(Hechos 1:6, 7) 6 Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? 7 Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad.
En los Hechos y en las epístolas encontramos mucho más acerca del Espíritu Santo y de la Iglesia, que acerca del Reino. Pero el Reino fue parte importante de la enseñanza de Jesús. En Marcos 10:32–35 se habla de los sufrimientos de Jesús, y de la solicitud de Jacobo y Juan de sentarse a su mano derecha y a su izquierda en el Reino. Esto nos muestra que la cruz lleva consigo la promesa del Reino.
En Lucas 12:32 también les aseguró a los discípulos que al Padre le había placido darles el Reino. En el Nuevo Testamento, la palabra “reino” hace referencia en primer lugar al poder y el gobierno del Rey. La justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo son evidencias de que Dios es quien gobierna en nuestra vida, y de que estamos en su reino (Romanos 14:17). Pero esto no elimina la existencia de un reino futuro.
Los discípulos estaban pensando en el gobierno futuro cuando interrogaron a Jesús sobre la restauración del reino a Israel. Conocían la profecía de Ezequiel 36:24–27. También sabían que la promesa de Dios a Abraham no incluía solamente a su simiente y la bendición sobre todas las naciones, sino también la tierra. A través de todo el Antiguo Testamento, la esperanza de la promesa de Dios a Israel está relacionada con la tierra prometida. Ezequiel, en los capítulos 36 y 37, vio que Dios restauraría a Israel en la tierra, no porque lo mereciera, sino para revelar su propio nombre santo y su personalidad. Puesto que Ezequiel vio también al Espíritu de Dios derramado sobre un Israel restaurado y renovado, la promesa del Espíritu les haría recordar esto también.
Por tanto, no era una simple curiosidad la que había causado que los discípulos le hicieran preguntas a Jesús sobre aquella parte de la promesa divina.
Jesús no negó que seguía formando parte del plan de Dios la restauración del Reino (el gobierno de Dios, la teocracia) a Israel. Pero aquí en la tierra, ellos nunca conocerían los tiempos (momentos específicos) y las estaciones (ocasiones propicias) de esa restauración. El Padre los había puesto bajo su propia autoridad. El es el único que sabe todas las cosas y tiene la sabiduría necesaria para tenerlas todas en cuenta. Por tanto, los tiempos y las estaciones son un asunto de El, y no nuestro.
En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios no reveló el tiempo que transcurriría entre la primera venida de Cristo y la segunda. Algunas veces, hasta los profetas saltan de una a la otra y regresan de nuevo casi en la misma declaración. Note cómo Jesús se detuvo en medio de Isaías 61:2 cuando lo estaba leyendo en Nazaret (Lucas 4:19). Juan el Bautista no reconoció esta diferencia de tiempos tampoco. Como Jesús no trajo consigo los juicios que él había previsto, se preguntaba si Jesús sería el Mesías, o si sería otro predecesor como él mismo (Mateo 11:3). Pero Jesús hizo las obras del Mesías y sus discípulos aceptaron la revelación de que El es el Cristo (el Mesías), el Hijo del Dios viviente (Mateo 16:16–20).
De vez en cuando, Jesús les advertía a los discípulos que nadie conoce el día ni la hora de su regreso (Marcos 13:32–35, por ejemplo). Después, cuando sus propios discípulos, durante aquella última ida a Jerusalén, suponían que el reino de Dios aparecería de inmediato, Jesús les relató una parábola para señalarles que pasaría largo tiempo antes de que El regresara con poderes reales a gobernar (Lucas 19:11, 12). En ella, Jesús habla de un noble que se marcha a un país lejano, con lo que está hablando de un largo tiempo. Aun así, es evidente que a los discípulos les costó mucho entender esto, no querían aceptar la realidad de que los momentos y las fechas no eran asunto de ellos.6
6 Compare con Lucas 24:21: “Nosotros esperábamos …”
Horton, S. M. (1990). El libro de los Hechos (pp. 16–18). Deerfield, FL: Editorial Vida.

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