Con la llegada de una nueva generación y del interés por mejorar la calidad de los estudios en los colegios bíblicos y de estudios generales de la denominación, se comenzó a animar a los maestros para que mejoraran su nivel de estudios. Esto comenzó una transición gradual en el personal de los departamentos de Biblia y teología hacia la presencia de instructores graduados en estudios bíblicos, teología sistemática e historia de la Iglesia, y con mayor capacidad en hermenéutica, Antiguo Testamento, Nuevo Testamento, teología y el desarrollo histórico de la doctrina y la práctica.2
Aunque muchos habían temido por mucho tiempo que la fe se intelectualizara, este nuevo grupo de maestros fueron modelo de equilibrio entre la espiritualidad pentecostal y los estudios académicos. Uno de dichos profesores, Stanley M. Horton, había hecho sus estudios de idiomas bíblicos y Antiguo Testamento en el Seminario Teológico Gordon-Conwell, en la Escuela de Divinidades de Harvard y en el Seminario Teológico Bautista Central.3 A lo largo de los años, Horton ha dejado una profunda huella en la denominación a través de sus libros de enseñanza (por ejemplo, El Espíritu Santo revelado en la Biblia, Editorial Vida, 1980), artículos en revistas y periódicos y contribuciones al plan de estudios para adultos de la Escuela Dominical.
Con el aumento de sus conocimientos, los educadores comenzaron a explorar con mayor profundidad las creencias distintivas de las Asambleas de Dios. Muchos de ellos se han unido a la Sociedad de Estudios Pentecostales, una sociedad académica fundada en 1970, y así han contribuido con artículos a su publicación periódica, Pneuma. Paraclete (El Paracleto, que comenzó en 1967), la publicación periódica de la denominación, ha proporcionado otra oportunidad para estudios a nivel de erudición, aunque hasta 1992 estaba limitada a la Pneumatología. Una fuente de corta duración en cuanto a la opinión teológica dentro del Concilio General fue la publicación Agora (1977–1981), una revista independiente trimestral.
Entre los estudios eruditos relacionados con la persona y la obra del Espíritu Santo se incluyen Commentary on the First Epistle to the Corinthians [Comentario a la Primera Epístola a los Corintios] por Gordon D. Fee (1987), The Book of Acts [El libro de Hechos], (1981), por Stanley M. Horton, y The Charismatic Theology of Saint Luke [La teología carismática de San Lucas], (1984), por Roger Stronstad (ministro de las Asambleas Pentecostales de Canadá). Se pueden encontrar estudios sobre temas concretos relacionados con la herencia pentecostal en The Spirit Helps Us Pray: A Biblical Theology of Prayer [El Espíritu nos ayuda a orar: una teología bíblica de la oración], (1993), por Robert L. Brandt y Zenas J. Bicket; Called and Empowered: Global Mission in Pentecostal Perspective [Llamados y llenos de poder: las misiones mundiales en perspectiva pentecostal], (1991), por Murray Dempster, Byron D. Klaus y Douglas Peterson, editores; Initial Evidence: Historical and Biblical Perspectives on the Pentecostal Doctrine of Spirit Baptism [La evidencia inicial: perspectivas histórica y bíblica sobre la doctrina pentecostal del bautismo en el Espíritu], (1991), por Gary B. McGee, editor; Enfrentamiento de poderes, (1994), por Opal L. Reddin, editora; y The Liberating Spirit: Toward an Hispanic American Pentecostal Social Ethic [El Espíritu liberador: hacia una ética social del Hispano en Estados Unidos], (1992), por Eldin Villafañe.
