Es posible distinguir dentro del movimiento pentecostal de estos años diversas actitudes teológicas. Por un lado, estaban aquellos pentecostales que teológica, ecuménica y socio-políticamente eran conservadores. Si bien estos pentecostales habían dado un salto religioso importante al aceptar e integrar dentro de sus respectivas tradiciones eclesiásticas la experiencia pentecostal, mantenían los esquemas teológicos propios del fundamentalismo clásico, con sus dos focos de énfasis característicos: el premilenialismo escatológico y el literalismo bíblico. Junto con esto, se caracterizaron también por su aversión a las relaciones entre protestantes y católicos, y sustentaron una marcada postura ideológica derechista. Por otro lado, estaban aquellos que se pueden describir como abiertos a las relaciones interdenominacionales o ecuménicas. A su vez, estos pentecostales estaban permeables a las corrientes teológicas y socio-políticas más progresistas. Finalmente, había un sector del pentecostalismo que, si bien estaba identificado con este movimiento, mantenía una actitud crítica frente a sus premisas teológicas, a su práctica ecuménica, su universo y su visión socio-cultural.
Sin embargo, a pesar de las varias y diversas actitudes teológicas de los pentecostales latinoamericanos en estos años, estos compartieron ciertos principios doctrinales que hicieron de ellos algo más que un “movimiento del Espíritu.” En este sentido, sostuvieron una cristología firme y bíblica, fundada en la tradición de la teología histórica. La mayoría de los pentecostales confesaba que la presencia del Espíritu Santo daba más y más honor a la revelación única e indispensable de Dios en la persona poderosa y presente del Señor Jesucristo. Arthur F. Glasser relaciona este testimonio del Espíritu Santo en la espiritualidad pentecostal con el señorío de Cristo. Él llama la atención a “la inmediatez y realidad de Dios que reflejan los pentecostales junto con su libertad y disposición inquebrantable a confesar abiertamente su alianza con Cristo.” Y continúa diciendo: “Los logros de sus iglesias son igualmente impresionantes, y reflejan su convicción firme de que la experiencia plena del Espíritu Santo no sólo moverá a la iglesia más cerca de Jesús como su centro, sino que al mismo tiempo, presionará a la iglesia a moverse hacia afuera al mundo en misión.”69
Un segundo importante denominador teológico común de todos los pentecostales latinoamericanos de este período fue la convicción sobre la necesidad del bautismo en el Espíritu Santo como el otorgamiento de poder indispensable para la misión cristiana. Esta convicción fue también cristocéntrica dado que estuvo basada sobre el “cuádruple evangelio” de Jesús como Salvador, Bautizador, Sanador y Rey que Viene Pronto.70 Salvo algunas pocas excepciones, como la Asamblea Apostólica de la Fe en Cristo Jesús, que enfatizan la “unicidad” de la Deidad, la mayoría de las denominaciones pentecostales son trinitarias en su teología. Una tercera convicción doctrinal compartida en este período por la mayoría de los pentecostales fue su afirmación de una fe trinitaria. Los pentecostales confesaban con convicción la proclamación trinitaria del apóstol Pedro en uno de los pasajes bíblicos más preferidos de ellos: “[Cristo] exaltado a la derecha de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que ustedes ahora ven” (Hechos 2:33).
69 Arthur F. Glasser, “Foreword,” en Paul A. Pomerville, The Third Force in Missions (Peabody, Mass.: Hendrickson Publishers, 1985), vii.
70 Ver Donald W. Dayton, Theological Roots of Pentecostalism (Grand Rapids: Zondervan, 1987).
Deiros, P. A. (2012). Historia del Cristianismo: El testimonio protestante en América Latina (1a ed., Vol. 6, pp. 251–252). Buenos Aires, Argentina: Ediciones del Centro.

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