EPÍSTOLAS VIVAS

«Siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo» (2 Co. 3:3).

Una epístola es simplemente una carta o algo que ha sido escrito para el bien de algún otro. Puede contener la revelación de los pensamientos y sentimientos de alguien para con otro. La creación visible es una gran carta extendida delante de los ojos de los hombres, en la que podemos leer la sabiduría y el poder de Dios. La providencia es otra carta escrita con el dedo de Dios, pero no todos pueden leerla rectamente; es muy frecuentemente leída como «mediante espejo, borrosamente». La Iglesia es la Epístola de Cristo escrita por el Espíritu de Dios, y enviada al mundo como expresión de su amor y gracia y poder, y de la «multiforme sabiduría de Dios». Cada cristiano es un párrafo de esta gran carta, escrita no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón. «Somos hechura suya.»

I. Una carta está escrita sobre material preparado. No sobre la tabla del corazón de piedra, sino sobre la tabla de carne del nuevo corazón (Éx. 36:26, 27). No sobre los trapos inmundos de nuestra propia justicia, sino sobre el lino blanco de la justicia de Él, que es para todos los que creen (Jer. 31:33).

II. Una carta comunica la expresión del que la escribe. Cada verdadero creyente es una expresión del carácter y de la mente de Cristo. «La Epístola de Cristo.» «Les he dado las palabras que me diste.» «El que tenga mi palabra, cuente mi palabra verdadera.» «Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.»

III. Una carta lleva la firma del escritor. Su Nombre es puesto sobre su pueblo. Su Nombre debe ser firmado en todo lo que hacemos y añadido a todo lo que pedimos. «Si me pedís algo en mi Nombre, Yo lo haré.» «Mas no yo, sino Cristo.»

IV. Una carta debería ser legible. ¿De qué sirve una carta si no se puede entender? Algunos cristianos profesantes son tan difíciles de entender como la letra de ciertos escritores: están tan mal hechas que es casi imposible comprender el mensaje que encierran. Pedro y Juan, como epístolas, eran grandes y legibles (Hch. 4:13). Así alumbre vuestra luz.

V. Una carta debería estar exenta de borrones. Si hay algún gran borrón en una carta que envíes, el borrón será seguramente lo primero que se vea. Las faltas son fácilmente vistas. Si como Epístolas de Cristo estamos manchados, es bien seguro que los borrones no son culpa del escritor. Su obra es perfecta. Si hay manchas, demos gracias a Dios que hay un borrador de manchas (1 Jn. 1:7).

VI. Una carta es conocida por su letra. No hubo confusión posible acerca de «la escritura en la pared» (Dn. 5:5, 6). ¿Acaso no mira el mundo el carácter de cada cristiano, y se pregunta: «Cuya imagen e inscripción es ésta»? Si hemos sido hechos participantes de la naturaleza divina, el Señor, cuyas cartas somos, sabe que somos suyos, aunque el mundo no nos conozca. Hay otro tipo de escritura que Él no reconocerá (Mt. 7:23; 13:40–42).

Smith, J., & Lee, R. (2005). Sermones y Bosquejos de Toda la Biblia. (D. Somoza & S. Escuain, Trads.) (p. 592). Viladecavalls, España: Editorial CLIE.

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