De todos los autores del Nuevo Testamento, Pablo es el que, sin lugar a dudas, más ha expresado su propia personalidad en sus escritos. Es, esencialmente, por esta razón por lo que se ha ganado un lugar indisputable entre los grandes escritores epistolares de la literatura mundial. Y esto no se debe a que escribiese sus cartas esforzándose en refinar su estilo o a que estas fueran dirigidas a un público más amplio que quienes eran sus primeros destinatarios, sino porque sus cartas expresan sus ideas y su mensaje con mucha espontaneidad y, por tanto, muy elocuentemente.“Sin lugar a dudas es una de las grandes figuras de la literatura griega”, dijo Gilbert Murray.1 Ulrich von Wilamowitz-Moellendorff, un helenista más destacado aun que Murray, le describió como un “clásico del helenismo”. Según él, Pablo no incorporó directamente ninguno de los elementos de la cultura griega y, sin embargo, no solamente escribe en griego, sino que piensa en griego; sin darse cuenta, Pablo lleva a cabo el testamento de Alejandro Magno al llevar el Evangelio a los griegos.
¡Por fin, por fin hay alguien que, de nuevo, habla en griego a partir de una renovada experiencia vital! Esta experiencia es la fe que le aporta una gran certeza en su esperanza. Su ardiente amor abraza a toda la humanidad: pues para llevar a todos la salvación Pablo sacrifica gozosamente su propia vida. Sin embargo, las aguas frescas del alma brotan dondequiera que va. El apóstol escribe sus cartas en sustitución de su actividad personal. El estilo de sus epístolas es paulino, Pablo mismo y ningún otro.2
¡Estas palabras representan un elogio no pequeño de parte de un helenista para alguien que dijo ser hebreo de hebreos!
Las cartas de Pablo son nuestra primordial fuente de información para conocer su vida y su obra y el venero más importante para nuestro conocimiento de los orígenes del cristianismo, ya que son los documentos cristianos que pueden datarse más temprano. Los más importantes de ellos se escribieron de 18 a 30 años después de la muerte de Cristo. No hay duda que algunos escritores han usado la forma epistolar para encubrir sus verdaderos pensamientos. Sin embargo, la transparente honestidad de Pablo era incompatible con cualquier artificialidad de este tipo. Cuando es necesario, se esfuerza en ser diplomático ya sea que escriba a sus propios convertidos o a personas que desconoce personalmente; pero, aun así, nunca oculta sus verdaderos sentimientos.
Tal espontaneidad se debió, sin lugar a dudas, a la costumbre de Pablo de dictar sus cartas en lugar de escribirlas él mismo. Al dictarlas, el apóstol pone a los destinatarios de sus cartas ante sí, y les escribe como si les hablara personalmente. Aun en el caso de haber utilizado la ayuda de un amanuense, el estilo sigue siendo el suyo, particularmente en las epístolas “capitales”, expresión que se refiere por regla general a sus cartas a los Gálatas, Corintios y Romanos. Cuando el amanuense en cuestión era un estrecho colaborador del apóstol, como Timoteo o Lucas, posiblemente tenía un margen de maniobra un poco más amplio para introducir algo de su propio estilo, sin embargo, cuando Pablo se enardecía hablando de sus temas preferidos, cualquier amanuense habría tenido problemas para seguir sus dictados. Si los amanuenses de Pablo hubieran seguido el procedimiento normal de aquel tiempo, habrían escrito lo que Pablo les dictaba con un listoncito de madera sobre tablas de cera, usando posiblemente algún sistema de taquigrafía para transcribir el texto más tarde en una hoja de papiro o en un rollo.
Considerando la evidente espontaneidad de las cartas de Pablo hay que sospechar de cualquier relato que esté en contradicción con sus afirmaciones. Existe una narración del siglo I que –al parecer– fue redactada en completa independencia de sus cartas: se trata del libro de los Hechos de los Apóstoles (una obra que fue escrita como la segunda parte de una historia de los orígenes del cristianismo y cuya primera parte se conoce con el nombre de “Evangelio de Lucas”). Este libro es nuestra fuente auxiliar de información más importante para conocer la vida y obra de Pablo, y la presente obra se basa en la convicción (argumentada en otro lugar)3 de que se trata de una fuente de alto valor histórico. Las diferencias entre la imagen de Pablo que nos ofrecen sus cartas reconocidas y la que nos presenta el libro de los Hechos son las que cabría esperar entre un auto-retrato y el retrato realizado por otro artista ante quien habría posado, ya sea de manera consciente o inconsciente, como en este caso. El Pablo del libro de los Hechos es el Pablo histórico tal como lo vio un observador benevolente y minucioso, pero independiente a la vez, cuya narrativa provee un marco convincente para, por lo menos, las principales epístolas y que puede ser usado con confianza para complementar las informaciones que tenemos en las cartas paulinas.4
1 G.G. A. Murray, Four Stages of Greek Religion (Nueva York, 1912), p. 146.
2 U. von Wiliamowitz-Moellendorff, Die griechische Literatur des Altertums = Die Kultur der Gegenwart, ed. P. Hinneberg, I, 8 (Berlin/Leipzig, 3a ed., 1912), p. 232
3 Véase F. F. Bruce, The Acts of the Apostles (Londres, 2a ed., 1952), págs. 15ss. et passim, existe traducción española. F. F. Bruce, Hechos de los Apóstoles (Ed. Certeza).
4 Las últimas dos frases se exponen con detalle en F. F. Bruce, “Is the Paul of Acts the Real Paul?” BJRL 58 (1975–76), págs. 282–305. Dos artículos importantes que deben mencionarse son P. Vielhauer, “On the ´Paulinism´of Acts”, E. T. en Studies in Luke-Acts: Essays in Honor of Paul Schubert, ed. L. E. Keck y J. L. Martín (Nashville/Nueva York, 1966), págs. 33–50 (un estudio que defiende conclusiones que difieren considerablemente de las mías) y C. K. Barrett, “Acts and the Pauline Corpus”, Expository Times 88 (1976–77), págs. 2–5 (un estudio que despierta interés por la obra mayor sobre Hechos que el Dr. Barrett está preparando para el International Critical Commentary).
Bruce, F. F. (2012). Pablo: Apóstol del corazón liberado (pp. 17–19). Viladecavalls, Barcelona: Editorial CLIE.

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