El modelo wesleyano toma su nombre de John Wesley y el movimiento Metodista de Inglaterra y Estados Unidos. Este modelo fue fuertemente influenciado por los movimientos pietistas y los de santidad en el siglo XVIII. Los wesleyanos hacían un llamado a la santidad para “convertir en realidad lo que ya es nuestro en Cristo por el nuevo nacimiento” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 96). Se caracteriza por el anhelo de crecer en gracia en una fe ética que enfatice la relación con Dios por encima de las definiciones doctrinales o la verdad proposicional.
La marca más destacada de este modelo, y también la más controversial es la creencia en que uno puede alcanzar en esta vida lo que Wesley llamaba la “perfección cristiana”, conocida también como la “entera santificación”. El proceso de santificación comienza en el momento de la conversión y la regeneración, pero existe un momento crítico en la vida del cristiano donde se logra una experiencia de amor perfecto por Dios y un sometimiento total a su Palabra y su voluntad. Esto se considera posible sólo por medio de la gracia divina y el poder del Espíritu Santo obrando en la vida del cristiano. Se toma cuidado en distinguir entre la perfección cristiana y la perfección absoluta (también llamada perfección adánica). Esta distinción tiene que ver con la definición de santidad propuesta por el modelo wesleyano según la cual se puede obedecer voluntariamente a Dios en el aspecto ético de la santificación. Se reconoce que uno hará algún pecado involuntario o cometerá un error sin saberlo y que no se puede alcanzar la perfección de tener la plenitud de Jesús o participar de la naturaleza divina en esta vida. Sin embargo, en esta vida se puede alcanzar el don del amor perfecto y eso es algo que debe ser buscado por todo discípulo serio de Jesús. Este logro se ha denominado “la segunda bendición” o la “segunda obra de gracia” y es la marca de tener unión con Cristo. Ocurre en un momento específico, generalmente acompañado de crisis, en la vida de una persona. El evento histórico de Pentecostés debe también personalizarse en la historia de uno para tener plenitud del Espíritu.
Fletcher, quien sistematizó la teología wesleyana, organizó este concepto en etapas de madurez espiritual así como hay etapas de crecimiento natural en la vida física. La etapa de mayor madurez llega con este concepto de entera santificación. Wesley y Fletcher fusionaron ciertos principios de la Reforma en cuanto a la justificación por fe con algunos conceptos arminianos de la libertad humana. Dieter, teólogo wesleyano, escribe que “los cristianos nunca estarán libres de la posibilidad de cometer pecados voluntarios en esta vida. Sin embargo, sí pueden ser librados de la necesidad de cometer transgresiones voluntarias al vivir, momento a momento, en obediencia a la voluntad de Dios” (Gundry, Five Views of Sanctification, p. 14). Luego dice que es esta creencia en la posibilidad de llegar a tener una relación de perfecto amor con Dios lo que “marca la línea divisoria de compromiso para aquellos que desean ser wesleyanos” (p. 21). En el modelo wesleyano, aún después de llegar a la entera santificación se puede seguir creciendo y ser todavía más como Cristo.
Los wesleyanos encuentran su apoyo bíblico para este modelo en el Antiguo y el Nuevo Testamento, pero principalmente en las epístolas paulinas. El concepto de la entera santificación se fundamenta en pasajes como 1 Tesalonicenses 5:23: “Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser –espíritu, alma y cuerpo– irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará”. Génesis 17:1 dice: “… vive en mi presencia y sé intachable”. Los wesleyanos señalan más que nada la intención del corazón y la condición de la relación con Dios. También ven apoyo para esta doctrina de la posibilidad de perfección en esta vida en pasajes como Efesios 4:13: “De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo”. Colosenses 1:28 anima a enseñar “… a todos los seres humanos, para presentarlos a todos perfectos en él”. Juan 8:34–36 advierte: “Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado (…) si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres”. Estos y muchos otros pasajes, como Romanos 8; 1 Tesalonicenses 5:23 y 1 Juan 3:7–9 son usados con frecuencia en la literatura wesleyana.
La experiencia de crisis de la cual nace el perfeccionamiento es considerada una segunda bendición que generalmente ocurre un tiempo después de la conversión. Esta experiencia subsecuente no sólo quita el poder del pecado sino la raíz también, es decir, la naturaleza pecaminosa es extraída y el cristiano ya no peca. En la práctica esta tradición ha enfatizado una devoción tremenda a Dios que resulta apasionada y ferviente. Sin embargo, también ha sido causa de frustración para los que expresan no haber logrado la perfección en esta vida.
Teja, G. (2008). Formación espiritual (pp. 214–217). Viladecavalls (Barcelona), España: Editorial CLIE.

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