El último problema que el texto de los Hch 1–2 nos presenta es la relación entre Pentecostés y misión. Esto nos lleva una vez más a la dificultad de distinguir las manifestaciones de la resurrección de la efusión del Espíritu. Por un lado, la manifestación del Señor resucitado en sí misma constituyó la vocación de Pablo a la misión, como ya vimos (§ 20). Así también en Mt 28 el «gran envío» está situado dentro de la manifestación a los «doce» (once); y ya hemos advertido que algún tipo de misión parece haber formado parte integrante de las manifestaciones más primitivas de la resurrección (§ 22, 2). Por otro lado, de acuerdo con el relato de Lucas, Pentecostés proporcionó un impulso indispensable a la misión, y el envío de las manifestaciones de la resurrección permaneció latente hasta que fue animado y vigorizado por la efusión del Espíritu (Lc 24:47 ss.; Hch 1:8). De la misma manera, en la parte restante de los Hechos, el don del Espíritu es el que determina y regula la expansión de la misión de la Iglesia (cf. especialmente 8:14 ss.; 10:44, ss.; también 6:10; 8:39; 10:19 s.; 13:1 ss.; 15:28; 16:6 s.; 19:1–7). Y es evidente que uno de los propósitos de Lucas en los Hechos es demostrar que el don del Espíritu es el factor crucial en la conversión e iniciación88. ¿Es lícito concluir que la relación entre Pentecostés y misión es otro elemento de la teología de Lucas? Tres factores indican, tal vez, el camino hacia una respuesta:
a) Reconocer que las manifestaciones de la resurrección de 1 Co 15:5–7 se prolongaron durante un período largo, ciertamente, aclara de algún modo el problema. El único miembro de la lista que exige una asociación entre manifestación y misión es la manifestación a «todos los apóstoles». Y, como ya hemos visto, esta manifestación (o manifestaciones) probablemente tuvo lugar después de Pentecostés, y mucho más cerca cronológicamente de la conversión de Pablo, y cuando la comunidad de Jerusalén, al menos entre los helenistas, comenzó a salir en misión (cf. pp. 233 ss., 235 ss.). La implicación, confirmada por los mismos Hechos, es que el concepto de una misión a los gentiles no se afirmó en la Iglesia primitiva durante algún tiempo (¡y entonces no en todos ellos!, cf. p. 238 s.). El cuadro que comienza a manifestarse es el de un sentido creciente de misión, en el que las manifestaciones de la resurrección y Pentecostés fueron fundamentales, aunque no la parte decisiva. Ciertamente, la asociación en Mateo del «gran envío» con la manifestación a los once debe ser considerada como una síntesis de una serie de acontecimientos manifestativos que alcanzaron diversos años89.
b) Las manifestaciones de la resurrección constituyen una parte integral de la proclamación misionera y evangelística, mientras que la efusión del Espíritu no parece haber sido anunciada de la misma forma. Esto es cierto tanto en Lucas como en Pablo (Hch 2:32; 4:2, 33; 10:40 ss.; 13:30 ss.; 17:18; 1 Co 15:3–8, 11; cf. Rm 1:3–4; 2 Tm 2:8). Lo que se anunció no fue Pentecostés, sino a Cristo resucitado. Esto confirma que para la Iglesia primitiva, en general, la obligación de la misión se implantó gracias a las manifestaciones de Jesús resucitado.
c) Al mismo tiempo, debemos advertir también que el mismo evangelismo era considerado como un don del Espíritu; sin la inspiración y el fortalecimiento del Espíritu las palabras de la misión no habrían impactado a los oyentes. Sobre este punto piensan también lo mismo Lucas y Pablo (Hch 4:8, 31; 6:10; 16:6; 18:25; 1 Co 2:4 s.; 1 Ts 1:5; Ef 4:11)90. En consecuencia, podemos afirmar que Pentecostés fue reconocido ampliamente como el presupuesto de la misión, no menos que las manifestaciones de la resurrección.
Considerando todos estos factores del relato, en relación con nuestra reflexión primera, parece mucho más claro que tanto las manifestaciones de la resurrección (el proceso completo) como Pentecostés (con las experiencias extáticas ulteriores) jugaron un papel fundamental en el establecimiento y desarrollo del sentido de misión en la Iglesia naciente. La conciencia inicial de obligación de «dar a conocer la visión» en las manifestaciones galileas se pudo cumplir, por el momento, al menos, al decírselo a los discípulos restantes (¿120?). Entonces, se debería aceptar, si nuestra reconstrucción de los acontecimientos es correcta, la excitación escatológica que condujo a todo el grupo a volver a Jerusalén para esperar el retorno de Jesús como Cristo e Hijo del hombre (cf. § 29). Con la anticipación escatológica realizada, en parte al menos, por el don del Espíritu, el impulso a decirlo a los demás volvió a surgir probablemente con nuevo vigor. La historia de las religiones revela muchos ejemplos de avivamientos espirituales donde la alta excitación espiritual crea un entusiasmo y valentía colectivas que se vuelven contagiosas y atractivas para el pretendiente devoto91. No debemos dudar, entonces, que Pentecostés concedió un nuevo sentido de comunidad (el Israel escatológico), estableció su fe en una certidumbre más plena y estimuló su sentido de misión, de tal modo que ellos no pudieron guardar su buena noticia para sí mismos. La certeza de la inspiración divina ha sido siempre el factor más potente en la valentía de la proclamación profética (cf. p. 337 s.). Así sucedió en la reaparición del Espíritu profético en Pentecostés.