Con todo, además de la nueva línea de libros de texto a nivel universitario que ofrece Logion Press (Gospel Publishing House), sigue prevaleciendo la prioridad dada por la denominación a los materiales escritos a nivel popular. La obra Bible Doctrines: A Pentecostal Perspective [Doctrinas bíblicas: una perspectiva pentecostal], (1993), por William W. Menzies y Stanley M. Horton, recientemente publicada, representa una nueva exploración de la doctrina para las clases de adultos de la Escuela Dominical o para cursos a nivel preuniversitario. La miríada de publicaciones de las Asambleas de Dios producidas por Gospel Publishing House y Editorial Vida siguen centrando la mayor parte de su atención en los estudios bíblicos, el discipulado y los estudios prácticos para los ministros. Esto es cierto también con respecto a las publicaciones de la Universidad ICI y del Colegio Berea. Ambas instituciones ofrecen programas de estudio por correspondencia, con créditos universitarios o sin ellos, tanto a personas laicas como a candidatos al ministerio como profesión.
En otras publicaciones realizadas en diversas casas editoras se puede hallar también una exploración académica de la doctrina: An Introduction to Theology: A Classical Pentecostal Perspective [Una introducción a la teología: una perspectiva pentecostal clásica], (1993), por John R. Higgins, Michael L. Dusing y Frank D. Tallman, y los libros de Donald Gee Concerning Spiritual Gifts [Acerca de los dones espirituales], (1928, edición revisada de 1972) y Trophimus I Left Sick [A Trófimo dejé enfermo], (1952), publicados en momentos muy oportunos; dos folletos titulados Living Your Christian Life NOW in the Light of Eternity [Viviendo ahora su vida cristiana bajo la luz de la eternidad], (1960), por H. B. Kelchner; Divine Healing and the Problem of Suffering [La sanidad divina y el problema del sufrimiento], (1976), por Jesse K. Moon; Dunamis and the Church [La dynamis y la Iglesia], (1968), por Henry H. Ness, y The Spirit-God in Action [El Dios-Espíritu en acción], (1974), por Anthony D. Palma. Se han facilitado estudios menos didácticos sobre la vida espiritual en libros como Pentecost in My Soul [Pentecostés en mi alma], (1989), por Edith L. Blumhofer. Igualmente, colecciones de recuerdos personales como The Spirit Bade Me Go [El Espíritu me ordenó que fuera], (1961), por David J. du Plessis, Grace for Grace [Gracia por gracia], (1961), por Alice Reynolds Flower, y Although the Fig Tree Shall Not Blossom [Aunque la higuera no dé fruto], (1976), por Daena Cargnel. Estos han despertado interés debido a que ponen de relieve la presencia y guía del Espíritu Santo en el corazón de los creyentes. La publicación semanal Pentecostal Evangel [El Evangelio pentecostal] y Advance [Avance], la revista mensual para los ministros, proporcionan también inspiración y enseñanza de esta naturaleza.
Los compositores continuaron compartiendo sus dones en cuanto a la adoración y la instrucción. Uno de los más conocidos, Ira Stanphill, supo llevar una cálida sensación a los corazones de los asistentes a las iglesias con cantos como “Mansion Over the Hilltop” [Mansión gloriosa], “Room at the Cross” [Lugar en la cruz] y “I Know Who Holds Tomorrow” [Yo sé quién controla el mañana], pensados para proporcionar consuelo y confianza en la gracia de Dios.1 Los compositores han tenido tanta influencia desde principios del movimiento pentecostal que, mientras que la mayoría de los pentecostales nunca se han aprendido el Credo de los Apóstoles o el Credo Niceno, en cambio sí pueden cantar de memoria una cantidad impresionante de estos himnos y coros, testimonio evidente de que gran parte de la teología pentecostal ha sido transmitida oralmente.
