Al igual que los apóstoles y sus epístolas fueron de muchas maneras los intérpretes de los Hechos y los Evangelios, también la teología del AT, por razones similares, pudiera comenzar con los profetas. No obstante, aun para el fenómeno de la profecía bíblica, la realidad de la historia de Israel siempre estaba presente. La previa actividad libertadora de Dios tenía que reconocerse y confesarse antes que uno pudiera ver de forma más estable y completa la nueva revelación de Dios. Por lo tanto, debemos comenzar donde Dios comenzó: en la historia, la historia verídica, con su geografía, hombres y acontecimientos concomitantes.
Prolegómenos a la promesa: la Era Prepatriarcal
El pacto abrahámico lo encontramos por primera vez en Génesis 12:1–3. Señala el comienzo, tanto de la elección que Dios hace del hombre por medio de quien librará a todo el mundo si la humanidad creyera, como del comienzo de la historia de Israel y la teología.
Por supuesto, Abraham ocupó el lugar central en el clímax de la revelación. Sin embargo, no se deben desperdiciar los momentos que guiaron a esto como insignificantes ni siquiera inexistentes. El texto se mueve a todo lo ancho y largo de la creación al provincialismo y las reprensiones resultantes de los pecados sucesivos de la humanidad. Aunque también se mueve de la condición problemática tripartita del hombre como resultado de la caída, el diluvio y la fundación de Babel, a la nueva provisión universal de Dios de salvación para todo hombre mediante la simiente de Abraham.
Además, la palabra y concepto clave es la repetida «bendición» de Dios: una «bendición» que al principio solo existía en estado embrionario, pero entretejida con subsiguientes bendiciones y palabras de promesas de la mano de un Dios misericordioso y amoroso. Al principio fue la «bendición» del orden creado. Después fue la bendición de la familia y la nación en Adán y Noé. Génesis 12:1–3 llega al punto culminante con la bendición a Abraham en cinco aspectos incluyendo bendiciones materiales y espirituales.
Además, en el sentido de ser una palabra preliminar a otra palabra, en forma germinativa, estas bendiciones de la revelación de Génesis 1–11, se pudieran llamar un prolegómeno a la promesa.
El espíritu de modernismo ha encontrado serias objeciones al trato directo de Génesis 1–11. Sin embargo, creemos que tales objeciones están mal fundadas e inadecuadamente defendidas. Nuestra postura ha sido considerar los registros de acuerdo a lo que afirman ser hasta que se pruebe lo contrario con evidencia de objetos, epígrafes o hechos evidentes relacionados.4
Provisiones en la promesa: Era Patriarcal
Esta época tuvo tanta importancia que Dios la promulgó como el «Dios de los patriarcas» (es decir, «padres»), o el «Dios de Abraham, Isaac y Jacob». Además, se consideraron a los patriarcas como «profetas» (Gn 20:7; Sal 105:15). Al parecer, fue así porque recibieron la Palabra de Dios personalmente. A menudo la palabra del Señor «vino» de manera directa a ellos (Gn 12:1; 13:14; 21:12; 22:1) o Dios se les «apareció» en una visión (12:7; 15:1; 17:1; 18:1) o en la persona del Ángel del Señor (22:11, 15).
La vida de Abraham, Isaac y Jacob dan forma a otro período en la corriente de la historia. ¡Estos tres privilegiados que recibieron la revelación, vieron, experimentaron y oyeron tanto o más durante sus dos siglos de vida que todos los que vivieron en el milenio anterior! Por lo tanto, podemos señalar a Génesis 12–50 como nuestro segundo período histórico en el despliegue de la teología del AT, igual que hicieron las generaciones posteriores que tuvieron el registro de las Escrituras.
El pueblo de la promesa: Era Mosaica
Dios iba a usar un hijo, (Gn 3:15) nacido de un semita (Gn 11:10–27), con el nombre Abraham, para formar un pueblo y finalmente una nación aparte. Dicho llamado para ser una nación significaba que la «santidad», o separación para Dios, no era una característica opcional. Así que ambos conceptos recibirían mucha atención durante esta era de revelación.
Luego a Israel lo nombraron «un reino de sacerdotes y una nación santa» (Éx 19:6). Con amor, Dios bosquejó los medios morales, ceremoniales y civiles para llevar a cabo su llamado supremo. Esto sucedería en el primer hecho del Éxodo cuando por la misericordia de Dios, Israel fue liberado de Egipto y la posterior obediencia a la fe de Israel de los Diez Mandamientos, la teología del tabernáculo y los sacrificios y otras cosas como las ordenanzas (Éx 21–23) para el gobierno civil.
