En cualquier tipo de comunicación, algunos asuntos pueden ser planteados, pero otros pueden dejarse como presuposiciones. Por ejemplo, me encuentro escribiendo en español suponiendo que tanto yo como mis lectores sabemos español. Si Pablo escribió los corintios en griego, él suponía que ellos sabían griego. Yo presupongo que mis lectores saben lo que es una Biblia, y no estaría mal suponer que mis lectores saben lo que es un auto, un radio y una computadora. Los lectores de Pablo no conocían ninguna de estas cosas, excepto lo que era la parte de la Biblia llamada Antiguo Testamento.
Así mismo, Pablo podía aludir a costumbres específicas que sus lectores practicaban sin tener que explicárselas, porque los corintios sabían exactamente a qué se refería. (Por ejemplo, “el bautismo de los muertos”, 1 Corintios 15:29). Pero para nosotros entender lo que Pablo quería decir, debemos conocer griego o poseer una traducción, y deberíamos conocer la cultura que compartían los escritores bíblicos con sus audiencias o tener acceso a recursos que nos ayuden a explicar esa cultura. Lo que el escritor podía presuponer como parte de lo que quería decir era tan parte del significado como lo que tenía que plantear.
Anteriormente hemos resaltado la importancia del contexto del libro completo porque la mayoría de los libros de la Biblia resaltan temas específicos que hablan de asuntos específicos. No deberíamos saltar de un libro de la Biblia a otro (excepto en donde un libro se refiere específicamente a otro que haya circulado previa y ampliamente), al menos no hasta que hayamos primero deducido lo que quiere decir cada pasaje en su propio contexto.
Pero una razón por la que libros específicos enfatizan temas específicos es porque hablan de situaciones específicas. Aunque muchas personas a veces ignoran tales versículos, muchos versículos exponen explícitamente audiencias específicas para estos libros —por ejemplo: los cristianos en Roma (Romanos 1:7) o en Corinto (1 Co. 1:2). Hay maneras apropiadas de aplicar estos libros en el presente, pero en primer lugar debemos tomar en serio lo que estas obras de manera explícita dicen ser: obras dirigidas a audiencias específicas, tiempos específicos y lugares específicos. En otras palabras, antes de que podamos determinar cómo aplicar el significado antiguo en el presente, debemos entender el significado antiguo. Pasar por alto este importante paso en la interpretación bíblica es ignorar lo que la Biblia dice de sí misma.
Cuando Pablo escribía las cartas, el mismo género en el cual las escribía nos recuerda que hablaba de situaciones específicas, como lo suelen hacer las cartas. De esta manera, por ejemplo, en 1 Corintios Pablo habla de cuestiones acerca de la comida ofrecida a los ídolos, el cubrirse la cabeza, y de otros asuntos que los cristianos hoy en día ven usualmente como relevante solamente en algunas culturas. La carta también habla de la división entre los seguidores de Pablo y los de Apolos, la cual no ocurre exactamente en esa forma hoy en día; sí tenemos que lidiar con las divisiones en la iglesia, pero pocos son los que hoy en día dicen ser de Apolos. Si leemos las cartas como cartas, recordemos buscar las situaciones específicas que tratan.
Debemos considerar incluso la relevancia de las narrativas para la primera audiencia a la que fueron dirigidas. Por ejemplo, si Moisés escribió Génesis para aquellos que acababan de ser libertados de la esclavitud en Egipto, inmediatamente se pudieron haber identificado con José, quien también había sido esclavo en Egipto antes de su exaltación. El énfasis repetido en Génesis acerca de la promesa de la tierra santa también ofrecería gran aliento a los israelitas, quienes estaban a punto de entrar a ella y conquistarla. Al considerar la envergadura de la relevancia de la Biblia para su audiencia original no hace que ella sea menos relevante para nosotros; más bien, nos enseña a cómo descubrir adecuadamente su relevancia. Todo lo que está escrito en la Biblia es para todos los tiempos, pero no todo lo que está en la Biblia es para todas las circunstancias.
— Craig S. Keener. La Biblia en su contexto

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