Antropología de la esperanza y liberación

La imagen bíblica del hombre no se agota con el relato de la creación, con la caída del pecado y el castigo correspondiente (en transmisión y herencia), sino que continúa con la promesa de salvación para lo cual es necesaria la antropología política de los profetas. La esperanza del hombre, la fe en sus promesas podía venirse abajo o desfallecer y era necesario un profetismo dirigido al sentimiento del creyente en relación al sentido de la estancia en la tierra, la lucha por la verdad, al triunfo sobre los enemigos. Había que mantener vivo el proyecto de salvación. Estamos en el camino del mismo mundo espiritual y vamos en busca del modelo de cultura antigua que se desarrolla más racionalmente en Grecia y en Roma. Los profetas realizan una primera síntesis cultural y mediadora entre la Biblia y la filosofía o lenguaje de su tiempo siendo un hito muy importante de esa antropología cultural que avanza hacia la antropología cristiana. Aquí cobra sentido el hombre como creyente. Creer va a ser una dimensión esencial de esta antropología. La vida humana en la tierra va a ser una peregrinación, un destierro en busca de la paz, el descanso y felicidad prometida, una lucha contra la desesperación. La antropología de la diferencia vertical entre Dios y el hombre entra en un proceso de diálogo y de proximidad mediante los profetas. Comienza la cultura de la mediación. Por ellos, el Dios lejano y airado se convierte en director y guía para la humanidad. Siguiendo sus indicaciones podremos alcanzar la realización y la libertad. Así se forma la conciencia de pueblo de Dios, propiedad suya por la que se preocupa y cuida. El Reino donde Dios es el que dispone las normas y los mandamientos. Con ello comienza una diferencia o separación entre los buenos y los malos, los obedientes y los desobedientes o rebeldes. Hacer que el pueblo vuelva a la obediencia de Dios es también una misión de los profetas. Con el cumplimiento de los mandamientos, se vuelve a la alianza, a la unión y a la amistad con Dios y se recupera aquella primera familiaridad perdida. Los animadores, los impulsores, los estimuladores de la fe de Israel son los profetas que se encargan de esta sostenibilidad de la promesa y del proyecto de salvación. En esa relación (religión) interpersonal del hombre con Dios, su Creador, en el pecado que supuso un rechazo y desobediencia, se produjo una ofensa a Dios. Dios se sintió ofendido por el hombre al que había creado. ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme, le pregunta Dios al pueblo a través de Moisés. Los profetas son la mediación y el sacramento visible de esta continuidad en la oferta de salvación. Porque el hombre sigue siendo un hombre tentado y asaltado por las dudas, por la libertad y por la increencia, por el dinero y el poder, viendo cómo viven los paganos, los no creyentes en Dios, el reparto del bien y del mal, los premios y los castigos (riquezas, salud, éxito) de acuerdo con los comportamientos religiosos y morales frente a Yahvéh. La vida humana se convierte en un desierto, lejanía y soledad llena de peligroso y asaltos. La lucha será por mantener la fe y la confianza en un único Dios, por defender el monoteísmo en medio de una sociedad fragmentada en adorar multitud de ídolos. La tentación de rebelarse contra Dios es una dimensión constante del hombre del Antiguo Testamento. Más tarde vendrá Jesús el Mesías prometido y será el gran tentado que acepta, en nombre de todos los hombres, que sean tentados y probados en su fidelidad. Por ello, el profeta recrimina al pueblo su abandono de la fe en el Dios verdadero y la entrega o adoración a los ídolos, a los otros dioses y les invita a volver a Dios, a la conversión. La conversión del hombre es otra característica de esta antropología de los profetas. Pero este mensaje de los profetas tiene, también, su vertiente social. Son críticos con la creencia individual, la piedad, pero también con la situación de la sociedad, del pueblo. Rechazan y condenan los comportamientos injustos, la corrupción, los abusos del poder, el halago de los poderosos y el abandono de los débiles, de los huérfanos y de las viudas. Por su enfrentamiento con los gobernantes y poderosos de su tiempo, los profetas fueron perseguidos, condenados, matados y abandonados. Se encontraron solos defendiendo las virtudes de su pueblo. Su mensaje social resulta incómodo para los ricos, para los sacerdotes y los reyes. No aprueban la política de su tiempo. Advierten de las consecuencias de sus conductas desviadas y anuncian castigos para los trasgresores de los mandamientos divinos. Al tiempo que critican la religión basada en ritos y ceremonias, en gestos y ayunos externos, se dirigen también al interior del hombre, al corazón y a la voluntad, para que busque, no el pan material y perecedero, sino el pan bajado del cielo y el agua que salta hasta la vida eterna. Hay que tener hambre y sed de justicia, de la palabra de Dios. Dios quiere escribir su Ley en el corazón de los hombres. Con estos mensajes, los profetas lanzan al hombre en brazos de una esperanza y de una liberación. Prometen mejores tiempos, llegarán tiempos donde ya no haya hambre ni sed, ni miseria y todo será abundancia. Otra imagen del hombre discurre por la alegoría de la esclavitud, del destierro de Babilonia de la que será liberado por la mano de Dios.

