Podemos fijarnos por un momento en el esquema. En el centro está Jesús, que es el protagonista. A un lado, en la línea buena, está al Espíritu de Dios (que le arroja al desierto), con los ángeles que le sirven. Al otro lado, en la línea mala, tiene a Satán con las fieras. En sentido estricto, la lucha no es entre Jesús y Satán, sino entre el Espíritu Bueno y Satán, que es el Espíritu Perverso. Arriba se inscribe el lugar (desierto) y abajo el tiempo (cuarenta días).

1. El Espíritu le expulsó (lo arrojó) al Desierto. Éste no es un espíritu de contemplación interior (tipo platónico), de mística tranquila, separada del mundo. Jesús ha recibido más bien el Espíritu mesiánico, que le lleva más allá de la ribera resguardada del río de Juan Bautista (bautizando a los que vienen ya arrepentidos), para asumir la gran lucha de la historia humana, situándose en el mismo centro de esa lucha. El mismo Espíritu de Dios le «arrojó», le puso en el centro de la gran tentación, identificándose así con el dolor y la lucha humana.
2. Cuarenta días. Son el tiempo de la prueba, cuarenta años de los israelitas en el desierto, cuarenta días de Moisés en la montaña (Ex 24:18) o del camino de Elías por el desierto hasta enfrentarse con Dios en el Horeb (1 Re 19:8), etc. No se dice que ayune (como en los paralelos de Mt 4 y Lc 4), el Jesús de Marcos no es Mesías de ayunos… Se dice simplemente que estuvo allí, durante un tiempo que, en sentido estricto, se identifica con toda su historia mesiánica (hasta el momento de la muerte). Los cuarenta días de la prueba no son tiempo que pasa y queda atrás, de forma que después no hay desierto, ni tentación, ni servicio en el camino y muerte de Jesús. Todo lo contrario: estos cuarenta días (lo mismo que la palabra de Dios: «Tú eres mi Hijo») reflejan y explicitan una dimensión que permanece a lo largo de todo el evangelio.
3. Tentado por Satán. El antagonista de Jesús no es un hombre (el Sumo Sacerdote o el César de Roma) o un tipo de clase social (los ricos, los soldados…), sino el poder diabólico. De esa forma lucha Jesús contra Satán, conforme a una visión muy extendida en aquel tiempo en Israel, pues se dice también que los «soldados» de Qumrán (cf. Rollo de la Guerra), lo mismo que los combatientes del Apocalipsis (cf. Ap 14), lucharán contra Satán y sus poderes. Pues bien, en este caso, Satanás le tienta desde el primer momento y no al final de los cuarenta días como en Mt 4 y Lc 4. El texto no quiere concretar las tentaciones, pero es evidente que ellas están conectadas con la prueba original de Adán: Jesús, el hombre nuevo, nos conduce hasta el principio; allí se pone, allí nos pone, ante los riesgos de lo humano. Pero este Satán contra el que Jesús se mantiene en lucha viene a expresarse a lo largo del evangelio a través de los posesos y, de un modo especial, a través de aquellos que le condenan a muerte (cf. Marcos 14–16).
4. Y estaba entre las fieras. Ésta es una imagen que se puede entender en dos niveles. (a) Así encontrarnos a Jesús como el Adán primero, habitante del antiguo paraíso, rodeado de animales, dándoles un nombre (Gn 2). Ha vuelto a las raíces. También nosotros seguimos en ese lugar; de allí partimos, desde allí debemos elevarnos, buscando la más alta compañía de lo humano, como Adán en Gn 2–3. Es evidente que Jesús no se ha quedado a ese nivel de fiera, no es Mesías ecológico al que bastan los vivientes inferiores de la estepa, sino que rompe la inmediatez biológica para suscitar la nueva «iglesia» de lo humano. (b) Pero esa imagen puede entenderse también desde la tradición apocalíptica de Dn 7 o 1 Henoc, donde las fieras son los poderes demoníacos destructores, las grandes «bestias» que dominan en la historia humana.
5. Y los ángeles le servían. Frente al fondo animal, frente a la prueba tentadora de Satán, se eleva el orden y servicio de lo angélico entendido como principio de comunicación salvadora. Los ángeles son para Marcos mensajeros de esperanza (cf. 1:2) y portadores de salvación escatológica (cf. 8:38; 12:25; 13:27). Pues bien, el texto añade que servían a Jesús (1:13). Esta anotación ha de entenderse desde la versión del pecado que ofrece El Libro de Adán y Eva (recogida y popularizada en el Corán) donde se dice que Dios mandó a los ángeles servir a los humanos (que los adoraran como imagen divina). Pues bien, algunos ángeles, dirigidos por Satán, se rebelaron, negándose a servir a los hombres, y volviéndose así tentadores suyos. Lógicamente, donde Jesús retorna al paraíso para iniciar el camino de lo humano, enfrentándose a Satán, los buenos ángeles han de servirle. Pues bien, desde lo dicho al hablar de Satán y las fieras (bestias destructoras), podemos hablar aquí de un enfrentamiento entre poderes buenos (ángeles) y destructores (Satán, fieras). En el centro de ese enfrentamiento estará Jesús.
Pikaza, X. (2013). Comentario al Evangelio de Marcos (pp. 73–75). Barcelona, España: Editorial CLIE.

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