Toda la cuestión sobre ser un pueblo nuevo de Dios se elaboró en Éxodo 1–40; Levítico 1–27; y Números 1–36. Durante toda esta época, el profeta de Dios era Moisés: un profeta que no tenía igual entre los hombres (Nm 12:6–8). En efecto, Moisés fue el modelo de aquel gran profeta venidero: el Mesías (Dt 18:15, 18).
Lugar de la promesa: Era Premonárquica
Uno de los aspectos de la promesa de Dios que recibió una completa presentación en los hechos históricos y en las páginas de las Escrituras fue la conquista de la tierra de Canaán. La promesa de la tierra como un lugar en el que Dios haría descansar su nombre ya tenía seis siglos. La antigua palabra dada a Abraham ahora recibiría al menos un cumplimiento seminal. Por lo tanto, Deuteronomio con su enfoque sobre el lugar de descanso (12:8–11) y el libro de Josué con su descripción de la conquista de la tierra, se unieron en concepto y hecho.
Sin embargo, ¿tenemos una unidad clara de la historia que pueda demarcarse con tanta claridad como lo afirmaron las Escrituras en las Eras Patriarcal y Mosaica? ¿Y debe esta historia extenderse a través del período de los Jueces para incluir la teología de las narraciones del arca del pacto de Dios en 1 Samuel 4–7? Estas preguntas no admiten conclusiones decisivas. Los tiempos se han distorsionado y todo parece fluctuante debido a la declinación moral del hombre y lo escasa que son las revelaciones de Dios. En efecto, la Palabra de Dios «escaseó» en aquellos días cuando él habló con Samuel (1S 3:1). Así que, las líneas de demarcación no están tan definidas aunque los temas centrales de teología y los hechos clave fueron históricamente bien registrados.
Nuestro plan, entonces, es dejar un traslapo durante este período de conquista y la ocupación de la tierra. El traslapo está entre el asunto del lugar de descanso y la creciente demanda para un rey que gobernara a un pueblo cansado de estos experimentos con la teocracia como se practicaba en una nación rebelde. En el mejor de los casos, la Era Premonárquica fue un tiempo de transición.
Se evaluaron las historias de Josué, Jueces e incluso Samuel y Reyes desde la perspectiva de las normas de moral de Deuteronomio. Es fácil discernir los puntos de enlace: Deuteronomio 28, 31; Josué 1, 12, 24; Jueces 2; 1 Samuel 12; 2 Samuel 12; 1 Reyes 8 y 2 Reyes 17. La mayoría de los teólogos bíblicos actuales, por lo general, conceden importancia a estos momentos en la historia de la revelación de esta época.
Rey de la promesa: Era Davídica
Lo que Génesis 12:1–3 fue para la Era Patriarcal, 2 Samuel 7 fue para los tiempos de David. Los cuarenta años del reino de David se comparan con la duración de la Era Mosaica, pero es incomparable su importancia para las generaciones venideras.
Como preludio a la historia de este período, las primeras señales de las aspiraciones reales de Abimélec, hijo de Gedeón, la petición de un rey que hace el pueblo durante el tiempo de la judicatura de Samuel (1S 8–10) y hasta el reino de Saúl nos preparan negativamente para el gran reino de David (1S 11–2S 24; 1R 1–2; y los salmos davídicos reales como Sal 2; 110; 132; 145).
La historia y la teología se combinan para destacar los aspectos de una dinastía real continua y un reino perpetuo con un dominio que llegaría a ser universal en extensión e influencia. Sin embargo, cada uno de estos asuntos reales fueron laboriosamente eslabonados a ideas y términos de tiempos anteriores: una «simiente», un «nombre» que «moraba» en un lugar de «descanso», una «bendición» para toda la humanidad y un «rey» que ahora gobernaría un reino eterno.
Vida en la promesa: Era Sapiencial
Los cuarenta años de Salomón se destacaron por la construcción del templo y una ráfaga adicional de revelación divina. En parte, este tiempo se asemeja a los tiempos premonárquicos que por naturaleza es en parte transitivo. Sin embargo, también tenía características propias.
No hay otro período más difícil de relacionar a la teología de todo el AT que el de la literatura sapiencial de esta era que encontramos en los Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares y los salmos sapienciales. No obstante, igual que la ley mosaica dio por sentado y se edificó sobre la promesa patriarcal, también la sabiduría de Salomón da por sentadas ambas promesas abrahámicas y davídicas y la ley de Moisés.
