EL DÍA DEL SEÑOR EN LOS PROFETAS MAYORES: DESARROLLO TEOLÓGICO Y SU CONEXIÓN CANÓNICA EN EL NUEVO TESTAMENTO

Introducción

El día del Señor (el día de Yahvé) es uno de los temas más fuertes y repetidos en los libros proféticos del Antiguo Testamento. Se trata de un tiempo en el que Dios actúa con poder y justicia, trayendo juicio sobre los impíos y esperanza para su pueblo. A veces se presenta como un día cercano y temible; otras veces, como un momento futuro de restauración y gloria. Este día no es simplemente una fecha en el calendario, sino una intervención divina que transforma la historia y revela quién es verdaderamente el Señor.

En esta monografía estudiaremos cómo se desarrolla esta idea en los llamados Profetas Mayores: Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel y Daniel. Estos cinco libros, aunque diferentes en estilo y contexto, tienen algo en común: todos hablan de la fidelidad de Dios en medio del juicio, y apuntan hacia una esperanza mayor. El propósito de este trabajo es mostrar cómo cada uno de estos profetas trata el tema del Día del Señor, y cómo sus palabras preparan el camino para lo que más adelante el Nuevo Testamento revelará en relación con Cristo, su venida y el cumplimiento final de todas las promesas de Dios.

A lo largo del estudio se evidenciará que el Día del Señor no se limita a eventos de juicio del pasado, como la caída de Jerusalén o el exilio babilónico, sino que también proyecta una dimensión futura de gloria, en la que se anticipa la restauración de Israel, la derrota definitiva del mal y el establecimiento del reino eterno del Mesías. Esta conexión teológica entre el pasado y el futuro, entre juicio y esperanza, revela la importancia central de este tema para una comprensión integral del mensaje bíblico.

Posturas teológicas sobre el día del Señor en los Profetas Mayores

El concepto del día del Señor, tal como aparece en los Profetas Mayores, ha sido interpretado de diversas maneras dentro del marco teológico del Antiguo Testamento. Estas interpretaciones varían según el énfasis que se otorgue a los elementos de juicio, restauración, cumplimiento histórico o proyección escatológica. En este escrito se examinan las posturas más representativas en torno a este tema, fundamentadas en los textos de Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel y Daniel.

En primer lugar, una línea interpretativa considera que los anuncios del día del Señor en los Profetas Mayores tuvieron un cumplimiento histórico-inmediato, principalmente en eventos como la caída de Jerusalén en 586 a.C. Este enfoque se apoya en pasajes como Jeremías 4:5-9 y Lamentaciones 1–2, donde el juicio divino ya no es una amenaza futura, sino una calamidad consumada. En Lamentaciones, especialmente, el día del Señor se asocia con la devastación de la ciudad santa, vista como castigo justo por los pecados del pueblo. Esta interpretación histórica recalca la fidelidad de Dios a su pacto, mostrando que Él no tolera el pecado ni siquiera entre su pueblo escogido. Sin embargo, algunos teólogos advierten que limitar el día del Señor a estos eventos pasados podría reducir su dimensión profética y su aplicación futura, como se insinúa en libros como Isaías y Ezequiel.[1]

En contraste, otra postura resalta el carácter escatológico y futuro del día del Señor. Esta se basa en pasajes como Isaías 13:6-13 y Ezequiel 38–39, los cuales presentan un juicio cósmico de proporciones que trascienden el contexto histórico inmediato. En Isaías 13, el día del Señor es descrito como una catástrofe universal que conmueve los cielos y la tierra, lenguaje que ha sido interpretado como anticipación de un juicio final. Asimismo, Ezequiel 38–39 narra la confrontación entre Dios y Gog de Magog, episodio que muchos consideran apocalíptico. Esta perspectiva enfatiza la soberanía de Dios sobre las naciones y su propósito redentor que aún está por completarse. A su favor, se destaca que esta lectura conecta orgánicamente con la esperanza del reino mesiánico y con textos del Nuevo Testamento que retoman el lenguaje de juicio y restauración. No obstante, se le critica por proyectar demasiado al futuro lo que pudo haber tenido una relevancia directa para los oyentes originales de los profetas.[2]

Un enfoque intermedio propone que el día del Señor tiene un doble cumplimiento: uno parcial, histórico, y otro escatológico. Este modelo permite entender textos como Jeremías 30:7 (“tiempo de angustia para Jacob”) o Daniel 9:24-27 (las setenta semanas) como referentes a crisis históricas reales, pero también como sombras de una consumación futura más plena. De esta forma, se reconoce que los profetas hablaban para su tiempo, pero bajo inspiración divina trazaban líneas que encontrarían cumplimiento final en el día glorioso del Mesías.[3] Este modelo es coherente con la progresión canónica del tema, que parte del juicio nacional para desembocar en la esperanza universal. A favor de esta visión está su equilibrio exegético; en contra, su complejidad hermenéutica, que puede hacer difícil distinguir qué elementos ya se cumplieron y cuáles quedan pendientes.

