Trinidad

UNA DESCRIPCIÓN DEL DIOS DE LAS ESCRITURAS CRISTIANAS, REVELADO Y COMPRENDIDO COMO PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO; DOCTRINA FUNDAMENTAL DE LA TEOLOGÍA CRISTIANA.

Introducción

La palabra Trinidad no aparece en la Biblia. Sin embargo, la doctrina se basa en varias afirmaciones enfáticas que se encuentran a lo largo de los escritos bíblicos:

1. Solo hay un Dios (Dt 6:4; Is 43:10; 46:9; Ro 3:30; 1Co 8:4; Santiago 2:19).

2. Aquel a quien Jesús llamó “Padre” (Juan 6:27; 1Co 8:6), el Hijo encarnado (Mateo 1:23; Juan 1:1; Ro 9:5; Col 2:9; Tito 2:13–14; Heb 1:1–3) y el Espíritu Santo (Hechos 5:3–4; 28:25–27; 2Co 3:7–18) todos poseen los atributos necesarios de este Dios.

3. Ellos tres no son idénticos; interactúan y sus identidades se constituyen entre sí (Mt 3:16–17; 12:32; 17:5; Lucas 3:21–22; 4:1; Juan 15:26; 16:7–16; 2Co 13:14). Actúan de forma distinta, pero en común acuerdo (Gn 1:1–3; Juan 1:1–3; 2Co 4:6; Col 1:15–17; Heb 1:2–3).

La doctrina de la trinidad fue cada vez más sistematizada en la era posterior al Nuevo Testamento, a medida que aumentaron en popularidad ciertas enseñanzas que no eran consistentes con la fe apostólica. Desde el 325–787 d.C., se convocaron siete concilios ecuménicos para deliberar sobre aspectos de, al menos, un miembro de la Trinidad. Aunque la mayor parte de la discusión se centró en la persona de Cristo (p. ej., la relación entre su humanidad y divinidad), inevitablemente involucró el intento de la Iglesia de comprender la revelación de Dios de su ser trino.

La Trinidad en el Antiguo Testamento

La doctrina de la trinidad se basa principalmente en el Nuevo Testamento, pero ciertos fundamentos están implícitamente presentes en el Antiguo Testamento. Esto no refleja un cambio en la Deidad, sino más bien un cambio en la forma en que Dios eligió revelarse antes de la “plenitud de los tiempos” (Gálatas 4:4) y cómo los adoradores precristianos observaron la obra de Dios en el mundo.

Dios como Padre en el Antiguo Testamento

La designación personal de Dios como “Padre” parece estar más desarrollada en la literatura posterior del Antiguo Testamento deuterocanónico (p. ej., Tob 13:4; Sir 23:1; 51:10; Sab 14:3). Aun así, estas descripciones de Dios como Padre se asocian principalmente con la relación de Dios con sus seguidores, y no con el Verbo preencarnado. Las designaciones de Dios como Padre en el canon anterior del Antiguo Testamento dejan esto en claro, ya que los textos frecuentemente describen a Israel como el hijo adoptivo de Dios (Éxodo 4:22–23; Dt 32:6, 18–19).

Durante el periodo monárquico, la relación entre Dios y el rey se describió inicialmente en un lenguaje filial: “Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo” (2Sa 7:14). Los Salmos se hacen eco de este lenguaje. Por ejemplo, Salmo 2:7 dice: “Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy” (véase también Sal 68; 89); la Iglesia más tarde tomaría este salmo en particular como evidencia de la preexistencia de la Palabra (p. ej., Hechos 13:33; Heb 1:5; 5:5). Aunque los profetas favorecieron las metáforas matrimoniales al describir la relación entre Dios y su pueblo, las metáforas paternas también estuvieron presentes (p. ej., Jer 31:9; Is 1:2; 30:1; 40:3–4; 42:16; 43:19–20; Os 11:1–4).

