Las discusiones sobre la salvación de algún modo no son comunes en lo que se denomina literatura filosófica, en oposición a lo teológico. Pero los filósofos han invertido mucho esfuerzo en intentar comprender el bien y el mal, y han señalado que el mal corrompe personas y sociedades. Han tenido mucho menos que decir sobre cómo puede derrotarse el mal, pero algunos han hecho sugerencias en cuanto a dicho propósito. En vistas de que el mundo es en diversas formas un lugar malo, los filósofos deben abordar la cuestión de cómo escapar, o derrotar, este mal. Y un medio para huir o vencer el mal se denomina «salvación».
La filosofía moderna occidental no ha dicho mucho explícitamente sobre la salvación, pero ha explorado, usando vocabulario diferente, formas de escapar y derrotar el mal. Consideremos el misticismo de los filósofos medievales, «el amor intelectual de Dios» en Spinoza, la unicidad con el absoluto de Hegel, y el «marchitamiento del estado», de Marx.
La filosofía budista ha estado especialmente preocupada con los medios de salvación del mal. Hay «cuatro nobles verdades» afirmando la prevalencia del sufrimiento en el mundo, y un «noble camino óctuple» para escapar de ese sufrimiento. Para los budistas, la salvación, el escape, es, en fin, escape del ser mismo hacia una forma de nada, llamada nirvana. Nirvana ofrece un fin a lo que de otra forma es una cadena interminable de reencarnaciones y renacimientos luego de la muerte, lo que el budismo denomina como maldición en lugar de bendición, en virtud de que es un reciclaje en más y más formas diferentes de sufrimiento.
En occidente, algo similar se desarrolló en el gnosticismo filosófico y su primo hostil, el neoplatonismo. Pero los pensadores neoplatónicos buscan expresar su misticismo en términos cristianos, a fin de oscurecer el verdadero contenido de sus enseñanzas. En el siglo veinte, algunos filósofos progresistas aceptaron las doctrinas del budismo y las integraron en su metafísica panteísta.
Pero el budismo es un camino sin salida. Como los griegos introdujeron la incoherencia en la filosofía al mezclar el ser y el no ser (capítulo 1), así el budismo, en efecto, convierte la aniquilación en una forma superior de ser, de hecho, en la salvación humana. Esa promesa simplemente no es creíble.
El budismo en efecto cambia la culpa de nuestro propio corazón a la metafísica del mundo, al ser en general. Y pretende que si renunciamos al ser y abrazamos el no ser derrotaremos el mal en nosotros. Pero la nada budista, como el nirvana, si es significativa, es otra forma del ser. Como ser, debe ser en sí misma ser, una forma de sufrimiento. Si en realidad no es ser, entonces los griegos creían en esto como un concepto incoherente; porque el no ser no tiene sentido excepto por forma de contraste con el ser.
La filosofía occidental, también, en su meditación sobre el bien y el mal (como en su metafísica, epistemología y teología, se ha puesto en una esquina. El mundo, incluyendo el corazón humano, está corrompido por el mal. Si Dios existe (ver capítulo 4) y si se interesa sobre el bien y el mal (capítulos 5 y 6) y si él es el único que nos permite distinguir entre el bien y el mal (capítulo 5), entonces el mal intencional es «pecado», ofensa contra Dios. Reinhold Niebuhr una vez escribió que el pecado original es «la única doctrina empíricamente verificable de la fe cristiana»18. Los filósofos siempre han señalado este hecho obvio, pero en su mayor parte han sido incapaces o no se han mostrado dispuestos a mostrarnos el camino de este predicamento, una alternativa al camino del budismo hacia la nada.
SALVACIÓN BÍBLICA
Como en las discusiones de los capítulos previos, debo proponer recurrir a la revelación divina. Los misterios del bien y el mal están bastante más allá de nuestra sabiduría filosófica, pero un filósofo sabio reconocerá dónde necesita ayuda.
En el capítulo 4, llamé nuestra atención a Romanos 1:18–32, donde el apóstol Pablo nos dice que Dios está claramente revelado junto con su ira en contra del pecado humano. Esto es parte de un argumento más amplio. En Romanos 1, el objetivo son los gentiles, a veces llamados «griegos». En el capítulo 2, se dirige a sus compatriotas judíos y dice que ellos no son mejores que los gentiles. Entonces, en el capítulo 3 generaliza su condenación sobre toda la raza humana:
¿A qué conclusión llegamos? ¿Acaso los judíos somos mejores? ¡De ninguna manera! Ya hemos demostrado que tanto los judíos como los gentiles están bajo el pecado. Así está escrito:
«No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!»