En los años setenta, las Asambleas de Dios se había convertido en una de las principales denominaciones de los Estados Unidos, relacionada a otras organizaciones fraternales aun mayores en el extranjero. Al enfrentarse con nuevos problemas, los dirigentes de la Iglesia escogieron el método de publicar documentos sobre posiciones doctrinales en cuanto a los temas que preocupan a las iglesias. De esta forma siguieron respondiendo a dichos temas, sin añadir más estatutos a la constitución, ni enmendar la Declaración de Verdades Fundamentales. A partir de 1970, con la publicación de “The Inerrancy of Scripture” [La inerrancia de las Escrituras], documento apoyado por el Presbiterio General, se han publicado más de veinte documentos similares. Entre los temas tratados se hallan la sanidad divina, la creación, la meditación trascendental, el divorcio y el segundo matrimonio, la evidencia física inicial del bautismo en el Espíritu, el aborto, el reino de Dios y el ministerio de las mujeres.1 En los años recientes, los miembros de la Comisión de Pureza Doctrinal de la denominación, establecida en 1979 para vigilar los desarrollos teológicos, han sido quienes han preparado los documentos.
Como es obvio, el uso de estos documentos doctrinales ha comenzado a ampliar la identidad confesional de las Asambleas de Dios. No obstante, el uso de estos documentos no ha sido realizado sin cierto grado de desacuerdo.2 El peso de autoridad de los documentos doctrinales con relación al de la Declaración de Verdades Fundamentales deja lugar para discusión. Además, por lo menos uno de los documentos se podría interpretar como un cambio con respecto a una comprensión original de la Declaración, cuando menciona que “algunos han tratado de presentar la sanidad divina en oposición a la profesión médica, o en competencia con ella. Esto no tiene por qué ser así. Los médicos han ayudado a muchos por medio de sus conocimientos”. También se afirma que los cristianos no pueden invertir los efectos físicos de la caída, puesto que “hagamos lo que hagamos por este cuerpo, y por muchas veces que seamos sanados, si Jesús no viene, moriremos”.3
Ya en los años cuarenta, muchos evangélicos conservadores se daban cuenta de que los puntos teológicos de coincidencia con los pentecostales eran de mayor peso que las diferencias, y comenzaron a aceptar su amistad y colaboración. La aceptación en 1942 por parte de las Asambleas de Dios de un lugar en la Asociación Nacional de Evangélicos en calidad de miembro fundador representó su entrada dentro de la corriente principal de la vida eclesial norteamericana (lo cual fue llevado más lejos con las mejoras sociales y económicas posteriores a la Segunda Guerra Mundial). Las relaciones se debilitaron a veces, debido a la persistencia de desconfianzas acerca de la pneumatología de las Asambleas de Dios y la naturaleza generalmente arminiana de su antropología teológica. No obstante, la huella marcada por el movimiento evangélico en la teología del pentecostalismo ha sido considerable.1
Después de la elección de Thomas F. Zimmerman como presidente de la Asociación Nacional de Evangélicos (1960–1962), el Concilio General hizo en 1961 unas pocas modificaciones a la Declaración de Verdades Fundamentales. La revisión más importante se encuentra en la sección “La inspiración de las Escrituras”. La versión de 1916 dice como sigue: “La Biblia es la Palabra inspirada de Dios, una revelación de Dios al hombre, la regla infalible de fe y conducta, y es superior a la conciencia y a la razón, aunque no contraria a la razón.” La fraseología cambiada está más en línea con la posición de los evangélicos en la Asociación: “Las Escrituras, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo, son verbalmente inspiradas por Dios, y son la revelación de Dios al hombre, la regla de fe y conducta infalible y llena de autoridad.” Los miembros constituyentes de las Asambleas de Dios han creído en la inspiración e inerrancia de las Escrituras desde la fundación del Concilio General. Con todo, el que los pentecostales hayan hecho una contribución suya propia a la comprensión de la inspiración de las Escrituras como “producto del hálito divino” (gr. zeópneystos), es terreno aún sin explorar.2