El concepto clave de la Era Sapiencial fue «el temor de Dios», una idea que comenzó en la Era Patriarcal como respuesta de la fe que cree (Gn 22:12; 42:18; Job 1:1, 8–9; 2:3). Fue este eslabón el que unió la promesa y la ley dentro de la belleza y plenitud de la vida del hombre aquí y ahora. Lo temporal vino a ser más que una simple existencia; ahora la vida podía tener significado, disfrutarse y unirse a los valores y compromisos eternos.
Dia de la Promesa: Siglo noveno
El «Día de la Promesa» es el primero de cinco eras proféticas, cada uno con su énfasis básico que se extiende desde la división del reino en 931 a.C., hasta la situación postexílica.
Puesto que la «casa» de David y el templo de Salomón se establecieron, los asuntos de cada promesa multifacética alcanzó un nivel de desarrollo provisional. El futuro gobernante de Dios ya era visible en el linaje de David y la presencia personal de Dios en medio de su pueblo adorador se dramatizó en el templo.
Por lo tanto, ahora los profetas podían concentrarse en el plan y reinado universal de Dios. Sin embargo, por desgracia, los pecados de Israel también exigieron mucha atención de los profetas. A pesar de todo, mezcladas con esas palabras de juicio se insertaban con persistencia la brillante perspectiva de otro día cuando el reino y dominio eterno de Dios, que se anunció hace mucho tiempo, recibirían su total cumplimiento.
Muchos colocan a Joel y Abdías en el siglo noveno como los más antiguos de los profetas que escribieron. Aunque Abdías se puede colocar en una de tres etapas de la historia de Judá, es probable que la mejor sería la del reinado de Jorán (853–841 a.C.), cuando Edom, junto con los árabes y filisteos, se rebeló contra Judá (2R 8:20–22; 2Cr 21:8–10, 16–17).5
Asimismo, es usual colocarlas fechas de Joel durante el reinado de Joás de Judá (835–796 a.C.) porque entre la larga lista de enemigos de Israel no se mencionan Asiria, ni Babilonia ni Persia, según cabe presumir porque aún no habían llegado al escenario histórico.6 Si este reinado es el tiempo general, el libro se escribió al principio del reinado, digamos entre 835–820, mientras aún el sumo sacerdote Joyadá actuaba como consejero del joven rey Joás.
Sin tomar en consideración las fechas de Joel y Abdías, su teología es muy clara: es el día del Señor. Viene el día en el que Yahvé se vindicará con obras tan grandes de salvación y juicio que todos los hombres reconocerán la procedencia divina de las mismas. En aquella hora, Dios cumplirá lo que anticiparon todos los profetas y esperó el remanente fiel.
La plaga de langostas de Joel y la preocupación de Abdías por la falta del amor fraternal de parte de Edom eran motivos para renovar y ampliar la antigua promesa de Dios.
Siervo de la promesa: Siglo octavo
La quintaesencia de la teología del AT culminó durante el siglo octavo. Incluía las obras de profetas como Jonás, Oseas, Amós, Isaías y Miqueas. Por misericordia, se envió a cada uno más o menos una década antes del juicio avisado contra Damasco, capital de Siria, que cayó en 732 a.C., y Samaria, la capital de las diez tribus del norte de Israel, que cayó en 722 a.C.
Nada puede describir adecuadamente las vertiginosas alturas que cada uno de estos profetas alcanzó en sus escritos. En realidad, «¿con quién compararán a Dios?, ¿con qué imagen lo representarán?» Estas son las preguntas que Isaías formuló a sus contemporáneos y también a nosotros (Is 40:18). Asimismo Miqueas preguntó: «¿Qué Dios hay como tú, que perdone la maldad?» (Mi 7:18). Y Amós anunció que de nuevo Dios levantará «la choza caída de David» (Am 9:11).
Sin embargo, lo que dominó toda la era fue la magnífica miniteología del AT en Isaías 40–66 con su personaje clave: el siervo del Señor de la simiente de Abraham y David.
Renovación de la promesa: Siglo séptimo
Al terminar el séptimo siglo, vino otra sucesión de profetas escritores: Sofonías, Habacuc, Nahúm y Jeremías. De nuevo Nahúm advierte (igual que Jonás un siglo atrás) la destrucción repentina que caería sobre Nínive, ciudad de Asiria (sucedida en 611 a.C). De forma parecida, los otros tres profetas advirtieron a Jerusalén, la capital de Judá, que la atacaron en 606, 598 y finalmente cayó en 586 a.C. Si los hombres se arrepintieran, podrían salvarse de los horrores y realidades de la destrucción pendiente.
