El Antiguo Testamento era la Biblia que utilizaban Cristo y los apóstoles. Salvo raras excepciones (p.ej., 2 P. 3:16) en el Nuevo Testamento los términos «Escritura» y «Escrituras» se refieren al Antiguo Testamento (p.ej., Jn. 5:39; 10:35; Hch. 8:32; Gá. 3:8; 2 Ti. 3:16). Alrededor de dos décadas después de Cristo, las únicas partes existentes del Nuevo Testamento eran relatos fragmentarios de la vida y las enseñanzas de Jesús. En una época en que la influencia de la iglesia viva se propagaba a Siria, Asia Menor y Africa del Norte, la predicación y la enseñanza se basaban en el Antiguo Testamento según la reinterpretación de Cristo.
Jesus Y El Antiguo Testamento
Escudriñad las Escrituras … y ellas son las que dan testimonio de mí (Jn. 5:39).
Cristo reconocía la autoridad plena, la naturaleza preceptiva, de las Escrituras y a la vez se reservaba el derecho de ser su verdadero intérprete. Si bien Jesús discrepó de los líderes judíos en diversos asuntos, no hay evidencias en ninguna parte del Nuevo Testamento de controversias sobre la inspiración o la autoridad del Antiguo Testamento. Por el contrario, Jesucristo con frecuencia apelaba a las Escrituras como fundamento de sus enseñanzas y sus declaraciones acerca de sí mismo. Ilustración de esto es el triple empleo de «escrito está» en el episodio de la tentación (Mt. 4:1–11), testimonio claro de la confianza personal en la autoridad de las Escrituras; lo mismo sucede con la discusión con los judíos sobre el derecho de llamarse Hijo de Dios (Jn. 10:31–36), cuyo eje central es la plena confiabilidad de las Escrituras.
Al confiar así en el Antiguo Testamento como la palabra de Dios escrita, Jesús imitó a sus antepasados judíos, que siglos antes habían iniciado esta práctica en respuesta a la naturaleza única de sus experiencias como pueblo de Dios. La revelación de Dios en palabras y acciones había sido tan poderosa y clara que la conservaron y atesoraron registrándola por escrito. Etapa por etapa, los israelitas fueron desarrollando una colección de literatura autorizada: leyes, narraciones del pasado, oráculos de los profetas, enseñanzas de los sabios e himnos y oraciones del culto de adoración. En esos documentos, que formaban su visión de la vida, la fe y el destino, reconocían la palabra del único Señor a quien conocían como el único Dios verdadero. Aunque Cristo compartía la actitud de sus contemporáneos judíos hacia la autoridad del Antiguo Testamento, la interpretación que él le dio tenía por lo menos dos diferencias significativas. En primer lugar, al igual que los profetas, Cristo percibió el vacío de gran parte del legalismo judío en el que la rutina y el ritual se habían convertido en vano sustituto de la pureza de corazón, la integridad y la preocupación social (p.ej., Mr. 7:1–13; Mt. 9:13; 12:7, que citan Os. 6:6). En cuanto profeta verdadero, Cristo, el nuevo Moisés, interpretó la ley en el Sermón del Monte (Mt. 5–7). Al repudiar la predominante interpretación judía de la ley y poner el acento en el amor, el perdón y la piedad interior, dotó de nuevo significado a algunos de los principales temas proféticos que muchos judíos habían desoído por exagerar la importancia de la letra de la ley.
En segundo lugar, una diferencia aún más profunda es la insistencia de Jesús en que, por ser el cumplimiento en persona del Antiguo Testamento, él mismo era el tema central. La declaración que hizo en la sinagoga de su pueblo—«Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros» (Lc. 4:21)—puede tomarse como síntesis de lo que proclamaba ser. Ese sentido de cumplimiento suscitó el conflicto con los líderes judíos (Jn. 5:46) y a la vez configuró la actitud de sus seguidores hacia las Escrituras (Lc. 24:44s.).
Cristo revolucionó la interpretación del Antiguo Testamento al tomar distintas hebras de las enseñanzas y trenzarlas para formar una sola cuerda: él mismo. Fue el gran profeta que, como Moisés, enseñó la nueva ley desde la montaña; el sacerdote sin par por quien todo el sistema del templo se volvió obsoleto (cf. Mt. 12:6; Jn. 2:13–15); el rey sabio, el que es «más que Salomón» (Mt. 12:42); hijo y Señor de David, legítimo heredero del trono de Israel (Mr. 12:35–37; 15:2); el victorioso Hijo del Hombre (Dn. 7:13ss.; Mr. 13:26); y el siervo sufriente (Is. 53; Mr. 10:45). Los grandes temas de la esperanza profética hallaron en él consumación.
Comparado con el punto de vista de la mayoría de los judíos contemporáneos, el enfoque que Jesús dio al Antiguo Testamento es dinámico en vez de estático. No tomó al Antiguo Testamento como un catálogo de principios fijos que regía la conducta religiosa, sino como un registro inspirado y autorizado de la actividad de Dios en la historia, actividad que se precipita hacia su desenlace en el Reino venidero. Así como las palabras de Jesús son espíritu y vida (Jn. 6:63), también el Antiguo Testamento considerado desde la perspectiva de Jesús conduce a la vida (Jn. 5:39).
Al destacar a los profetas como legítimos intérpretes de la ley y al enfocar sobre sí mismo la revelación del Antiguo Testamento, Cristo estableció el modelo de interpretación bíblica que adoptarían los evangelistas y los escritores apostólicos. Por ejemplo, Mateo se preocupa constantemente de trazar la correspondencia entre los hechos de la vida de su Mesías y la profecía del Antiguo Testamento, lo cual resulta evidente por la frecuente repetición de «para que se cumpliese lo dicho» (p.ej., 1:22; 2:15, 17, 23; 4:14; 12:17; 13:35; 21:4; 27:9). También Juan a menudo compara de forma explícita o implícita a Cristo con Moisés (p.ej., 1:17; 3:14; 5:45–47; 6:32; 7:19).
LaSor, W. S., Hubbard, D. A., & Bush, F. W. (2004). Panorama del Antiguo Testamento: Mensaje, forma y trasfondo del Antiguo Testamento (pp. 1–2). Grand Rapids MI: Libros Desafío.

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