LA FILIACION DE CRISTO

Como un paso más en la investigación general sobre la persona del Salvador, es menester considerar la múltiple filiación de Cristo, mientras estuvo en este mundo. Esta filiación es cuádruple.

1. EL HIJO DE DIOS. Las diversas teorías que pretenden que Cristo era: (a) Hijo de Dios en virtud de Su encarnación — un Ser que contenía en sí mismo tanto la divinidad como la humanidad y que no hubiese merecido el título ni de sólo Dios ni de mero hombre; (b) Hijo de Dios en virtud de Su resurrección; o (c) Hijo de Dios por mero título o por posición oficial, se vienen abajo ante el cúmulo de testimonios bíblicos que aseguran que era Hijo de Dios desde toda la eternidad. No se trata de la existencia eterna de la Segunda Persona, sino más bien de si el aspecto de su filiación era una realidad desde toda eternidad. No todo lo que entra en el concepto humano de la relación padre — hijo, tiene también lugar entre las primera personas y Segunda de la Deidad, puesto que en ningún sentido es la Segunda Persona inferior a la primera, ya que ambas son Uno en cuanto a su existencia eterna, lo mismo que en cuanto a la posesión de cada uno de los atributos y facultades. Es casi enteramente en la esfera de la manifestación — en cuanto Logos — donde se ejerce la filiación de la Segunda Persona. Es cierto que, de acuerdo con los designios de la encarnación de la redención, la Segunda Persona asumió aquí en la tierra un puesto de sumisión a la Primera Persona, pero esta subordinación no tiene nada que ver con Su filiación, puesto que la expresión teológica generación eterna implica que la Segunda Persona es, sin comienzo ni término, la manifestación de Dios. Es así como “el Unigénito Hijo” ha dado a conocer a Dios a los hombres (Jn. 1:18). El Hijo ha dicho: “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste” (cosmos — Jn. 17:6; comp 1 Jn. 1:2; 4:9). El es el Unigénito por la unicidad de Su generación, así como también el Primogénito, por preceder a todos los demás engendrados, tanto en la existencia como en la esencia de Su Ser. Dios ha enviado a salvar al mundo a quien siempre fue Su Hijo, pues Este que nos fue dado no se hizo hijo por el hecho de ser dado, sino que era ya hijo antes de que fuera dado, lo mismo que cuando fue dado. Por eso declara Isaías “Porque un niño nos es nacido”, lo cual se refiere a Su humanidad; y “un hijo nos es dado”, lo cual no sólo se refiere a Su divinidad, sino que también implica que, aunque ha nacido como niño, es un hijo y, en calidad de hijo no es nacido, sino dado. De la misma manera se nos anuncia que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”. Como El era; éste fue, ni más ni menos, el Don que fue dado, a saber, el Hijo de Dios.

2. EL HIJO DEL HOMBRE. Este aspecto de la filiación de Cristo tiene las variantes, bíblicamente garantizadas, de el Hijo de Adán, o el Hijo de María. El título de El Hijo del Hombre, usado unas ochenta veces en el Nuevo Testamento, fue la designación casi constante que de Sí mismo hizo Cristo, y se refiere primordialmente a Su humanidad. Hay varios ejemplos notables en que el apelativo Hijo del Hombre se usa en conexión con realizaciones divinas y, viceversa, el apelativo el Hijo de Dios se usa unas pocas veces en conexión con aspectos humanos. Al llegar a este punto, surge una pregunta interesante: ¿por qué puso Cristo un énfasis tan chocante en aplicarse a Sí mismo un nombre que tan a las claras mostraba su humanidad? ¿Fue quizás porque, desde el punto de vista divino — y fuera totalmente de la valuación humana — era Su humanidad el elemento nuevo y, por tanto, el más apto para impresionar? La afirmación de que “El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Jn. 1:14), indica el principio en Cristo de una realidad que no tendrá fin, y lo que es verdad acerca de Su encarnación es igualmente verdad de Su asociación con los Suyos, puesto que, al estar ellos en El, nunca pueden ser separados de El. Así, pues, ambos hechos, el de Su humanidad y el de Su identificación con los Suyos, no pueden menos de exigir su supremo reconocimiento tanto en la tierra como en el cielo. El mismo sentido tiene la observación de que la redención que Cristo proporciona, se hace posible por medio de Su humanidad, y, aunque no es posible la redención sin intervención conjunta de su divinidad y de Su humanidad, la divinidad empero, por existir desde toda eternidad, no es el tema inmediato que postule una proclamación pública. Es el Hijo del Hombre el que ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc. 19:10).

