El Hijo del hombre habla a las iglesias (Apocalipsis 2:1–3:22)

Cristo se presenta a Juan en Patmos con tres propósitos: comisionarlo para escribir (1:11, 19), revelarle su gloria y deidad (1:12–20) y hablar a cada iglesia (caps. 2–3). Cada carta tiene el mismo formato básico. Después de una breve descripción de Cristo (derivada de la visión anterior), hay un análisis de la condición de la congregación, seguida por una reprimenda y/o exhortación, un llamado a escuchar con atención, y promesas a los vencedores (que se cumplen en los caps. 20–22). Las cartas revelan el amor del Gran Pastor, pero también muestran que Juan conocía bien y amaba a sus siete congregaciones. En toda la literatura apocalíptica solo este libro tiene este enfoque pastoral.

Aunque cada carta se introduce como el mensaje de Cristo al ángel de la iglesia, al final se define como mensaje del Espíritu a todas las congregaciones. Hoy también Cristo camina en medio de las iglesias y sigue hablándonos por su Espíritu y su Palabra.

La congregación de Éfeso (2:1–7) era la iglesia madre que había evangelizado a las otras. Era trabajadora, celosa y ortodoxa, pero más por rutina que por amor. A los ojos de Cristo no son suficientes el activismo, la ortodoxia y el éxito, ni aun la perseverancia bajo amenaza. Cristo mira el corazón (1S 16:7) y escudriña las motivaciones. La iglesia de Esmirna (2:8–11) era pobre y calumniada, pero rica en fidelidad. Aparentemente los judíos de la sinagoga delataban a los creyentes ante las autoridades romanas. (En el año 155, el obispo Policarpo de Esmirna fue entregado por los judíos a los romanos y quemado vivo). Serán perseguidos por un breve tiempo (diez días) pero han de ser fieles hasta la muerte (2:10). El diablo los meterá en la cárcel, sin duda mediante sus agentes, las autoridades romanas (ver 13:2). En tiempos de injusticia sistémica y gobiernos represivos, el no estar en la cárcel puede ser causa de vergüenza.

A la iglesia de Pérgamo (2:12–17) Cristo se presenta armado de una espada aguda, que más adelante amenaza con utilizar (2:16). A la sinagoga de Satanás en Esmirna (2:9; 3:9), corresponde donde Satanás tiene su trono en Pérgamo. En Asia Menor, Pérgamo era la sede más poderosa del culto al emperador; el poder religioso y el poder político iban de la mano al servicio del diablo. En ese ambiente hostil, la iglesia de Pérgamo era fiel y tenía un mártir, pero estaba infiltrada por la doctrina de Balam, quien aconsejó a las moabitas a seducir a los hombres israelitas a fornicar (Nm 31:16; el talmud añade “a comer alimentos santificados”; ver 2:20). Esta enseñanza, que Juan llama también la doctrina de los nicolaítas, parece ser una mezcla de fe cristiana con el culto al emperador. Con ellos, el Cristo de la espada será severo. Hoy también, ante los ojos de Jesús, la componenda con sistemas corruptos e injustos puede restarles todo su valor a las virtudes espirituales y a los éxitos eclesiales. A los que son fieles en Pérgamo Cristo les promete el maná del arca del pacto que escondió Jeremías hasta los tiempos del Mesías (2 Macabeos 2:4–6; 2 Baruc 29:8). Quizá la piedrecita blanca (2:17) simboliza una contraseña para garantizar admisión al banquete mesiánico.

En cuanto a méritos, la iglesia de Tiatira (2:18–29) parece ser la mejor de todas las iglesias, pero tiene el mismo defecto fatal de Pérgamo, y peor, gracias a la influencia de una profetisa falsa, a quien Juan apoda Jezabel. De Tiatira quedan muchas inscripciones sobre los gremios de la ciudad, que controlaban toda la vida económica. Para prosperar era necesario participar en ellos, pero eso implicaba participar también en sacrificios paganos y en el culto al emperador. Es posible que profundos secretos de Satanás sea una referencia a enseñanzas esotéricas de tipo gnóstico. Jezabel pronunciaba profecías falsas de tolerancia a la idolatría. Puesto que no quiere arrepentirse, Dios la castigará severamente, junto con sus seguidores. Este pasaje nos advierte contra la falsa profecía al servicio de intereses egoístas.

En la iglesia de Sardis (3:1–6) es peor la apostasía, y solo unos pocos no han manchado sus ropas (3:4). Tenía fama de iglesia muy viva, pero no se daba cuenta de que estaba muerta. ¡Cuántas iglesias hoy están en esa misma condición, confundiendo activismo y emocionalismo con vida auténtica en Cristo! Frente a su aparente “éxito”, Cristo exhorta a rescatar el legado de la fe y la fidelidad, para que su venida no les encuentre dormidos.

En contraste con Sardis, la iglesia de Filadelfia (3:7–13), con su escaso poder y asediada por la sinagoga, ha obedecido la Palabra y no ha renegado de la fe (3:8–10). Por eso, Dios le ha abierto una puerta que nadie puede cerrar, llevando a la conversión incluso a enemigos judíos (3:9). ¡Dios puede hacer maravillas con una iglesia de “poco poder”! Como ellos han guardado la Palabra de Dios, Dios igualmente los guardará a ellos de la hora de prueba mundial (probablemente las trompetas y las copas de 9:4; 16:2; ver Éx 8:22; 9:4, 26; 10:23; 11:7). En Apocalipsis, la expresión los que viven en la tierra se refiere específicamente a los impíos.

La iglesia de Laodicea (3:14–22) vivía en tranquila indiferencia, sin darse cuenta de su necesidad espiritual ni comprometerse con el reino de Dios. ¡Su tibieza da a Cristo ganas de vomitar! El agua de Laodicea era tibia y llegaba del lado de Hierápolis cargada de elementos químicos que le daban muy mal sabor. Aquí vemos en la forma más dramática la diferencia entre las apariencias (Dices) y la realidad (no te das cuenta). Esta iglesia se jacta tres veces de ser rica y auto-suficiente, pero Cristo la declara tres veces pobre y además ciega y desnuda. Cristo la invita al arrepentimiento, y después aparece tocando la puerta y llamando porque ahora, en lugar de náuseas, él tiene ganas de comer con ellos. A los vencedores de Laodicea, igual que a los de Tiatira, Cristo les promete que reinarán con él (2:26–27; 3:21).

Estas siete cartas revelan lo que piensa Jesús sobre cada iglesia. La de Sardis tenía una excelente imagen popular y la de Laodicea tenía su autoestima en el máximo nivel, pero ante Cristo eran las dos peores. A otras congregaciones Jesús las felicita muy merecidamente, pero después las redarguye por algún pecado serio (Éfeso, Pérgamo, Tiatira). Solo dos ganan la aprobación total de Cristo: la pobre Esmirna y la débil Filadelfia. Todas estas cartas son un desafío radical a las iglesias de hoy, cuando tantas iglesias y pastores sueñan con el éxito numérico y financiero.

Juan Stam, «APOCALIPSIS», en Comentario Bíblico Contemporáneo: Estudio de toda la Biblia desde América Latina, ed. C. René Padilla, Milton Acosta Benítez, y Rosalee Velloso Ewell, Primera edición. (La Paz, Bolivia; Barcelona, España; Buenos Aires; Lima: Certeza Unida; Andamio; Ediciones Puma; Ediciones Kairos; Certeza Argentina; Editorial Lampara, 2019), 1668–1669.

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