SINERGISMO

El término es un compuesto de dos palabras griegas: συν (syn), “junto” o “con”, y εργειν (ergein), “trabajar”. Teológicamente se refiere a la cooperación de lo divino y lo humano para la salvación y para la edificación del carácter del hombre. Establece la doctrina de cooperación de la voluntad humana con la gracia divina, y ve la fe como respuesta personal al acto previo de Dios, quien nos llama a la salvación, a todo aquel que desee responder. Pasajes como Apocalipsis 22:17; Romanos 10:13; Isaías 1:18; 55:3; Mateo 11:28; Apocalipsis 3:20; Joel 2:32 (véase Hch. 2:21); Isaías 55:6–7; Ezequiel 33:11; 2 Pedro 3:9; Juan 1:12; Marcos 1:15; 1 Juan 1:9; etc., presuponen la capacidad del hombre para responder a la gracia de Dios y cooperar con ella, que obra en él tanto para desear como para hacer lo que agrada a Dios (Fil. 2:12–13).

La salvación, como pacto divino-humano, presupone cooperación mutua entre el hombre y Dios. De ahí que participen ambas, la gracia divina y la decisión humana. El acto de creer para salvación corresponde siempre al hombre. Sin embargo, el hombre no es salvo por sus propios esfuerzos, aparte de la gracia de Dios que obra en él. Aún así, los sinergistas sostienen que la voluntad humana es una causa concurrens para la salvación personal.

El término “sinergismo” se estableció como concepto teológico en el siglo XVI. Se lo aplicó a los puntos de vista más maduros de Melanchton y sus seguidores, quienes creían que la voluntad humana puede cooperar con la gracia de Dios para la regeneración del hombre. Ellos se referían a la voluntad humana cuando era ayudada por la gracia divina como vera cause regenerationis, aunque no como causa primaria.

Se declaró la posición luterana de la siguiente manera: “Hay tres causas concurrentes de buenas acciones: la palabra de Dios, el Espíritu Santo y la voluntad humana que consiente y no se resiste a la palabra de Dios”. La Confesión de Augsburgo declara: “Aunque Dios no justifica a los hombres por sus méritos, el Dios misericordioso no actúa en el hombre como un bloque, sino que lo atrae para que su voluntad coopere, con tal que haya llegado a la edad de discernimiento” (Art. 20).

En esta posición, Melanchton parece seguir algunas de las fuertes declaraciones de Agustín en el tratado El espíritu y la letra. Una de ellas dice: “Dar nuestro consentimiento en verdad al llamado de Dios, o negarlo, es (como he dicho) la función de nuestra voluntad. Y esto no solo no invalida lo que se ha dicho: ‘¿Qué tienes que no hayas recibido?’ (1 Co. 4:7), sino que realmente lo confirma. Pues el alma no puede recibir y poseer estos dones, que aquí se mencionan, excepto dando su consentimiento. Por lo tanto, lo que posea y lo que reciba es de Dios; y aún así, el acto de recibir y tener pertenece por supuesto al receptor y poseedor”.

En el siglo XVII Jacobo Arminio declaró que las operaciones de la gracia actúan en el hombre en forma integral, no solo en su voluntad, cuando declaró: “Es una infusión tanto en el entendimiento, la voluntad y los afectos humanos” (Works, 1:253, Declaration of Sentiments). Además, la llamó “gracia preventiva [precedente] y emocionante, perseverante y cooperadora”. Él no veía la gracia de Dios como “una fuerza irresistible”, pues dice: “Creo, según las Escrituras, que muchas personas resisten al Espíritu Santo y rechazan la gracia que se les ofrece”. Al refutar a William Perkins, declara que “el libre albedrío del hombre es el sujeto de la gracia. Por tanto, es necesario que el libre albedrío actúe de acuerdo con la gracia, que es impartida, para su preservación, pero es asistida por la gracia subsecuente, y el libre albedrío siempre tiene el poder para rechazar la gracia impartida y para rehusar la gracia subsecuente; puesto que la gracia no es la acción omnipotente de Dios, que no puede ser resistida por el libre albedrío del hombre” (Works, 3:509).

