El modelo Reformado toma su nombre de la Gran Reforma Protestante del siglo XVI desde la teología de Juan Calvino. Este modelo define el pecado en dos categorías: pecado como la condición del hombre en un mundo caído y pecado como aquellos actos que se cometen debido a esa condición. Anthony Hoekema los distingue llamándolos el estado de corrupción y los productos de corrupción. Todo proceso de santificación del cristiano para contrarrestar el pecado comienza con la justificación del pecador por gracia y mediante la fe. Un cristiano ha sido justificado ante Dios por medio del sacrificio redentor de Cristo en la cruz y obtiene nueva vida en su resurrección. La muerte y resurrección del Señor quitan la penalidad del pecado y su justicia es otorgada como regalo divino. Dios declara justo al ser humano en Cristo.
Además de ser justificado, el cristiano también es santificado. Dios lo hace santo en Él. Es santo en los méritos de Jesús y no por su propio esfuerzo. Tiene una nueva identidad ahora que está en unión con Cristo: está separado de la atadura del pecado y ha sido transferido al Reino del Hijo (Col. 1:13).
La santificación, según Ferguson, teólogo reformado, “es el ocuparse de lo que significa ser una nueva criatura en Cristo” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 60). Hoekema la define como “el trabajo de Dios por el cual nos hace santos … esa operación de gracia del Espíritu Santo, que incluye nuestra participación responsable, por la cual nos libera, como pecadores justificados, de la polución del pecado, y renueva nuestra naturaleza de acuerdo a la imagen de Dios y nos capacita para vivir de manera agradable a Él” (Gundry, Five Views of Sanctification, p. 61). La santificación, por lo tanto, tiene dos aspectos que se deben considerar: la santificación posicional y la santificación progresiva.
La santificación posicional (también llamada santificación definitiva) es el regalo de Dios, quien mediante su gracia declara al cristiano santo (ver 1 Co. 1:2; 6:11; He. 10:10; 2 Co. 5:17; Hch. 20:32; 26:18; Ro. 6). Para todos los que han aceptado la gracia de Dios se ha quebrado el poder de la esclavitud del pecado y poseen una unión definitiva con Cristo. Esto ocurrió objetivamente en el acto redentor de Cristo, pero subjetivamente cuando se lo acepta como Señor y Salvador mediante la fe. Todo don de Dios se convierte también en tarea. La santificación progresiva (también llamada santificación incremental) es aquel proceso de vida en el cual se desarrolla la fe con temor y temblor (1 Ts. 4:3; 5:23; 2 Ti. 2:21). 1 Corintios 1:2 y 6:11 se usan como textos clave que explican que aquellos que han sido santificados en Cristo Jesús deben continuar haciendo de esa santificación una realidad. 1 Reyes 8:46, Salmos 19:12 y Proverbios 20:9 dan otros ejemplos bíblicos de que el pecado sigue presente en la vida del cristiano y por lo tanto, la santificación progresiva sigue siendo necesaria. Para resumir, el proceso de santificación está arraigado en la justificación, pero incluye un proceso de convertirse cada día más como Cristo, en el poder del Espíritu Santo, teniendo victoria sobre el pecado y viviendo vidas agradables a Dios. Por lo tanto, es una verdad histórica y escatológica que el cristiano ya es santo por medio de Cristo. Pero también es una responsabilidad en el presente convertir esa verdad en una realidad concreta en la vida diaria.
La relación entre lo que hace Dios y lo que hace el cristiano se puede mostrar con la ilustración de la niña que quiere ayudar al papá a cargar su maletín. Primero prueba con una mano y no puede, luego con la otra y no llega muy lejos. Finalmente lleva el maletín con ambas manos y le pide al papá que la levante y la lleve hasta la casa. Cada uno está haciendo algo, pero realmente es el papá quien lleva el peso. De la misma manera, el cristiano participa pero Dios lleva el peso por la obra de Cristo. Otros lo ilustran diciendo que Cristo ya hizo el depósito en el banco (justificación y santificación posicional) pero el cristiano tiene que ir al banco y canjear esos recursos (santificación progresiva).
“… ustedes antes eran oscuridad, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de luz …” (Ef. 5:8). El indicativo que dice que el cristiano ya es luz se convierte en un imperativo: “Vivan como hijos de luz”. La salvación comienza con la realidad de la justificación por la fe. Se entiende por justificación lo siguiente:
“Por un lado, significa perdón, remisión y la no imputación de todos los pecados, reconciliación con Dios y el fin de su enemistad e ira (Hch. 13:39; Ro. 4:6s.; 2 Co. 5:19; Ro. 5:9ss.). Por el otro lado, significa que se le otorga de gracia al hombre el estado de un hombre justo y el título a todas las bendiciones prometidas al justo: un concepto que Pablo amplía ligando la justificación con la adopción de los creyentes como hijos y herederos de Dios (Ro. 8:14ss.; Gá. 4:4ss.)” (Harrison, Everett, Ed. Diccionario de Teología. p. 306).
La justificación por la fe implica una santificación posicional que forma el ancla para una santificación progresiva. Este es un proceso que dura toda la vida. La justificación por la fe hace necesaria la santificación progresiva. La santificación posicional hace que la santificación progresiva sea posible. El cristiano es nueva criatura en el Señor pero sigue siendo perfeccionado en Él.
El énfasis del modelo Reformado radica en un empuje para el crecimiento constante en la madurez cristiana, sin ningún énfasis en una segunda bendición o algún otro paso especial posterior a la conversión. Asegura que se puede lograr crecimiento importante en la vida espiritual pero que la perfección sólo se logrará en la vida venidera. Descansando en la seguridad de la santificación posicional, el verdadero cristiano hace un esfuerzo continuo por madurar en el Señor y experimentar lo que ya es una realidad en el sentido cósmico. Ferguson dice: “En lugar de ver al cristiano ante nada en el microcosmo de su propio progreso, la doctrina Reformada mira al creyente primeramente en el macrocosmo de la historia redentora de Dios” (Alexander, Christian Spirituality: Five Views of Sanctification, p. 59). La santificación es vivir vidas que sigan el patrón de Cristo. Es un proceso que dura toda la vida y que contrarresta los efectos de la caída del hombre. Busca restaurar la imagen de Dios en el ser humano, demostrar la unión con Cristo y desarrollar la mente de Cristo.
Teja, G. (2008). Formación espiritual (pp. 210–214). Viladecavalls (Barcelona), España: Editorial CLIE.

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