Cristología primitiva

Casi al comienzo mismo de su nueva existencia colectiva como compañeros del “Camino”, los discípulos se vieron en la necesidad de formarse un juicio respecto al lugar que ocupaba Jesús en la revelación del propósito divino. Habían comenzado a ver, cada vez con mayor claridad, que la naturaleza de su identidad y su papel había sido ya esbozada en las Sagradas Escrituras, y esto se debía sobre todo a que Jesús les había enseñado a entenderlas. En los discursos apostólicos de los primeros capítulos de Hechos, aparecen un buen número de cristologías entrelazadas, explicaciones de la persona y la obra del Jesús crucificado y exaltado en términos de la profecía bíblica. Él era el príncipe ungido de la casa de David,9 el siervo humillado y vindicado del Señor,10 el profeta como Moisés cuyo advenimiento había sido prometido.11 Y no tan solo se le identificó con figuras proféticas personales, sino que asimismo se interpretaron algunas imágenes impersonales como refiriéndose a él: Jesucristo era la piedra que los constructores habían desechado y que, según Salmos 118:22, se había convertido en la cabeza del ángulo.12

Tales interpretaciones cristológicas de la profecía hebrea no deben entenderse como producidas por el autor de los Hechos; su carácter auténtico se revela en el hecho de que se las presupone en diferentes líneas de pensamiento del Nuevo Testamento, y parecen, por tanto, estar en el trasfondo de todo. El tema de la piedra desechada, por ejemplo, se combina desde el principio con otros oráculos antiguotestamentarios que hablaban de “piedras” para formar un testimonium compuesto que luego aparece en diferentes lugares del corpus paulino, en 1 Pedro y en el evangelio de Lucas, donde se utiliza de diferentes maneras.13

No hay que pensar que estas “cristologías” estuvieran en su origen separadas unas de las otras como la cristología davídica, la del siervo, la profética o la cristología de la “piedra”, y que cada una de ellas hubiera sido desarrollada de manera independiente por un grupo o escuela dentro del nuevo movimiento. Todas ellas se entretejieron la una con la otra a lo largo de la historia del pensamiento cristiano y la evidencia que tenemos indica que esto ha venido siendo así desde el mismo comienzo.14

Sin embargo, más importante aun que estas “cristologías” en sí era el reconocimiento de Jesús como Señor en un sentido que implicaba su soberanía universal. Su exaltación le identificaba como aquél a quien se llama “mi señor” en Salmo 110:1: “Yahvéh dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.” El primer estímulo para esta interpretación de la profecía procede de la alusión que contiene la respuesta misma de Jesús a la pregunta del sumo sacerdote respecto a su identidad: “veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios” (Marcos 14:62). A su tiempo, estas palabras fueron vindicadas porque al Jesús resucitado Dios “le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36).

Desde el principio, el concepto de Jesús sentado a la diestra de Dios se convirtió en un tópico del pensamiento y lenguaje cristianos: en el entramado de la enseñanza del Nuevo Testamento hay pocos sectores en que este tema no esté presente. (Igual que hoy, también en aquel entonces esta expresión se entendía como una figura de lenguaje para denotar la suprema autoridad conferida por Dios a alguien). Y cuando se preguntaba cuál era su cometido a la diestra de Dios, la respuesta era inmediata: está llevando a cabo un ministerio de intercesión. El cuarto cántico del siervo termina con la afirmación que éste llevó el pecado “de muchos”, y oró “por los transgresores” (Isaías 53:12). Además, Jesús había hablado del Hijo de Hombre llevando a cabo este ministerio en la presencia de Dios: “Os digo que todo aquel que me confesare delante de los hombres, también el Hijo del Hombre le confesará delante de los ángeles de Dios” (Lucas 12:8). Por tanto, en un pasaje que parece reflejar un credo temprano y muy extendido, Pablo habla de Jesús como aquél “que está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8:34). La imagen, nos dice H. B. Sweete, no es la de “un suplicante siempre en pie delante del Padre con las manos extendidas… implorando a favor nuestro ante un Dios renuente”, sino la de un “Sacerdote-Rey que, sentado en su trono, le pide lo que desea a un Padre que siempre le oye y concede todo cuanto pide”.15

La antigüedad del título “Señor” aplicado a Jesucristo se pone de relieve por la amplia difusión de su forma aramea maran o marana así como también por la de su equivalente griega kyrios: de hecho, la invocación aramea marana-tha (“ven, Señor nuestro”), que se usaba probablemente en la conmemoración de la Santa Cena, es anterior a los comienzos del cristianismo gentil y se abrió camino (al igual que el uso litúrgico de Amén y Aleluya) sin ser traducido hasta el vocabulario de las iglesias de habla griega.16

La amplia y temprana difusión de la invocación marana-tha da testimonio de la intensa expectativa de los discípulos de Cristo respecto a la parousia, su venida en gloria, para consumar el reino que se inauguró con su muerte y su resurrección. Uno de los pasajes escatológicos más antiguos del Nuevo Testamento nos llega en la exhortación de Pedro al pueblo de Jerusalén para que se arrepientan y conviertan, a fin de que sus pecados fueran borrados y vinieran “de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo” (Hechos 3:19–21). Aquí se da a entender que el pronto arrepentimiento de la ciudad de Jerusalén (tal vez en representación de todo Israel) apresuraría su parousia. Esta forma de expectativa sería pronto reemplazada por otras; sin embargo, la expectativa como tal siguió viva como una potente esperanza a lo largo de toda la era apostólica y sobre todo en el pensamiento de Pablo.

9 Hechos 2:35–36.

10 Hechos 3:13–26.

11 Hechos 3:22.23; 7:37.

12 Hechos 4:11.

13 Estas palabras son las que se refieren a la “piedra para tropezar” de Isaías 8:14, la piedra de fundamento puesta en Sion de Isaías 28:16, la piedra “cortada no con mano” de Daniel 2:34.35.44.45. Estas imágenes se combinan en Lucas 20:17.18; Romanos 9:32.33 y 1 Pedro 2:6–8. Véase F. F. Bruce, This is That: The New Testament Development of Some Old Testament Themes (Exeter, 1968), págs. 65s., y “The Corner Stone”, Expository Times 84 (1972–73), págs. 231 ss.

14 M. Hengel argumenta que la fase crucial del desarrollo cristológico fueron los primeros cinco años después de la muerte y resurrección de Cristo (“Christologie und neutestamentliche Chronologie”, in Neues Testament und Geschichte: O. Cullmann zum 70. Geburtstag, ed. H. Baltensweiler and B. Reicke [Zürich/Tubinga, 1972], págs. 43–67).

15 H. B. Swete, The Ascended Christ (Londres, 1912), p. 95.

16 El contexto eucarístico de Marana-tha (1 Corintios 16:22) es algo explícito en la Didajé 10:6.

Bruce, F. F. (2012). Pablo: Apóstol del corazón liberado (pp. 74–77). Viladecavalls, Barcelona: Editorial CLIE.

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