La teoría que más dice haber sido el punto de vista estándar en los inicios de la historia de la iglesia es probablemente la denominada teoría del rescate. Gustaf Aulen la ha denominado la teoría clásica,24 y en muchos aspectos esa designación es correcta, porque en distintas formas domina el pensamiento de la iglesia hasta los tiempos de Anselmo y Abelardo. Incluso fue la forma principal en la que Agustín entendió la expiación, y por tanto disfrutó del inmenso prestigio que su nombre concedía.
Los dos autores más importantes que empezaron a desarrollar la teoría del rescate fueron Orígenes y Gregorio de Nisa. Orígenes consideraba la historia bíblica como la representación de un gran drama cósmico. Por esta razón su punto de vista sobre la expiación también se denominó la visión “dramática.” En la lucha cósmica entre las fuerzas del bien y del mal, Satanás estableció el control sobre la humanidad. Ireneo entre otros, sugirió que mediante un acto de agresión injusta se estableció el control.25 Pero sea como fuere que se consiguió, Satanás ahora es el poder que está gobernando el mundo. Como gobernador del mundo sus derechos no se pueden simplemente dejar de lado, porque Dios no se rebajará a usar las técnicas utilizadas por el demonio; Dios no “robará” la humanidad, por así decirlo. El principal problema de los humanos, por tanto, es su esclavitud a un dueño incompetente, esto es, Satanás.
Orígenes enfatiza la declaración de Pablo de que hemos sido comprados por precio (1 Co. 6:20). Pero Orígenes pregunta, ¿de quién hemos sido comprados? Desde luego debe haber sido de aquel a quien servíamos. Él debe haber puesto el precio.
Ahora es el demonio el que nos tiene, a cuyo lado hemos sido atraídos por nuestros pecados. Así que, pidió como precio la sangre de Cristo. Pero hasta que la sangre de Jesús, que era tan preciosa que sirvió por sí misma como redención de todo, fue entregada, era necesario que aquellos que estuvieran bajo la ley dieran su sangre por sí mismos (por ejemplo, en la circuncisión) como si fuera una imitación de la redención que iba a producirse.26
El texto sobre el que Orígenes y otros que defienden la teoría del rescate confían con más fuerza es en la frase de Jesús de que ha venido a ofrecer su vida en rescate por todos (Mt. 20:28; Mr. 10:45). ¿A quién se pagó este rescate? Desde luego no a Dios. Él no se pagaría a sí mismo un rescate. Más bien, debe haber sido pagado al maligno, porque era él el que nos mantenía cautivos hasta que el rescate, o sea, el alma de Jesús, se pagó.27
Nótese que en la formulación de la doctrina de Orígenes, fue Satanás y no Dios el que exigía la sangre de Cristo, iniciando así este aspecto de la transacción. Así que el rescate fue determinado por Satanás y pagado a y aceptado por él. Esto mitiga hasta cierto punto el cargo que la teoría del rescate hace de que Dios es de alguna manera un traficante deshonesto. Desde luego, Satanás fue engañado, pero es más correcto decir que se engañó a sí mismo, y de dos maneras según Orígenes. Primero, Satanás creía que podía ser el señor del alma de Jesús; la resurrección de Jesús probó que esto no era así. Segundo, Orígenes sugiere en alguna parte que el demonio no percibió que la humanidad, liberada parcialmente por las enseñanzas y milagros de Cristo, sería completamente liberada con su muerte y resurrección. Así que Satanás liberó a la raza humana, sólo para encontrarse con que no podía retener a Cristo, a quien había aceptado como cambio por la humanidad.28
Un siglo después, Gregorio de Nisa desarrolló la teoría de Orígenes sobre la expiación. La primera preocupación de Gregorio era mantener la justicia de Dios. Según su razonamiento como la esclavitud en la que nos encontramos es culpa nuestra, nuestra libre elección, habría sido injusto privar a Satanás de sus cautivos mediante un método arbitrario.29 Esto habría sido robar a Satanás lo que era suyo por derecho. Así que tuvo que producirse una transacción. Debido a su propio orgullo y codicia, Satanás aceptó rápidamente un precio que él consideraba mucho más valioso que las almas que mantenía cautivas, esto es, la vida de Cristo. Sin embargo, Satanás no se dio cuenta de que la deidad de Dios estaba envuelta en su cuerpo humano.30 La deidad de Cristo estaba deliberadamente oculta a los ojos de Satanás para que él aceptara a Jesús como rescate.
Gregorio reconoce que Dios engañó a Satanás: “La deidad estaba oculta bajo el velo de nuestra naturaleza, para que, como hace un pez hambriento, el anzuelo de la Deidad pudiera ser engullido junto con el cebo de la carne.”31 Además de reconocer el engaño, Gregorio lo justifica. Argumenta que hay dos requisitos para que un acto sea justo. Uno es que todos deberían tener su merecido; el otro es que la motivación que haya tras el acto debería ser el amor de la humanidad. En la redención llevada a cabo por Dios las dos condiciones se cumplen. Es adecuado que se utilice el engaño con Satanás porque él ganó su poder sobre la humanidad mediante el engaño, utilizando el cebo del placer sensual. Mientras que podría parecer un problema que Dios utilice el engaño se consiente siempre que Satanás sea condenado, Gregorio resalta la diferencia de objetivo y propósito:
Pero cuando se considera el objetivo y el propósito de lo que sucedió, se produce un cambio en la dirección del más noble; porque mientras que él, el enemigo, efectuó su engaño para la ruina de nuestra naturaleza, Él que es el justo, el bueno y el sabio, utilizó Su plan, en el cual había engaño, para la salvación del que había perecido, y esto no sólo benefició al perdido, sino también a aquel que había traído nuestra ruina.32
El engaño de Dios sobre Satanás se justifica porque se hizo por un buen propósito, lo cual parece casi sugerir que “el fin justifica los medios.” El comentario crítico de que el acto del engaño fue beneficioso para Satanás al igual que para nosotros no se explica con más profundidad.