La teología reformada histórica de la mayoría de los evangélicos, tanto dentro de la Asociación como fuera de ella, ha seguido suscitando objeciones a las comprensiones wesleyanas y keswickianas de una obra separada de la gracia posterior a la conversión, el fundamento teológico sobre el cual los pentecostales clásicos han levantado su doctrina sobre el bautismo en el Espíritu.3 Esta posición de reserva entre los eruditos, notable por su crítica a la base exegética en cuanto a las lenguas como evidencia inicial, se ha mantenido a lo largo de los años. Como respuesta, dos eruditos carismáticos han hecho importantes contribuciones a la doctrina pentecostal clásica del bautismo en el Espíritu: Howard Ervin (de la Iglesia Bautista Norteamericana), Conversion-Initiation and the Baptism in the Holy Spirit [Conversión-Iniciación y el bautismo en el Espíritu Santo], (1984), y J. Rodman Williams (presbiteriano), Renewal Theology [Teología de la Renovación], especialmente el volumen 2 (1990). Algunos teólogos de las Asambleas de Dios han presentado también importantes estudios.1
Probablemente haya sido más sustancial la influencia de los eruditos evangélicos en las creencias pentecostales sobre los aspectos presentes y futuros del reino de Dios, concepto del que sólo se hace alusión en la Declaración de Verdades Fundamentales. Por muchos años, las enseñanzas dentro de las Asambleas de Dios sobre los acontecimientos del futuro tuvieron una orientación fuertemente dispensacionalista (esto es, la creencia compartida en la existencia de siete dispensaciones y un arrebatamiento previo a la Tribulación, aunque dejando de lado una enseñanza central que separa a la Iglesia de Israel). Esto fue popularizado y reforzado por los escritos de Riggs, Boyd, Dake, Brumback, John G. Hall y T. J. Jones. Las referencias del Nuevo Testamento al “reino de Dios” (brevemente definido como el gobierno o reinado de Dios) como realidad presente en los corazones de los redimidos, apenas eran tomadas en cuenta, mientras que su aparición futura con el milenio recibía extensa consideración.2
Según el dispensacionalismo histórico, la promesa sobre la restauración del reino de David ha quedado pospuesta al milenio debido a que los judíos rechazaron el reino de Dios cuando Jesús se lo ofreció. Esto habría retardado el cumplimiento de la profecía de Joel acerca de la restauración de Israel y el derramamiento del Espíritu Santo hasta después de la Segunda Venida de Cristo. Por consiguiente, los sucesos de Hechos 2 sólo representaban una bendición de poder como punto inicial para la Iglesia Primitiva. Lógicamente, Israel y la Iglesia se mantenían separados; de aquí la subyacente postura antipentecostal en este sistema de interpretación de las Escrituras.1
En cambio, para los pentecostales la profecía de Joel se había cumplido en el día de Pentecostés, tal como lo evidencian las palabras “esto es lo dicho”, pronunciadas por Pedro (Hechos 2:16). Lamentablemente, la deferencia de los pentecostales hacia el dispensacionalismo los frenó en su búsqueda del significado de algunas referencias al reino de Dios y su afirmación de poder apostólico en los últimos días (véanse Mateo 9:35; 24:14; Hechos 8:12; 1 Corintios 4:20, entre otras citas).
Ciertos teólogos, sobre todo Ernest S. Williams y Stanley M. Horton, sí identificaban claramente el reino de Dios con la Iglesia (el “Israel espiritual”), reconociendo la vital conexión que había con su creencia acerca de la actividad contemporánea del Espíritu en la Iglesia.2
Después de la Segunda Guerra Mundial, los evangélicos renovaron sus estudios sobre la significación teológica y misionera del reino de Dios, y el interés de los pentecostales en el reino de Dios se fue haciendo gradualmente paralelo al de los evangélicos. Melvin L. Hodges, el famoso misionólogo de las Asambleas de Dios, reconoció la importancia del reino de Dios para comprender una teología neotestamentaria de la misión. En abril de 1966, durante su discurso ante el Congreso sobre la Misión Mundial de la Iglesia en el Colegio Universitario de Wheaton, declaró que la Iglesia es “la manifestación presente del reino de Dios en la tierra, o por lo menos, la agencia que prepara el camino para la manifestación futura del reino. Por tanto, su misión es la extensión de la Iglesia por todo el mundo … Es el Espíritu Santo quien le da vida a la Iglesia y le imparte dones y ministerios, además de darle poder para su funcionamiento”.3 Aunque no llega a elaborar el concepto, el mensaje de Hodges indica que existía ya una importante tendencia. La conexión vital entre las “señales y prodigios” del reino en marcha (las manifestaciones de poder del Espíritu asociadas a la predicación del evangelio) esperaría una elaboración más amplia.