«Su garganta es un sepulcro abierto; con su lengua profieren engaños».
«¡Veneno de víbora hay en sus labios!» «Llena está su boca de maldiciones y de amargura».
«Veloces son sus pies para ir a derramar sangre; dejan ruina y miseria en sus caminos, y no conocen la senda de la paz».
«No hay temor de Dios delante de sus ojos».
Ahora bien, sabemos que todo lo que dice la ley, lo dice a quienes están sujetos a ella, para que todo el mundo se calle la boca y quede convicto delante de Dios. Por tanto, nadie será justificado en presencia de Dios por hacer las obras que exige la ley; más bien, mediante la ley cobramos conciencia del pecado. (Romanos 3:9–20)
Una acusación poderosa. Resistimos esta descripción sobre nosotros mismos, pero debemos prestar atención a la «verificación empírica» del pecado original en nuestro propio corazón y conducta. Si estamos persuadidos de tal doctrina, entonces clamaremos por salvación; uno una salvación del ser, sino del mal que hemos visto en nosotros mismos. Pablo no duda en presentar el camino de salida, el camino de salvación:
Pero ahora, sin la mediación de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, de la que dan testimonio la ley y los profetas. Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen. De hecho, no hay distinción, pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó. Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia. Anteriormente, en su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados; pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús. (Romanos 3:21–26).
No podemos ser salvos del mal de nuestro corazón por medio de la ley, es decir, intentando ser buenos y evitar ser malos (Romanos 3:21). Nuestra culpa es demasiado grande para eso. En cambio, para Pablo, la salvación viene por fe, por creer en Jesús (3:22). Jesús nos da salvación por gracia, esto es, como una dádiva (no un pago ni un impuesto) (3:24). Es capaz de hacer eso por la «redención» (3:24): ha derramado su sangre para recibir la ira de Dios («propiciación», 3:25) en nuestro lugar. Por esta sustitución, Dios justamente perdona nuestros pecados pasados, presentes y futuros (3:25–26).
De este modo, Dios se manifiesta como justo, así como el justificador de aquellos que tengan fe en Jesús (Romanos 3:26). La propia justicia de Dios ha sido desafiada en este contexto. Satanás ha acusado a Dios de injusticia en cuanto a no condenar a la gente que es culpable de pecado. Eso plantea el problema del mal, que abordé en el capítulo 2. Pero allí vimos que aunque el plan de Dios incluye el mal, Dios se vindica al hacer que el mal en sí se trastoque en bien, hacia la bondad de su plan creativo y redentor. De modo que en Romanos 3, al asumir Dios mismo el castigo el nuestro pecado cargándolo sobre Cristo, él vindica su justicia. Cristo paga la penalidad completa del pecado, la cual cada uno de nosotros debería haber pagado. Y esta magnificente vindicación de su justicia también es su derramamiento consumado de misericordia a todos nosotros, pecadores culpables. En Cristo, la rectitud y la paz se han besado mutuamente (Salmo 85:10).
La Biblia nos invita a confiar en Cristo para nuestra salvación eterna y vida abundante aquí y ahora (Juan 10:10). Estas son las bendiciones que los filósofos han buscado. Pero con demasiada frecuencia ha existido esto en sus propios términos. Si prestamos una mirada más detallada de los esfuerzos filosóficos, veremos que conduce a través de muchos senderos oscuros, a muchos caminos sin salida. Pero en cada costado hay señales evidentes. La filosofía puede iluminar, pero falla cuando excluye la revelación de Dios y proscribe todas las respuestas aparte de las seculares. Pero las señales declaran lo evidente: Dios es en todo lugar la autoridad, el controlador y la gran presencia amorosa. Y su camino nos lleva a confiar en Jesús.
18 Su propia doctrina de la caída no era ortodoxa, porque no afirmaba el acontecimiento histórico descrito en Génesis 3. Pero consideraba obvio que todos cometemos errores.
Frame, J. M. (2019). Todos somos filósofos: Una introducción cristiana a siete preguntas fundamentales. Bellingham, WA: Editorial Tesoro Bíblico.

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