De este título el Hijo del Hombre, dice así el Dr. C.I. Scofield:

“El señor se designa a Sí mismo de este modo como ochenta veces. Es el nombre racial que El lleva en su carácter de Hombre representativo, según lo indicado por 1 Corintios 15:45–47; así como Hijo de David es su nombre distintivamente judío, e Hijo de Dios su nombre divino. Nuestro Señor usa continuamente este nombre implicando que su misión (ej. Mt. 11:19; Lc. 19:10), su muerte y resurrección (ej. Mt. 12:40; 20:18; 26:2), y su segunda venida (ej. Mt. 24:37–44; Lc. 12:40) trascienden, así en su alcance como en sus resultados, todas las limitaciones meramente judaicas. Cuando Natanael le confiesa como ‘el Rey de Israel’, la respuesta de nuestro Señor es: ‘… cosas mayores que éstas verás… y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre’ Al hablar de que sus mensajeros serían echados fuera por los judíos, los pensamientos del Señor se trasladan al tiempo en que el Hijo del Hombre vendrá a juzgar no solamente a Israel sino a toda la raza humana (comp. Mt. 10:5, 6 con v. 23). Es también en este nombre que le es encomendado a El efectuar el juicio universal (Jn. 5:22, 27). Es asimismo un nombre que indica que en El se cumple la predicción del Antiguo Testamento acerca de las bendiciones a realizarse por medio de Aquel que había de venir (Gn. 1:26, nota; 3:15; 12:3; SaL 8:4; 80:17; Is. 7:14; 9:6, 7; 32:2; Zac. 13:7).” – Ibid. pag. 966.

Y el mismo Dr. Scofield afirma en otro lugar:

“El título ‘Hijo del Hombre’, que el Señor Jesucristo se lo aplica a sí mismo setenta y nueve veces, es usado por Jehová noventa y una veces al dirigirse a Ezequiel. (1) En el caso de Nuestro Señor el significado del título es claro: es su nombre racial como el Hombre representativo, en el sentido de 1 Co. 15:45–47. El mismo pensamiento, que implica un significado que trasciende las fronteras del Judaismo, aparece en el título ‘hijo del hombre’ cuando se le aplica a Ezequiel. Israel había olvidado su misión (Gn. 11:10, nota; Ez. 5:5–8). Ahora, en la cautividad, Jehová no se olvidará de su pueblo, pero les recordará que ellos no son sino una pequeña parte de la raza por la cual El también se preocupa. De ahí el énfasis de la palabra ‘hombre’. Los querubines tenían la ‘semejanza de hombre (Ez. 1:5); y cuando el profeta contempló el trono de Dios, él vio ‘una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él’ (Ez. 1:26). Véanse Mt. 8:20, nota; Ap. 1:12, 13. (2) En cuanto a Ezequiel, el título indica no lo que el profeta es en sí mismo, sino lo que él es para Dios: un hijo del hombre, (a) escogido, (b) capacitado por el Espíritu, y (c) enviado de Dios. Todo esto es también verdad en lo que se refiere a Cristo, quien fue, además, el hombre representativo: la cabeza de la humanidad regenerada.” — Ibid., Pags. 807–808.

3. EL HIJO DE DAVID. Anteriormente hemos considerado, aunque someramente, el tema de la realeza de Cristo. Una investigación más extensa sobre el pacto davídico, con todo lo que el nombre Hijo de David connota, queda diferida para ser tratada en el estudio de la Escatología. El título Hijo de David, como el vocablo Mesías, son de índole típicamente judía. Así como Cristo es Señor y Cabeza de la Iglesia, así es Rey y Mesías de Israel. Es cierto que, posteriormente, será Rey de reyes, pero esta suprema autoridad será ejercida desde el trono de David y en conexión con su relación directa con Israel.

4. EL HIJO DE ABRAHAM. Aunque la filiación davídica está restringida a la casa y al pueblo de David, la filiación abrahámica se extiende a “todas las familias de la Tierra”, en cuya redención son ellas benditas (Gn. 12:3). Es significativo el modo con que el orden de la verdad en Mateo se indica en el versículo con que se abre el Evangelio: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”. Este evangelio del Rey trata primordialmente de Su relación con Israel (Mt. 10:5–7; 15:24, 26); pero, consiguientemente al rechazo de Israel, se vuelve hacia la obra redentora descrita en los últimos capítulos del Evangelio, y, en este servicio redentor, Cristo — el Hijo de Abraham — proporciona bendiciones a todas las familias de la Tierra (Mt. 28:18–20).

Chafer, L. S. (2009). Teología sistemática de Chafer. (E. Carballosa, R. Mendieta P., M. F. Liévano R., & J. María Chicol, Trads.) (Vol. 1, pp. 841–844). Barcelona, España: editorial clie.

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