A Gregorio y Rufino les gustaba particularmente la imagen del anzuelo y el cebo. Incluso pensaban que Job 41:1 (“¿Pescarás tú al leviatán con un anzuelo o sujetándole la lengua con una cuerda?”) puede haber sido una anticipación de la expiación.33 Gregorio el grande comparó la cruz con una red para capturar pájaros,34 e incluso Agustín comparaba la cruz con una trampa para ratones, con la sangre de Cristo sirviendo de cebo.35
Tal como desarrolló la teología occidental, la idea de la justicia se desarrolló con mayor profundidad. Esto no es algo sorprendente, dada la influencia dominante del sistema judicial romano. Manteniendo que el engaño de Satanás no debería considerarse como algo que Dios hizo, sino como algo que permitió con justicia, Agustín desarmó el cargo de que Dios había sido injusto o deshonesto.36 En Agustín no hay ningún indicio de que se hubiera encubierto la deidad de Cristo para engañar a Satanás. Más bien, Satanás fue víctima de su propio orgullo, porque pensó que podría vencer y retener a Cristo, cuando en realidad él no tenía un poder de ese tipo. Como Jesús nunca había pecado, y por tanto no estaba sujeto a la muerte, no estaba bajo el control de Satanás.37
De cualquier forma que se exprese la teoría en el periodo primitivo, el tema dominante era la victoria sobre Satanás y la liberación de la humanidad de su servidumbre ante él. De entre los teólogos notables de este tiempo que no adoptaron la teoría del rescate casi sólo tenemos a Gregorio Nazianceno y Atanasio. Una fi gura posterior que en cierta manera también reconoció la incongruencia de la idea de que Dios habría hecho un trato así con Satanás fue Juan de Damasco. A él le parecía repugnante creer que Dios pudiera ofrecer a Cristo al enemigo. No teniendo ninguna otra teoría de la que echar mano, Juan acepto que la expiación era en esencia un triunfo de Dios, pero mantenía que el poder que había atrapado a la humanidad, y que a su vez había sido atrapado por Dios era la muerte y no el mal. Dios al ofrecer a su Hijo destruyó la muerte:
¡Que Dios prohíba que la sangre del Señor se ofrezca al tirano! La muerte se acerca, y tragándose el cuerpo como cebo que está amarrado al anzuelo de la divinidad, y después de probar un cuerpo sin pecado y lleno de vida propia, perece, y expulsa de nuevo todo lo que anteriormente había engullido. Porque al igual que la oscuridad desaparece cuando aparece la luz, así la muerte es expulsada ante el asalto de la vida, que trae vida para todos, pero muerte para el destructor.38
Con el auge de las teorías de Anselmo y Abelardo, la teoría del rescate, al menos en la forma en la que hemos expuesto, perdió su supremacía. En tiempos más recientes, Gustaf Aulen la ha restablecido. La denomina la “visión clásica,” manteniendo que, cualquiera que sea la forma en que se exprese la teoría, su punto esencial es el triunfo de Dios.39
Como la teoría del rescate mantiene que la expiación de Cristo no estaba dirigida principalmente hacia la humanidad, es una teoría objetiva de la expiación. Seguramente el propósito final de la muerte de Cristo fue la liberación de la raza humana. Sin embargo, esto se consiguió mediante una obra que se relacionaba principalmente con un tercero; como resultado de esa obra se produjo una alteración en la condición humana. La teoría del rescate es especial entre las teorías de la expiación al decir que los efectos directos del sacrifico de la muerte de Cristo no fueron ni para Dios ni para los humanos. Más bien, en la primitiva y más común versión de esta idea, era el demonio contra quien iba dirigida la muerte de Cristo. La obra de Cristo en relación con Dios era secundaria en este punto.
24 Gustaf Aulen, Christus Victor: An Historical Study of the Three Main Types of the Idea of the Atonement, trad. A. G. Herbert (New York: Macmillan, 1931), p. 20.
25 Ireneo, Contra las herejías 5.1.1.
26 Orígenes, Comentario sobre romanos 2:13.
27 Orígenes, Comentario sobre Mateo 13:28.
28 Ibid.
29 Gregorio de Niza, Gran catecismo 22.
30 Ibid., 23.
31 Ibid., 24.
32 Ibid., 26.
33 Ibid., 24.
34 Gregorio Magno, Moralis espositio in Job 33.15.
35 Ver Pedro Lombardo, Sententiae 3.19.
36 Agustín, De trinitate 13.12.
37 Ibid., 13.14.
38 Juan de Damasco, Exposición de la fe ortodoxa, 3.27.
39 Aulen, Cristos Victor pp. 26–27.
Erickson, M. J. (2008). Teología sistemática. (J. Haley, Ed., B. Fernández, Trad.) (Segunda Edición, pp. 806–810). Viladecavalls, Barcelona: Editorial Clie.

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