Con todo, la desolación poco prometedora no fue la única palabra para Judá; había la perspectiva gozosa de un pacto renovado para un remanente creyente. Jeremías lo tituló «el nuevo pacto» de Dios y en tomo a esto creó en su librito de consuelo (Jer 30–33) un programa para la renovación de todo hombre, nación y naturaleza. Y para Sofonías había más luz sobre aquel día venidero del Señor. Mientras tanto, Habacuc tronó su solución para sus momentos de desesperación y duda: «El justo vivirá por su fe.»
Sin embargo, los asuntos antiguos también estaban claros y presentes de manera prominente en este nuevo avance. Las líneas de continuidad se alargaron especialmente hasta los días en que la fórmula tripartita, que los patriarcas y Moisés oyeran por primera vez, se convirtieran en una total realidad: «Yo seré tu Dios, y ustedes serán mi pueblo, y habitaré entre ustedes.» Así debía ser entonces y en el futuro.
El reino de la promesa: Tiempos del exilio
Durante su exilio babilónico, Daniel y Ezequiel siguieron aclarando aun con mayor claridad cómo sería que «el Buen Pastor» vendría algún día a reinar sobre las doce tribus de Israel reunidas en Canaán. Sí, el Hijo del Hombre vendría en las nubes de los cielos y le sería dado el dominio, gloria y reino donde todo el mundo, naciones e idiomas le servirían. Su dominio sería eterno, no dejaría de ser y su reino sería indestructible. Los reinos terrenales vienen y van, pero el suyo nunca sucumbiría.
Con esta nota real aquellos dos profetas del exilio guiaron a Israel al siglo sexto y a un nuevo día para toda la humanidad. Fue asombroso la majestad y el alcance de lo que en el pasado se les prometió a Abraham y David.
Triunfo de la promesa: Tiempos postexílicos
Juntos, las historias de Esdras-Nehemías, Ester, Crónicas y las profecías de Hageo, Zacarías y Malaquías forman la última nota de la revelación del canon del AT.
Van desde el desaliento por las condiciones en Israel después del regreso de los setenta años de cautiverio en Babilonia, hasta el triunfo total de la persona, palabra y obra de Dios. Lo que para ellos parecía pequeño e insignificante, en los días de 520 a.C. se conectó directamente en gloria y durabilidad con el final histórico que Dios dará. ¿Era el templo reconstruido pequeño e insignificante a la vista de ellos? Sin embargo, la gloria de ese mismo templo será mayor que la del templo de Salomón. Ninguna obra impulsada por los profetas de Dios se podría evaluar solo en términos empíricos. Había una mayor relación de la parte del todo de la definitiva obra total de Dios en la historia. Ahora los hombres tienen que mirar hacia arriba, creer y trabajar. Su rey venía montado en un asno trayendo la salvación (Zac 9:9). Incluso saldría para luchar contra todas las naciones de la tierra, que algún día se reunirán para pelear contra Jerusalén (Zac 14).
Y a fin de restablecer la validez de las raíces de esta visión mesiánica del reino de Dios en la tierra, el cronista utilizó la pasada historia de Israel para ilustrar la normalidad de esta visión siguiendo el patrón de la «casa» de David y el templo y la adoración salomónica.
Así la historia de Israel se alargó, pero las raíces seminales de su teología quedaron intactas mientras la planta llegó a ser un árbol desarrollado por completo con cada nuevo retoño.
4 Véase nuestro estudio, «The Literary Form of Genesis 1–11» [La forma literaria de Génesis 1–11], New Perspectives on the Old Testament [Nuevas perspectivas sobre el Antiguo Testamento], ed. J.B. Payne, Word, Waco, TX, 1970, pp 48–65.
5 Las otras opciones son: (1) durante el reino de Acaz (743–715 a.C.); (2) cuando Edom invadió a Judá (2Cr 28:16–18), y (3) durante la caída de Jerusalén bajo Nabucodonosor en 586 a.C. (2R 25:1–21; 2Cr 36:15–20).
6 No obstante, es curioso que no se mencionan a los arameos de Damasco ya que al final de su reinado impusieron un pesado tributo sobre Joás (2R 12:17–18; 2Cr 24:23–24).
Kaiser, W. C., Hijo. (2000). Hacia una Teología del Antiguo Testamento (pp. 63–71). Miami, FL: Editorial Vida.

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