Unos veinte años más tarde, Ruth A. Breusch, misionera retirada, expondría su significado para el ministerio pentecostal en Mountain Movers [Movedores de montañas], la revista de las misiones en el extranjero de las Asambleas de Dios norteamericanas (mostrando de nuevo la prioridad de la labor de discipular a las personas en las bancas de la iglesia). En una serie de diez artículos bajo el tema de “El reino, el poder y la gloria”, la hermana Breusch, graduada de la Fundación Seminario de Hartford (B. A., M. A.), demostró una razonada interpretación del Nuevo Testamento y familiaridad con la literatura misionológica. Definió el reino como el gobierno de Dios que abarca “la Iglesia como el ámbito de las bendiciones de Dios, en el que ha entrado su pueblo. La Iglesia está compuesta por aquéllos que han sido rescatados del reino de las tinieblas y llevados al reino del Hijo de Dios”. Por consiguiente, “esta Iglesia es el Nuevo Israel, el pueblo de Dios, bajo el nuevo pacto. ‘Nuevo’, porque ahora quedan incluidos los creyentes gentiles”. Por decisión de Dios, la Iglesia es el vehículo para la extensión de su reino por toda la tierra. Para la hermana Breusch, la venida del Espíritu es un reflejo de su naturaleza redentora, puesto que llena de poder a la Iglesia de una manera dinámica para la evangelización del mundo.1
Esta atención al estudio del concepto bíblico del reino de Dios ha contribuido a una comprensión mejor de las enseñanzas éticas de los evangelios, la naturaleza y misión de la Iglesia, el significado de las señales y prodigios en el evangelismo y el papel del cristiano en la sociedad.
Otros escritores, en un plano más académico, han resaltado la importancia del reino de Dios en el estudio de las Escrituras. Por ejemplo, Peter Kuzmi observaba en una publicación reciente:
Los pentecostales y carismáticos están convencidos … de que “el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1 Corintios 4:20), y esperan que la predicación de la Palabra de Dios vaya acompañada por obras poderosas del Espíritu Santo … Para los seguidores de Jesús que creen en el “evangelio completo”, el mandato de predicar las buenas nuevas del reino de Dios está unido al poder con el cual el Espíritu Santo nos equipa para vencer a las fuerzas del mal …
En la era del racionalismo, el liberalismo teológico y el pluralismo religioso, los pentecostales y carismáticos creen que la actividad sobrenatural del Espíritu Santo sirve de evidencia para dar validez al testimonio cristiano. Como en los días apostólicos, el Espíritu Santo es la vida misma de la Iglesia y su misión no es reemplazar a Cristo el Señor, sino siempre exaltarlo. Ésta es la misión primaria del Espíritu y la forma en la cual el reino de Dios se convierte en realidad dentro de la comunidad de creyentes. ¡Cristo reina donde se mueve el Espíritu!1
Además de esto, Kuzmi y Murray W. Dempster, entre otros, hablan abiertamente de la trascendencia del reino en la ética social cristiana.2
Recientemente, algunos pentecostales y carismáticos han abogado a favor de diversas formas de la teología del “reino presente”, que en algunos sitios ha representado un alejamiento del punto de vista tradicional del arrebatamiento antes de la Tribulación y/o una interpretación premilenaria de la Biblia. Al centrarse en la cristianización de la sociedad en el presente y desechar o reducir al mínimo el interés en el arrebatamiento de la Iglesia (aunque no siempre en la Segunda Venida de Cristo), estas enseñanzas han engendrado serias controversias.3 de que se hayan desarrollado estos puntos de vista demuestra que los pentecostales contemporáneos se preocupan por descubrir sus responsabilidades sociales como cristianos.