Los profetas son hombres que, en nombre de Dios, trasmiten su palabra a otros hombres en una situación actual y concreta. Reconocen y repiten toda la antropología contenida en la narración del Génesis. Las palabras y las manos de Dios crearon el mundo y el hombre a su imagen y semejanza aunque hay que reservar el máximo nivel de identidad y semejanza para Jesús, el Hijo de Dios. Le hizo poco inferior a los ángeles, es igualmente enviado y embajador de Dios en el mundo, le transfirió su dignidad y majestad, le concedió el dominio sobre toda la creación que dirigen en su nombre. Puso todas las cosas a sus pies. La situación primera del hombre era de total coincidencia con Dios en su libertad y voluntad. Pero, en algún momento, el hombre quiso ser igual que Dios, usurpar su independencia y poderío, y en ese momento vino el castigo, el rechazo de Dios a las pretensiones del poder por parte del hombre. Aquí se quebró la confianza de Dios en su criatura. Por ello, es necesario recuperar la esperanza mediante las promesas. Los profetas son los encargados de mantener viva la credibilidad de Dios y asegurar la salvación prometida. Se alteró el orden primero y todo se convirtió en dolor y rebelión. Pero los profetas son llamados y enviados para reconducir esa situación. Todo esto forma parte del contexto “legislativo” en que se desarrolla la vida en el exilio y en el éxodo del pueblo hacia la tierra de promisión. El contexto es de desolación, otra imagen muy antropológica. El hombre abandonado e impotente. Con frecuencia, no solo su mensaje, sino su vida era un ejemplo del hombre pobre, solo y desasistido. Ellos encarnan al hombre y viven su contingencia, además de predicar lo que el hombre es. Son hombres colgados solo de Dios, de su fe, de su esperanza en Él. Aportan interioridad a la antropología, lejos de las preocupaciones metafísicas o definiciones identitarias. Por lo demás, combatieron la idea de una religiosidad formal y mecánica, compuesta solo de ritos o gestos externos sin referencia al corazón, sin estar apoyada en actitudes sociales relativas a la justicia, o al compromiso moral. La religión y la moral son asuntos del corazón y no de las manos. El mejor culto es un corazón limpio y una justicia social. Los profetas fueron críticos con las injusticias y unos verdaderos reformadores. Defendieron a los pobres de la vida rural frente a los poderosos de las ciudades y de las monarquías. Combatieron las legislaciones de clase, exigieron los derechos fundamentales del hombre, como el salario, el trato humano, el derecho a la propiedad. Reivindicaban la igualdad, la fraternidad. Fueron revolucionarios del pensamiento frente a tanto abuso y corrupción. Y, sobre todo, fueron pioneros de la libertad condenando la esclavitud.

Fernández González, J. (2016). Historia de la Antropología Cristiana: De la antropología cultural a la teología fundamental (pp. 44–46). Barcelona, España: Editorial CLIE.

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