El Hijo en el Antiguo Testamento

El Hijo, Jesús, no aparece como tal en el Antiguo Testamento; tampoco existe una analogía precisa y explícita del Hijo encarnado en el Antiguo Testamento. No obstante, hay dos personificaciones divinas, la Palabra y la Sabiduría, que permitieron a los escritores del Nuevo Testamento y a los padres de la iglesia establecer la relación entre el Hijo encarnado y la Trinidad oculta en el Antiguo Testamento. Ambas personificaciones están relacionadas con la obra del Espíritu de Dios.

1. La Palabra es fundamental en la actividad creativa, y emana como un acto de declaración de la boca de Dios (Gn 1:1–2:4; Sal 33:8–9; Eclesiástico 43:26; Judit 16:14; Sabiduría 9:1–2). La literatura deuterocanónica también describe a la Palabra como un guerrero dispuesto al servicio en el éxodo (Sabiduría 18:15–16).

2. La sabiduría encarna a menudo los atributos creativos e incluso salvíficos de Dios; generalmente representada a través del lenguaje femenino. La sabiduría se encuentra con Dios y es totalmente accesible solo para Él (Job 28; Pr 2–4; 8–9). La obra deuterocanónica de Sabiduría de Sirac (especialmente Sabiduría 1:1–30; 24:1–34; 51:1–27) y el Libro de la Sabiduría de Salomón (especialmente Sabiduría 7, 9–10) ofrece personificaciones de la Sabiduría mucho más elaboradas.

El Espíritu en el Antiguo Testamento

Con frecuencia en el Antiguo Testamento se menciona al Espíritu Santo para describir la actividad de Dios en el mundo. Aunque el hebreo (רוח, rwch) y el griego (πνεύμα, pneuma) se podrían traducir como “viento” o “aliento”, ambos hacen referencia a su creador, Dios. Las actividades del Espíritu de Dios en el Antiguo Testamento incluyen las siguientes:

• El Espíritu se movía sobre la faz de las aguas de la creación (Gn 1:2).

• El Espíritu capacitó a líderes, jueces y profetas (p. ej., Nm 11:16–17, 24–25; Jueces 3:10; 6:34; 1Sa 10:6, 10; Ezequiel 2:1–3).

• El Espíritu yacía en medio de la nación de Israel (Is 63:11–13; Hag 2:5).

• El Espíritu daría poder al Mesías de Israel (Is 11:2; 42:1; 61:1–2).

El Espíritu personaliza en gran medida a Dios y se le describe por su actividad; el Antiguo Testamento no explora las profundidades del origen del Espíritu o la unidad esencial con el único Dios de Israel.

Aunque la Palabra, la Sabiduría y el Espíritu no se consideran dioses únicos separados del único Dios en el Antiguo Testamento (y por lo tanto merecen su propia adoración), tampoco se les trata como simples modalidades de la existencia de Dios. Esto permitiría a los primeros cristianos judíos aceptar más fácilmente las enseñanzas de Jesús con respecto a su relación con el Padre y el Espíritu. El primer mandamiento (no tener dioses ajenos) y el Shemá (Dt 6:4) aún podrían confesarse junto con la realidad trinitaria del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Trinidad en el Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento se enfoca en la persona y la obra de Jesucristo; todo el corpus confiesa y demuestra que Jesús es el Hijo de Dios. La naturaleza y el papel del Espíritu sigue siendo un elemento más implícito que explícito, con la excepción de su derramamiento en el Pentecostés. Pero la revelación de Dios en el Nuevo Testamento generalmente se expresa en lenguaje trinitario.

La Trinidad en los evangelios

Desde el comienzo de los relatos de los evangelios, el enfoque de los escritores fue relacionar a Jesús con Dios a través de su nacimiento milagroso. En el relato de Lucas, el ángel le anuncia a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35). Al no tener un padre terrenal, Jesús puede confesar abiertamente su relación íntima con el Padre celestial; Jesús recibe instrucciones y conocimiento de Dios (Juan 5:19; 14:12), ora a Dios dirigiéndose a Él como Padre (Juan 17:1; véase también Marcos 14:36; Mateo 16:17; Lucas 22:29).