Podemos añadir brevemente que tampoco existe razón alguna para dudar de que Lucas es esencialmente correcto cuando hace constar que fue la manifestación del Espíritu en ciertos momentos críticos lo que confirmó la ampliación de la misión, dada la inseguridad de los responsables. En particular, es difícil creer que Lucas es responsable de la construcción total del episodio de 8:14 ss. y 10:44 ss. En el primer incidente, la separación llamativa entre el don del Espíritu, la fe y el bautismo (8:12 s.) es un paso que difícilmente hubiera sido dado sin un precedente histórico92. Una reconstrucción más coherente de los orígenes del relato es que se dieron ciertamente manifestaciones extáticas que confirmaron a Pedro y a Juan que el Espíritu había sido concedido a los samaritanos y, en consecuencia, que Dios les había acogido. Del mismo modo, en el caso de la conversión de Cornelio en Hechos 10, el momento decisivo en el episodio es nuevamente el don del Espíritu, esta vez anterior al bautismo, como señal de la aceptación de Dios que exige la señal de la aceptación de la comunidad. Es evidente que Lucas, con la posibilidad de la mirada retrospectiva, presenta un significado en la historia de la conversión que probablemente no se reconoció en el momento. Sin embargo, parece imposible negar la historicidad del núcleo del relato. Si Lucas, escribiendo en una época de desarrollo eclesial de la propia conciencia, fue tan libre con su material como para crear de la nada un suceso donde el Espíritu precedió al bautismo, entonces debe dudarse mucho si este relato hubiera sido aceptado por sus compañeros, miembros de la Iglesia93. Pero si la tradición original manifestó al Espíritu viniendo sobre los gentiles incircuncisos con el resultado de haber sido recibidos en la comunidad cristiana local, entonces Lucas se justifica viendo aquí una vez más y de una forma decisiva la iniciativa del Espíritu en la ampliación misionera del cristianismo primitivo94.
En resumen, aparece ahora la solución del problema planteado al principio de esta sección. Las manifestaciones de la resurrección fueron para algunos, aunque no para todos, una realidad que desarrolló la convicción que, vigorizada por algunas experiencias carismáticas y extáticas, se convirtió en una motivación llena de poder evangelizador. De las manifestaciones de la resurrección nació el sentido de la misión obligatoria; pero solo las experiencias de Pentecostés trajeron el impulso interior para la misión y la confirmación de su mayor ampliación.
27.2. Conclusión. Si se puede decir que una experiencia puso en marcha al cristianismo, esa experiencia fue la de un grupo ampliado de discípulos de Jesús en el día de Pentecostés, después de la muerte de Jesús. Cuando se reunieron en Jerusalén, probablemente para esperar la consumación ya iniciada con la resurrección de Jesús, ellos la percibieron en una experiencia colectiva de adoración extática que se manifestó particularmente en visión y glosolalia. Ellos reconocieron esta experiencia como impacto del Espíritu de Dios, y en ella vieron la mano de Jesús resucitado, atrayéndolos, juntándolos en una comunidad vivificada, a la que se concedió tanto el impulso como la urgencia para dar testimonio de él.
Este análisis nos deja con algunas cuestiones claves sin resolver, referentes a la comprensión de los primeros cristianos de su experiencia; en particular, de cómo ellos relacionaron a Jesús resucitado con el Espíritu, como fuente (¿o fuentes?) de su experiencia. Tendremos que recordar esta cuestión, mientras consideramos los comienzos entusiásticos de la comunidad de Jerusalén, después de Pentecostés. Como veremos, Lucas es solo una ayuda marginal. Y para una respuesta teológica adecuada debemos tratar antes más profundamente a Pablo y a Juan (capítulos IX y X).
88 J. D. G. Dunn, Baptism, 91 ss.
89 Cf. A. H. McNeile, The Gospel according to St Matthew, Macmillan 1915, 435; G. Bornkamm, Mt 28, 16–20, pp. 203–29; U. Luck, Herrenwort und Geschichte in Mt 28, 16–20, EvTh 27 (1967), 494–508; Schweizer, Matthäus, 347. Véase también R. H. Boer, Pentecost and Missions, Lutterworth 1961, cap. 2.
90 Véase después 277 s. y párr. 41, 1.
91 Otra vez es el pentecostalismo moderno el que nos ofrece uno de los paralelismos más profundos. Por ejemplo, C. Brumback, Suddenly… from Heaven, Springfield 1961, 64, un historiador pentecostal de los sucesos de Los Ángeles en 1906, escribe: «El bautismo en el Espíritu Santo convertía a cada uno de ellos en predicador, en testigo de su propia experiencia maravillosa, en trasmisor del mensaje».
92 Cf. J. D. G. Dunn, Baptism, 60 ss.
93 Cf. M. Dibelius, Studies, 109–22; F. Hahn, Mission, 52; contra E. Haenchen, Acts, 335–63.
94 Cf. L. Goppelt, Apostolic Times, 70.
Dunn, J. D. G. (2014). Jesús y el Espíritu: La experiencia carismática de Jesús y sus Apóstoles (pp. 241–245). Barcelona, España: Editorial CLIE.

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