En el siglo XVIII, los wesleyanos dijeron y escribieron que la gracia preveniente de Dios opera en todos los hombres, para llevarlos, si ellos aceptan cooperar con ella, a la fe salvífica y la salvación personal. Su argumento era el siguiente: es la cooperación continua de la voluntad humana con la gracia originadora del Espíritu Santo lo que une la gracia preveniente directamente con la gracia salvífica. Los arminianos sostienen que por medio de la gracia preveniente (preparatoria) del Espíritu, impartida incondicionalmente a todos, los hombres, el poder y la responsabilidad del libre albedrío existe desde el primer amanecer de la vida moral. Este beneficio incondicional de la expiación de Cristo llegó a todos los hombres como un “don” (véase Ro. 5:18; y más completamente en vv. 15–19). Además, sostienen que el hombre, al cooperar por medio de la fe con la gracia preveniente, cumple las condiciones de la gracia salvífica (véase Jn. 1:12–13). Esto, por supuesto, es contrario al verdadero calvinismo, que afirma que la “gracia común” nunca se une con la “gracia salvífica”, ni ha de identificarse el llamado universal a salvación con “el llamado eficaz”, en el que la “gracia irresistible” regenera a los elegidos a una salvación personal real.

Podemos afirmar, por lo tanto, que la convicción de pecado y el llamado divino a salvación son involuntarios, pero no por eso obligatorios. Pues como declara Brightman: “El resto del universo no puede forzar un acto libre” (Person and Reality, 185).

El sinergismo surgió como una protesta ética contra el fatalismo religioso que amenazaba hundir la conciencia del hombre y desarmar a la iglesia en la lucha contra la corrupción, el libertinaje y la anarquía moral. La actitud que dice: “El Señor nuestro Dios, de acuerdo a ‘su tiempo’, guiará finalmente a la luz a todos los que están predestinados y elegidos incondicionalmente para vida eterna”, crea una filosofía de vida irresponsable, sin arrepentimiento y no regenerada. El determinismo monergista paraliza la búsqueda de una forma de vida moral y justa. Además, presenta a Dios como autor del pecado.

Los sinergistas afirman que la ayuda del Espíritu Santo es necesaria para que el hombre pueda aceptar y actuar conforme al evangelio. Por lo tanto, la cooperación humana llega a ser causa subardinata en la regeneración. Nadie puede verdaderamente decir que ha sido compelido al pecado por el destino o, lo que es peor, por decreto divino. El inconverso aún tiene poder debido a la gracia preveniente, para obedecer o rechazar el llamado de Dios a salvación por medio de la Santa Biblia, iluminada por el Espíritu Santo y presentada a él por medio de la predicación fiel y ungida. Rechazar la gracia de Dios es un acto de la voluntad humana, porque la gracia salvífica no es negada a nadie por decreto u omisión de parte de Dios.

Véase también MONERGISMO, GRACIA PREVENIENTE.

Lecturas adicionales: Arminio, Works, 3:281–525; Agustín, Basic Writings of Augustine, 2 vols.; Brightman, Person and Reality; Mackenzie, “Synergism”, ERE, 12:158–64; Miley, Systematic Theology, 2:334–37; Pope, “Prevenient Grace and the Conditions of Salvation”, A Higher Catechism of Theology, 207–21.

ROSS E. PRICE

ERE Hasting’s Encyclopedia of Religion and Ethics

Price, R. E. (2009). SINERGISMO. En R. S. Taylor, J. K. Grider, W. H. Taylor, & E. R. Conzález (Eds.), E. Aparicio, J. Pacheco, & C. Sarmiento (Trads.), Diccionario Teológico Beacon (pp. 654–656). Lenexa, KS: Casa Nazarena de Publicaciones.

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