La naturaleza trinitaria de Dios, tal como se revela en los relatos de los evangelios, es especialmente clara en dos eventos importantes:

1. El bautismo de Jesús. En los evangelios sinópticos, Jesús permite que Juan el Bautista lo bautice; el Padre habla con claridad, anunciando la identidad de Jesús: “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Marcos 1:11). Luego, el Espíritu desciende sobre Jesús “como una paloma” (Marcos 1:10), dándole poder para su misión y (según Marcos) llevándolo al desierto para sufrir la tentación (Marcos 1:12). Posteriormente, Jesús ministró según el poder del Espíritu (Mateo 12:18, 28; Lucas 11:20).

2. La transfiguración de Jesús. Los evangelios sinópticos (y también 2 Pedro 1:16–18) describen una revelación milagrosa a tres de los discípulos de Jesús: Pedro, Santiago hijo de Zebedeo y Juan. (Mateo 17:1–9; Marcos 9:2–8; Lucas 9:28–36). Elías y Moisés aparecen y conversan con Jesús, mientras que este último no solo se transfigura en un esplendor glorioso ante los discípulos, sino que una voz declara desde el cielo: “Este es mi Hijo, mi Escogido; a Él oíd” (Lucas 9:35 [LBLA]). Los discípulos no comprendieron completamente tal evento, pero los cristianos que leen los relatos perciben que Jesús es nuevamente relacionado de manera directa y poderosa con Dios Padre.

Además de estas revelaciones explícitas del Dios Triuno, el mandato de Jesús en Mateo 28:19 de bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” ha tenido un impacto teológico y litúrgico duradero en la Iglesia. Aunque no hay más referencias además que el bautismo se realice en el nombre de la Trinidad en el Nuevo Testamento, esta formula se arraigó en la conciencia de la Iglesia.

La Trinidad en Hechos y en las epístolas

El período entre la ascensión de Jesús y la formación de la iglesia primitiva se caracterizó por un rápido crecimiento a través de la obra del Espíritu Santo. Jesús instruyó a sus discípulos a que esperaran el derramamiento del Espíritu, que daría poder a la Iglesia para cumplir su misión. Tanto el Padre como el Hijo son fundamentales en este derramamiento en el Pentecostés, pues es el Padre quien envía al Espíritu por petición del Hijo (Hechos 2:32–33).

Más tarde, Pedro usa un lenguaje trinitario entre la Iglesia perseguida para expresar el resultado de la salvación: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros habíais matado colgándole en una cruz. A este Dios exaltó a su diestra como Príncipe y Salvador, para dar arrepentimiento a Israel, y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos de estas cosas; y también el Espíritu Santo, el cual Dios ha dado a los que le obedecen” (Hechos 5:30–32). Este tema está presente en todo el corpus del Nuevo Testamento y aparece con frecuencia en las Cartas Paulinas. Por ejemplo:

• En 1 Corintios, la distribución los diversos dones espirituales se explica con referencia al “mismo Espíritu”, “el mismo Señor” (Jesús) y “el mismo Dios” (el Padre) los cuales están todos presentes en la Iglesia: tres en uno (1Co 12:4–6).

• La bendición de 2 Corintios es tripartita: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2Co 13:14).

• Efesios incluye cuatro enunciados trinitarios:

a. “Y vino [Jesús] y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Ef 2:17–18).

b. “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre … para que os dé … el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Ef 3:14–17).

c. “un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Efesios 4:4–6).

d. “Sed llenos del Espíritu … cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5:18–20).

Estas menciones de identificación entre las personas y la obra de la Trinidad no son reflexiones teológicas separadas, sino que están conectadas directamente con la vida de los cristianos. Primera de Pedro ejemplifica aún más esto, comenzando por ubicar intencionalmente a sus lectores dentro del ámbito de la historia de la salvación: “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (1Pe 1:2). La Iglesia no puede separarse del Dios Trino, quien ha actuado para salvarla.

A pesar de la falta de una exposición teológica formal de la naturaleza del Dios Triuno, está claro que al final del periodo del Nuevo Testamento, se consideraba que Dios era Triuno. Siglos de mayor planteamiento buscarían explicar la naturaleza trina de Dios.