Hoy en día abundan las referencias al reino de Dios en las publicaciones de las Asambleas de Dios. Los valores para la continuación del estudio de doctrinas tan apreciadas pueden ser profundos y de largo alcance, recordándoles a los pentecostales las riquezas que hay en la Palabra de Dios.
2 Gary B. McGee, “The Indispensable Calling of the Pentecostal Scholar”, Assemblies of God Educator 35 (julio a septiembre de 1990): pp. 1, 3–5, 16.
3 Gary B. McGee, “Horton, Stanley Monroe”, en DPCM, pp. 446–447.
1 Wayne E. Warner, “Stanphill, Ira”, en DPCM, p. 810.
1 Los documentos sobre posiciones doctrinales publicados hasta 1989 han sido encuadernados juntos en Where We Stand (Springfield, Mo.: Gospel Publishing House, 1990). Se puede conseguir separadamente un documento reciente sobre el ministerio de las mujeres, que será incluido en la próxima edición.
2 Charles B. Nestor, “Position Papers”, Agora (invierno de 1979): pp. 10–11.
3 “Divine healing: An Integral Part of the Gospel”, Where We Stand, pp. 53, 51. Cf. Lilian B. Yeomans, M.D., Healing from Heaven (Springfield, Mo.: Gospel Publishing House, 1926; edición revisada de 1973).
1 Harold Lindsell, editor, The Church’s Worldwide Mission (Waco, Tex.: Word Books, 1966), p. 8. Para un estudio sobre la huella dejada por la Asociación Nacional de Evangélicos en los pentecostales, véase Cecil M. Robeck, Jr., “National Association of Evangelicals”, en DPCM, pp. 634–636.
2 General Council Minutes, 1916, p. 10. General Council Minutes, 1961, p. 92. En cuanto a la importancia del cambio de fraseología en la declaración sobre las Escrituras, véase Gerald T. Sheppard, “Scripture in the Pentecostal Tradition” (Primera parte), Agora (primavera de 1978): pp. 4–5; 17–22; (Segunda parte) (verano de 1978): pp. 14–19.
3 Frederick Dale Bruner, A Theology of the Holy Spirit (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, 1970).
1 William W. Menzies, “The Methodology of Pentecostal Theology: An Essay on Hermeneutics”, en Essays on Apostolic Themes, editor, Paul Elbert (Peabody, Mass.: Hendrickson Publishers, 1985), pp. 1–22; Ben Aker, “New Directions in Lucan Theology: Reflections on Luke 3:31–32 and Some Implications”, en Faces of Renewal, editor, Paul Elbert (Peabody, Mass.: Hendrickson Publishers, 1988), pp. 108–127; Donald A. Johns, “Some New Directions in the Hermeneutics of Classical Pentecostalism’s Doctrine of Initial Evidence”, en Initial Evidence, pp. 145–156; William G. MacDonald, Glossolalia in the New Testament (Springfield, Mo.: Gospel Publishing House, alrededor de 1964); Fee, Gospel and Spirit, pp. 83–119. En cuanto al debate actual, véase Roger Stronstad, “The Biblical Precedent for Historical Precedent”, documento presentado a la 22a reunión anual de la Sociedad de Estudios Pentecostales, Springfield, Mo., noviembre de 1922, y la respuesta de Gordon D. Fee en esa misma reunión, “Response to Roger Stronstad”, publicados ambos en Paraclete 27 (verano de 1993): pp. 1–14.
