UN NUEVO PROFETA

El significado del ministerio de Juan el Bautista se puede valorar sólo cuando se enmarca en su tiempo. Durante siglos, la voz viva de la profecía no se había dejado sentir. Dios ya no hablaba directamente a su pueblo por medio de una voz humana para dar a conocer su voluntad, para interpretar la razón de la opresión de Israel a manos de los gentiles, para condenar sus pecados, para llamar al arrepentimiento nacional, para amenazar con el juicio si no había tal arrepentimiento, ni para prometer liberación si la nación respondía.

En lugar de la voz viva de la profecía había dos canales de vida religiosa, ambos derivados de una fuente común: la religión escriba, que interpretaba la voluntad de Dios estrictamente en función de la obediencia a la Ley escrita, según la interpretaban los escribas y los apocalípticos, quienes además de la Ley basaban sus esperanzas de salvación futura en los escritos apocalípticos elaborados, por lo general, a partir de un modelo pseudoepigráfico.1 No tenemos pruebas de que ninguno de los apocalípticos que produjeron un corpus literario tan extenso, se presentara nunca ante el pueblo como heraldo de la liberación escatológica venidera, como predicador de salvación, o sea, como voz profética que anunciara al pueblo “Así dijo el Señor.” Tampoco hay pruebas de que sus escritos crearan movimientos escatológicos populares produciendo la expectativa de una intervención inminente de Dios para introducir su Reino. Esto habría sido el resultado inevitable si los apocalípticos hubieran encarnado el genuino espíritu profético. Los qumranianos esperaban una apocalíptica temprana, pero se retiraron al desierto y no trataron de preparar al pueblo para el fin.

Los movimientos de los que queda constancia fueron más bien rebeliones políticomilitares contra Roma, no pocas en número. Golpear a Roma significaba apoyar el Reino de Dios. Repetidas veces se levantaron en armas grandes grupos de gente, no sólo en apoyo de la independencia nacional, sino para implantar el Reino de Dios, para que sólo Dios y no Roma reinara sobre su pueblo.2

Algunos estudiosos han interpretado la comunidad de Qumrán como un movimiento escatológico profético. Estos sectarios creían en realidad que estaban inspirados por el Espíritu Santo, pero esta inspiración los condujo a encontrar nuevos significados en las escrituras del Antiguo Testamento, no a pronunciar una nueva palabra profética: “Así dice el Señor”. En el sentido literal de la palabra, la comunidad de Qumrán fue un movimiento legalista. Además, no tenía ningún mensaje para Israel, sino que se retiró al desierto para obedecer la Ley de Dios y esperar la venida del Reino.

El significado histórico de la inesperada aparición de Juan sólo se podrá captar bien con este trasfondo. De repente, a un pueblo que se debatía bajo un régimen pagano que había usurpado la prerrogativa que sólo a Dios le correspondía, que clamaba por la llegada del Reino de Dios y que sentía que Dios permanecía callado, se le apareció un nuevo profeta con el anuncio: “El reino de Dios está cerca”.

Al acercarse a la madurez, Juan sintió un impulso interior que lo apartó de los centros de población para llevarlo al desierto (Lc. 1:80).3 Al cabo de unos años, al parecer dedicados a la meditación y a la espera de Dios, “vino palabra de Dios a Juan” (Lc. 3:2), en respuesta a la cual Juan se apareció en el valle del Jordán para anunciar de forma profética que el Reino de Dios estaba cerca.

La indumentaria de Juan — el manto de pelo y el cinto de cuero –parece ser una imitación ex profeso de los distintivos externos del profeta (cf. Zac. 13:4; 2 R. 1:8, LXX). Algunos eruditos piensan que Juan quiso con ello indicar que se creía ser Elías,4 pero, según Juan 1:21, Juan negó tal cosa.

Todo el comportamiento de Juan fue de carácter profético. Anunció que Dios estaba a apunto de entrar en acción a fin de manifestar su poder real, que en previsión de semejante acontecimiento las personas debían arrepentirse y, como prueba de arrepentimiento, debían someterse al bautismo. Todo esto lo hace por su propia autoridad profética, causado por la palabra de Dios que le había llegado. No es difícil imaginar la expectativa que crearía la aparición de un nuevo profeta con semejante anuncio lleno de emoción. Dios, quien durante siglos, según el pensamiento judío de la época, había permanecido inactivo, por fin comienza a tomar la iniciativa para cumplir las promesas de los profetas y para traer la plenitud del Reino. Al parecer, por toda Judea se difundió como fuego la noticia de la aparición de este nuevo profeta con el resultado de que grandes multitudes acudieron al Jordán, donde estaba predicando (Mc. 1:5), para escuchar su mensaje y someterse a sus exigencias. Por fin, Dios había enviado a un profeta para que manifestara su divina voluntad (Mc. 11:32; Mt. 14:5).

1 Cf. 4 Esdras 14:37–48 donde se alude a setenta libros de esta clase que participan de la misma inspiración que la Escritura canónica.

2 Ver T. W. Manson, The Servant-Messiah (1953), y W. R. Farmer, Maccabees, Zealots, and Josephus (1956) para el nacionalismo judío.

3 La teoría de C. H. Kraeling de que para poder explicar el retiro de Juan al desierto se requiere una experiencia catastrófica (John the Baptist, 27) con el orden sacerdotal, que habría creado en Juan un repudio violento respecto al orden cúltico establecido, no es sino una conjetura. Se explica mucho mejor, según las propias palabras de Kraeling, con “el misterio esencial de la percepción profética y de la inspiración divina” (50). Otros estudiosos más recientes (Brownlee, J. A. T. Robinson, Scobie) están seguros de que Juan fue miembro de la secta de Qumrán “en el desierto”. Se trata de una posibilidad obvia, pero queda siempre en el ámbito de la especulación.

LXX Septuaginta

4 Cf. J. Klausner, Jesus of Nazareth (1952), 243.

Hagner, D. A. (2002). Prefacio a la Edición Revisada. En G. S. :Ozun. Shogren Nelson Araujo:Ortiz, Anabel Fernández:Fernández, Lidia Rodríguez:Raya, Joana Ortega (Ed.), J.-M. Blanch & D. G. Bataller (Trads.), Teología del Nuevo Testamento (pp. 59–61). Viladecavalls, Barcelona: Editorial Clie.

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