Exposición de la Trinidad en la Iglesia Primitiva

En los siglos siguientes, la doctrina trinitaria se expresó predominantemente a través de la adoración. Sin embargo, la persecución y las discrepancias internas en la enseñanza, pronto obligaron a los cristianos a pensar de manera más sistemática en Dios. Los primeros documentos cristianos ofrecen información sobre cómo los cristianos primitivos entendieron la Trinidad.

• La Didaqué recomendaba que el bautismo se realizara solo “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Didaqué 7:1, 3; Holmes, Apostolic Fathers, 355).

• Clemente de Roma continuó con la tradición de los escritores del Nuevo Testamento al distinguir los roles de los miembros de la Trinidad sin aclarar cómo los roles estaban conectados con su esencia: “El majestuoso cetro de Dios, nuestro Señor Jesucristo, no vino con el esplendor de la arrogancia o del orgullo (aunque podría haberlo hecho), sino con humildad, tal como el Espíritu Santo habló acerca de él” (1 Clemente 16:1–2; Holmes, Apostolic Fathers, 65).

• Justino Mártir, escribiendo principalmente sobre el significado de Jesús como la Palabra y en defensa de la teología cristiana, expresa la naturaleza trinitaria de Dios con referencia a la adoración en la Iglesia y a las actividades de Dios en la creación, la salvación, y la profecía, haciendo repetición frecuentemente de lo que pueden haber sido las primeras declaraciones tipo credo (Justino Mártir, Primera Apología, 6; 13; 61).

• Ireneo de Lyon, escribiendo para contrarrestar las enseñanzas de Marción y Valentino, se basó en las tradiciones transmitidas a través de las prácticas bautismales y las Escrituras para demostrar que Jesús es el Hijo del Padre (Ireneo, Contra las herejías). Ireneo recuerda a sus lectores que nadie puede comprender completamente la Trinidad y que hay un límite para lo que se puede y no se puede decir sobre Él (Ireneo, Adversus Haereses 2.28.6).

• Tertuliano, escribiendo en respuesta a Marción y a los monarquistas modalistas (que veían al Hijo y al Espíritu como “modalidades” alternativas de existencia del único Padre, y no como personas distintas), fue el primero en categorizar a Dios como Trinidad sistemáticamente y para plantear la hipótesis de la existencia de Dios como tres personas (tres personae) de una sustancia (una substantia; Tertuliano, Adversus Praxean).

• Orígenes de Alejandría, en un intento por corregir a los que afirmaban que Jesús era simplemente un hombre “adoptado” por el Espíritu Santo en su bautismo, formuló la doctrina de la engendración eterna del Hijo mediante la exégesis del evangelio de Juan. También buscó corregir a los gnósticos valentinianos que sostenían que en la engendración eterna del Hijo, la esencia divina del Padre había sido dividida (Orígenes, De Principiis).

Aunque existiría cierta confusión entre el Occidente latino y el Oriente griego sobre el vocabulario (”esencia” versus “sustancia”, por ejemplo), la Iglesia estaba comenzando a usar la lógica filosófica para interpretar las Escrituras, desarrollando una teología de la Trinidad que explicaría tres personas distintas todas divinas (y especialmente explicando a un hombre que era completamente Dios y completamente hombre).

Concilios ecuménicos

El lenguaje y la influencia de Orígenes causarían varios problemas a la Iglesia, ya que el alejandrino Arrio (ca. 250–336 d.C.) sistematizó aún más la teología de Orígenes. Arrio sostuvo la enseñanza de Orígenes de que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran tres realidades subsistentes distintas, pero subordinó a cada persona, afirmando que aunque el Hijo compartía la divinidad del Padre (y también el Espíritu), el Hijo y el Espíritu deberían ser considerados como entes creados. Atanasio de Alejandría intentó erradicar de la Iglesia esta herejía (Atanasio, Contra Arianos).

Los participantes del Primer Concilio de Nicea en el 325 d.C. desarrollaron un credo que reflejaba los puntos de vista ortodoxos de la Iglesia con respecto a la revelación de Dios, la Trinidad como ὁμοούσιος (homoousios, “de una sustancia”).