2 John G. Hall, Dispensations, 2a edición (Springfield, Mo.: Inland Printing Co., 1957); D. V. Hurst y T. J. Jones, The Church Begins (Springfield, Mo.: Gospel Publishing House, 1959); Carl Brumback, What Meaneth This? (Springfield, Mo.: Gospel Publishing House, 1947); cf. Gerald T. Sheppard, “Pentecostalism and the Hermeneutics of Dispensationalism: Anatomy of an Uneasy Relationship”, Pneuma 6 (otoño de 1984): pp. 5–33.
1 Dr. C. I. Scofield, Rightly Dividing the Word of Truth (Old Tapan, N. J.: Fleming H. Revell Co., 1896), pp. 5–12; posteriormente, Charles Caldwell Ryrie, Dispensationalism Today (Chicago: Moody Press, 1965). Véase también Vern S. Pythress, Understanding Dispensationalists (Grand Rapids: Zondervan Publishing House, 1987); French L. Arrington, “Hermeneutics, Historical Perspective on Pentecostal and Charismatic”, DPCM, 376–389.
2 Ernest S. Williams, Systematic Theology, volumen 3 (Springfield, Mo.: Gospel Publishing House, 1953), p. 95; también “Thy Kingdom Come”, Pentecostal Evangel, 31 de julio de 1966, p. 8; Stanley M. Horton. The Promise of His Coming (Springfield, Mo.: Gospel Publishing House, 1967), p. 91; para una perspectiva histórica, véase Dwight Wilson, Armageddon Now! The Premillenarian Response to Russia and Israel since 1917 (Grand Rapids: Baker Book House, 1977).
3 Melvin L. Hodges, “Mission-And Church Growth”, en The Church’s Worldwide Mission, ed. Lindsell, pp. 141, 145.
1 Ruth A. Breusch, “The Church and the Kingdom”, Mountain Movers, julio de 1987, p. 9.
1 “Kingdom of God”, por Peter Kuzmi. Tomado del libro The Dictionary of Pentecostal and Charismatic Movements, editado por Stanley M. Burgess, Gary B. McGee y Patrick Alexander. Derechos de autor © 1988 por Stanley M. Burgess, Gary B. McGee y Patrick Alexander. Texto usado con el permiso de Zondervan Publishing House.
2 Peter Kuzmi, “History and Eschatology: Evangelical Views”, en In Word and Deed, editor Bruce J. Nicholls (Exeter, UK: Paternoster Press, 1985), pp. 135–164; Murray W. Dempster, “Evangelism, Social Concern, and the Kingdom of God”, en Called and Empowered: Global Mission in Pentecostal Perspective, editores, Murray Dempster, Byron D. Klaus y Douglas Peterson (Peabody, Mass.: Hendrickson Publishers, 1991), pp. 22–43. Para un valioso estudio de las respuestas de las Asambleas de Dios a los temas sociales clave, véase Howard N. Kenyon, “An Analysis of Ethical Issues in the History of the Assemblies of God” (Disertación doctoral, Universidad de Baylor, 1988).
3 Véase Where We Stand, pp. 185–194; William A. Griffin, “Kingdom Now: New Hope or New Heresy?”, trabajo presentado en la 17a reunión anual de la Sociedad de Estudios Pentecostales, Virginia Beach, Virginia, 14 de noviembre de 1987; Gordon Anderson, “Kingdom Now Theology: A Look at Its Roots and Branches”, Paraclete (verano de 1990): pp. 1–12, y “Kingdom Now Doctrines Which Differ from Assemblies of God Teaching”, Paraclete 24 (verano de 1990): pp. 19–24.
Horton, S. M. (Ed.). (1996). Teología sistemática: Una perspectiva pentecostal (pp. 27–35). Miami, FL: Editorial Vida.

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