1. Dios se revela a través de la creación. Por medio de la naturaleza, Dios se da a conocer a toda la humanidad en todos los lugares y en todas las épocas. El apóstol Pablo señala: «Lo invisible de él, su eterno poder y deidad, se hace claramente visible desde la creación del mundo y se puede discernir por medio de las cosas hechas» (Ro. 1:20; ver también Job 36:22–25; 38:1–39). El salmista es más explícito: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos … No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz» (Sal. 19:1, 3, 4).
Al reflexionar sobre el orden, designio y belleza que se ven en el universo, es lógico creer que hay una mente infinitamente sabia y un poder sobrenatural tras todo ello. Como un reloj implica que haya un relojero, así la creación insinúa un creador. La naturaleza también manifiesta la providencia de Dios. Predicando a los paganos de Listra, el apóstol Pablo se aprovecha de la revelación general que tienen sus oyentes para presentar el evangelio. Afirma que Dios «no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones» (Hch. 14:27).
De la misma manera el apóstol apela a los filósofos atenienses, empleando su conocimiento de Dios mediante su revelación en la naturaleza como punto de contacto (Hch. 17:24–28):
24 El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas 25 ni es honrado por manos de hombres, como si necesitara de algo, pues él es quien da a todos vida, aliento y todas las cosas. 26 De una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos y los límites de su habitación, 27 para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarlo, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros, 28 porque en él vivimos, nos movemos y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: «Porque linaje suyo somos».
En este pasaje, B. A. Demarest nota seis verdades acerca de Dios que se manifiestan a través de la revelación general, a) Dios es creador y soberano del universo: Hch. 17:24; b) es todo suficiente: v. 25a; c) es fuente de vida y bien: v. 25b; d) es un ser inteligente, o sea aquel que formula planes: v. 26; e) es inmanente en el mundo: v. 27 y f) es la fuente y el fundamento de la existencia humana: v. 28.
2. Dios se revela a través de la constitución del hombre. La naturaleza humana también señala que hay un ser supremo e indica algunas de sus características. Puesto que Dios creó al hombre a su imagen, éste es el más noble de sus criaturas y parte de la revelación divina.
La constitución humana señala que Dios es una persona, es decir, que tiene atributos de personalidad tales como inteligencia, emociones, la capacidad de elegir y comunicarse con otros. Si no fuera así, el creador sería menos que la criatura. En Romanos 2:14–16, el apóstol Pablo menciona la «ley escrita» en el corazón del hombre (la moralidad natural y la conciencia) la cual indica que su creador es un ser moral, un legislador cósmico. Por último, el hombre posee instinto religioso, o sea, es un ser propenso a creer en lo sobrenatural. ¿Dónde recibió esta inclinación? De su creador. Esto parece apuntar a la existencia de Dios.
3. Dios se revela a través de la historia. Algunos pensadores ven la mano de Dios en los eventos de la historia. Si Dios es activo para llevar a cabo sus propósitos en el mundo, es probable que sea discernible su intervención en sucesos claves en la historia secular. Por ejemplo, en ciertos eventos de la Segunda Guerra Mundial, parece que Dios obró en la decisión de Hitler de invadir a Rusia, en la evacuación de Dunkerque y la batalla de Midway, pues todos fueron vitales para la derrota de Alemania y Japón. Además, se ve la providencia divina en la preservación del pueblo judío, una raza conquistada, esparcida y perseguida a través de los siglos.
Hoff, P. (2005). Teología evangélica: Tomo 1/Tomo 2 (pp. 34–36). Miami, FL: Editorial Vida.

Deja una respuesta