La famosa historia de la construcción de la Torre de Babel es mucho más que el relato de un proyecto de construcción fallido y de la confusión de las lenguas. El episodio ocupa el centro de la cosmovisión veterotestamentaria. Fue en Babilonia donde la gente buscó “hacerse un nombre (shem) para sí” construyendo una torre que alcanzara los cielos, el ámbito de los dioses. La ciudad vuelve a presentarse como el origen de la actividad y el conocimiento siniestros.
Génesis 11:1–9 dice:
1 Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. 2 Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. 3 Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. 4 Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra. 5 Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres. 6 Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. 7 Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero. 8 Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. 9 Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra.
Observará de inmediato que en versículo 7 aparece el mismo tipo de “exhortación plural” que ya vimos en Génesis 1:26. En ese versículo, Yahvé afirma: “descendamos y confundamos allí su lengua”. Igual que en Génesis 1:26, el anuncio plural va seguido de la acción de un único ser: Yahvé (“Así los esparció Jehová”, 11:8).
Es en ese punto donde la mayoría de los lectores de la Biblia supone que no hay nada más en lo que pensar. Eso es porque otros pasajes del Antiguo Testamento que hablan sobre este acontecimiento tienden a omitirse. El más importante de ellos es Deuteronomio 32:8–9 (ntv, nueva traducción viviente):
8 Cuando el Altísimo asignó territorios a las naciones,
cuando dividió a la raza humana (lit. los hijos de los hombres),
fijó los límites de los pueblos
según el número de su corte celestial (lit. los hijos de Dios).
9 Pues el pueblo de Israel pertenece al Señor;
Jacob es su posesión más preciada.
Deuteronomio 32:8–9 describe cómo la dispersión por parte de Yahvé de las naciones en Babel dio como resultado que estas quedaran desheredadas como su pueblo. Este es el equivalente veterotestamentario de Romanos 1:18–25, un pasaje familiar en el que Dios “entregó [a la humanidad]” a su persistente rebelión. La afirmación de Deuteronomio 32:9 de que “el pueblo de Israel pertenece al Señor [i.e., Yahvé], Jacob es su posesión más preciada” ya nos advierte de que lo que se pretende es transmitir un contraste en cuanto a afecto y propiedad. En efecto, Yahvé decidió que las personas de las naciones del mundo ya no iban a estar en relación con él. Iba a comenzar de nuevo. Establecería una relación de pacto con un pueblo nuevo que todavía no existía: Israel.
Las consecuencias de esta decisión y este pasaje son cruciales para comprender gran parte de lo que encontramos en el Antiguo Testamento.5
La mayoría de las traducciones castellanas no dicen “según el número de los hijos de Dios” en Deuteronomio 32:8. Más bien, lo traducen como “según el número de los hijos de Israel”. La diferencia se debe a las discrepancias entre los manuscritos del Antiguo Testamento. “Hijos de Dios” es la lectura correcta, tal como sabemos hoy día por los Rollos del Mar Muerto.6
Francamente, no es necesario conocer todas las razones de índole técnica por las que en Deuteronomio 32:8–9 se leía originalmente “hijos de Dios”. Solo es necesario pensar un poco sobre la lectura errónea, “hijos de Israel”. Deuteronomio 32:8–9 se remonta a los eventos de la Torre de Babel, un acontecimiento que se produjo antes del llamamiento de Abraham, el padre de la nación de Israel. Esto significa que las naciones de la tierra fueron divididas en Babel antes de que Israel existiese siquiera como pueblo. No tendría sentido alguno que Dios dividiera a las naciones de la tierra “según el número de los hijos de Israel” si no había un Israel. Hay otra cosa que explica por qué esto es así, y es el hecho de que Israel no se enumera en la tabla de las naciones.
5 Como veremos en capítulos posteriores, la cosmovisión que se desprende de este pasaje es algo que se tiene en cuenta en el ritual israelita, el espacio sagrado, las guerras de conquista, el destino de las naciones y la progresión del evangelio y la naturaleza de la iglesia en el Nuevo Testamento.
6 Para un análisis del texto hebreo y el respaldo manuscrito para “hijos de Dios”, véase Michael S. Heiser, “Deuteronomy 32:8 and the Sons of God”, Bibliotheca Sacra 158 (January–March 2001): 52–74. Algunas traducciones han incorporado la lectura en el cuerpo de la versión (ntv, la palabra). Otras traducciones la relegan a una nota a pie de página.
Heiser, M. S. (2019). El Mundo invisible: Recuperando la cosmovisión sobrenatural de la Biblia. (D. Lambert, Ed.) (Primera edición). Bellingham, WA: Editorial Tesoro Bíblico.

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