoteo 3:16, 17; 2 Pedro 1:19–21; Juan 10:34–36; 1 Pedro 1:10–12; 2 Samuel 23:1, 2. Vemos aquí que Dios habló a los hombres en el A.T. por medio de profetas, en los Evangelios por su Hijo, y después del Día de Pentecostés por medio de los escritores señalados e inspirados por Cristo mismo conforme a su promesa. Juan 16:12, 13; 1 Corintios 2:13. Esto da la autoridad de Cristo mismo a todos los libros del N.T.
Vemos también de esas referencias que Jesús dijo terminantemente que la Escritura no puede faltar. Eso da su sello de autoridad a todo el A.T. como los judíos lo tenían entonces, no dejando duda alguna acerca de su inspiración divina, su autenticidad, ni su credibilidad. Vemos también los usos espirituales y prácticos de las Escrituras a los que las aceptan como el mensaje de Dios a sus corazones. Se ve a la vez una nota de perplejidad en los que los escribieron, cuando Pedro nos dice que ellos inquirían al Señor acerca del tiempo del cumplimiento de sus profecías. El Espíritu Santo, que moraba en ellos, les daba visiones de un Salvador venidero que iba a sufrir, y también les mostraba el mismo Cristo que venía a reinar en gran poder y gloria. ¿Cómo podía ser eso? ¿Acaso podía el mismo Redentor prometido desde la caída del hombre en Edén, ser el Cordero manso que derramaba su sangre en una cruz, y a la vez que venía en toda su majestad a establecer su reino en toda la tierra? (Léase todo el libro de Isaías.)
Es una prueba marcada de la rendición completa de esos escritores que a pesar de esa incertidumbre en la mente, ellos seguían humildemente escribiendo lo que les daba el Espíritu sin quejarse de nada. Pedro no nos dice que Dios les explicó las dos Venidas del Salvador—la primera vez para morir, y la segunda vez para reinar—sino que nos revela la paciencia y la obediencia de ellos, cuando Dios les dijo que “no para sí mismos sino para nosotros ellos ministraban estas cosas.” Eso les sirvió de consolación, aunque ni ellos ni los ángeles podían comprender lo que ahora nos ha sido revelado en los “postreros días.”
En varias partes del A.T. encontramos una persona misteriosa que se llama el Ángel de Jehová. Era la Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo de Dios, manifestándose en forma humana en los siglos antes que viniera a nacer como Niño en el pesebre de Belén. Esas manifestaciones en forma humana llamamos alumbraciones (o sombras) de la Encarnación. Génesis 16:10–13; 18:22; 22:11, 15; 32:24–30; Éxodo 3:2; Josué 5:13–15; Jueces 6:12–23; Isaías 63:9; Zacarías 1:11, 12; Malaquías 3:1. Este Ángel divino es la Persona a quien revelan las Escrituras. Alguien ha dicho que se puede resumir el A.T. en la palabra CRISTO—el Redentor prometido, revelado en figuras y tipos, por medio de cuyo Sacrificio (todavía no visto) los santos se salvaban. El N.T. se resume en la palabra JESÚS—el Salvador que vino y dio su vida en la cruz. Así tenemos la Biblia entera resumida en las dos palabras: CRISTO JESÚS. Su sacrificio en la cruz era y es el único medio de la salvación en cualquier edad; porque la cruz proyecta todos los siglos. Los que vivían antes de Cristo fueron salvos mirando su sacrificio hacia adelante; y todos los que hemos vivido después de su venida somos salvos mirando hacia atrás, al Cordero de Dios que quita nuestros pecados.
Lund, E., & Luce, A. (2001). Hermenéutica Introducción Bíblica (pp. 137–142). Miami, FL: Editorial Vida.

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