El Primer Concilio de Constantinopla, en el 381 d.C. posteriormente extendería el credo a su forma más prevaleciente, el cual todavía se usa en la adoración hasta la actualidad. Los tres artículos principales del credo afirman la creencia en un solo Dios, que es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y describen cómo se relacionan estas tres personas. Sin embargo, incluso este credo no resultaría universal para la Iglesia, ya que Oriente y Occidente finalmente se dividieron, en parte, por el tema de la procesión del Espíritu: Occidente sostenía que el Espíritu procedía del Padre y del Hijo (filioque), una declaración que se agregó al credo en el Concilio anti-arriano de Toledo en el 589 pero que no estaba presente en el texto griego original.

Incluso en la primera gran defensa de la divinidad del Espíritu Santo, las Cartas a Serapión de Atanasio, el teólogo seminal no estaba dispuesto a llegar tan lejos; no obstante, la enseñanza existió fuera de este consejo en particular. Hilario de Poitiers, por ejemplo, al escribir a mediados del siglo IV, habla del origen del Espíritu tanto del Padre como del Hijo, o que viene del Padre a través del Hijo (Hilario, De Trinitate 12,56). Hilario fue uno de los primeros en escribir explícitamente sobre la Trinidad en sí misma, y trató especialmente de explicar las diferencias y las similitudes entre las declaraciones occidentales y orientales acerca de ella.

Escritos adicionales

Otras dos grandes compendios emergieron de las controversias trinitarias del siglo IV:

1. Los escritos de los capadocios: Basilio de Cesarea (330–379), Gregorio de Nisa (ca. 332–395) y Gregorio de Nacianceno (ca. 329–389);

2. De Trinitate de Agustín de Hipona (354–430).

Los capadocios.Los capadocios hicieron importantes contribuciones a las declaraciones del credo finalizado en Constantinopla en el 381 d.C.. Se preocuparon principalmente por la interacción entre la teología cristiana y la filosofía griega con el fin de eliminar todas las formas de arrianismo y eunomianismo. Esto llevó a la reflexión sobre cómo la humanidad podría entender la naturaleza unida pero diferenciada de la Trinidad, mejor explicada como una sustancia (οὐσία, ousia) en tres personas (ὑποστάσεις, hypostaseis).

Los tres capadocios afirmaban que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son de la misma sustancia (ὁμοούσιος, homoousios). Por ejemplo, Basilio, como Atanasio, abogaban por la plena divinidad del Espíritu Santo en De Spiritu Sancto apelando a la actividad del Espíritu y a las subsecuentes implicaciones lógicas de su origen en la deidad. Basilio también reflexiona sobre el origen del orden establecido de “Padre, Hijo y Espíritu Santo” al señalar su uso en el Nuevo Testamento.

De Trinitate de Agustín.Mientras que los capadocios escribieron principalmente en un contexto polémico, Agustín escribió De Trinitate durante un largo período de reflexión. Agustín se enfocó particularmente en cómo la humanidad sería capaz de percibir y comprender la Trinidad, desarrollando una serie de analogías que se basaban en las Escrituras y la filosofía.

En el libro 8, Agustín desarrolla un modelo de la Trinidad basado en el amor:

• el Padre es el Amante;

• el Hijo es el Amado; y

• el Espíritu Santo es el amor mutuo que comparten.

La limitación de este modelo presenta una posibilidad de despersonalizar y reducir el Espíritu. Este modelo reforzó las afirmaciones occidentales anteriores de del doble origen del Espíritu.

En el libro 9, Agustín presenta una segunda analogía basada en la psicología intrapersonal (la mente existe, se conoce a sí misma y se ama a sí misma):

• el Padre como ser o presencia;

• el Hijo como conciencia o autoconocimiento; y

• el Espíritu Santo como amor propio.

Posteriormente, Agustín refinó su analogía del amor (Agustín, De Trinitate 15).

Este filósofo admitió fácilmente que la humanidad debía, en última instancia, considerar que cualquier iniciativa por conocer la Trinidad se vería obstaculizada por un lenguaje insuficiente y, cuando fuera inevitable, debía contentarse con descansar en lo que ha sido revelado por el misterio divino (Agustín, De Trinitate 5).

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