Finalmente, hay quienes entienden el día del Señor en los Profetas Mayores como una categoría teológica más que cronológica. En este enfoque, dicho día representa cualquier momento decisivo en que Dios se manifiesta con poder para juzgar el mal y vindicar su justicia. Así, Isaías 2:12-21, con su denuncia contra la arrogancia humana, o Ezequiel 37, con la visión de la restauración de los huesos secos, no se leen como predicciones estrictamente futuras o pasadas, sino como patrones del actuar divino a lo largo de la historia. Este punto de vista subraya la vigencia permanente del mensaje profético y su aplicabilidad en distintos contextos. Su mayor fortaleza es la flexibilidad teológica; su debilidad, la posible pérdida del sentido profético concreto.

En suma, el día del Señor en los Profetas Mayores puede ser entendido como una categoría rica y polifacética que integra juicio, restauración, historia y escatología. Las diversas posturas aquí expuestas no se excluyen necesariamente, sino que en muchos casos se complementan y enriquecen mutuamente. A través de ellas, se hace evidente que este día representa no solo una fecha en el calendario profético, sino una verdad fundamental del carácter justo, santo y redentor de Dios. Por ello, se hace necesario un estudio amplio, sistemático y canónicamente trazado de esta categoría. Solo así puede apreciarse en toda su dimensión el hilo conductor que une su uso en los Profetas Mayores con su ampliación y cumplimiento en el Nuevo Testamento.[4]

Isaías: El día de Yahvé como juicio cósmico y esperanza mesiánica

El Día del Señor en el libro de Isaías se presenta como un tema profundamente teológico que abarca tanto el juicio inminente como la restauración escatológica. Inicialmente, se manifiesta en forma de juicio contra Judá y Jerusalén, particularmente en Isaías 2:10-22, donde se describe el abatimiento de los altivos y la humillación de toda altivez humana ante la majestad de Yahvé. Posteriormente, el texto adquiere un carácter más amplio y apocalíptico, como se observa en Isaías 13:6-13, donde se anuncia el juicio contra Babilonia. Este pasaje, aunque dirigido a una potencia histórica específica, emplea un lenguaje cósmico (conmoción de los cielos, temblor de la tierra, oscurecimiento de los astros) que trasciende su contexto inmediato, lo que ha llevado a diversos intérpretes a sugerir un doble cumplimiento: uno histórico y otro escatológico.[5] En otras secciones, como Isaías 34:1-8, se anuncia el juicio contra Edom bajo la expresión “día de venganza de Yahvé”, mostrando que este día también implica retribución divina contra las naciones enemigas de Israel.

No obstante, el Día del Señor en Isaías no se limita únicamente a manifestaciones de juicio. El profeta también lo proyecta hacia una restauración gloriosa, en la cual el remanente de Israel y las naciones experimentarán la intervención redentora de Dios. Pasajes como Isaías 4:2-6; 11:1-10; 24–27; 35:1-10 y 60–66, aunque no siempre utilizan explícitamente la expresión “día de Yahvé”, están temáticamente ligados a este concepto como su dimensión restaurativa. Estos textos anuncian la venida del “Renuevo de Yahvé”, la paz escatológica bajo el gobierno del Mesías, la derrota de la muerte, el retorno de los redimidos a Sion y la renovación de cielos y tierra. Se trata de una visión ampliada del Día del Señor que no solo señala la intervención de Dios en juicio, sino también su acción soberana para restaurar todas las cosas.

Además, estas escenas a menudo se articulan mediante teofanías, llamados al arrepentimiento, oráculos de salvación y referencias a quebrantamientos de pacto (cf. Is 28:15-18).[6] La estructura literaria y temática del libro sugiere que Isaías no concibe el Día del Señor como un solo evento puntual, sino como un complejo de actos divinos que abarcan desde el juicio histórico hasta la consumación escatológica del reino. Así, en Isaías, el Día del Señor funciona como una categoría integradora que revela tanto el carácter justo como el propósito redentor de Dios a lo largo de la historia de la salvación.

Jeremías: El día de Yahvé y el castigo de Jerusalén

En Jeremías, el Día del Señor se asocia estrechamente con el juicio inminente sobre Judá y Jerusalén. Aunque la expresión no es tan frecuente como en otros profetas, la idea está presente en textos como Jeremías 4:5-9 y 46:10, donde se describe un día de desastre enviado por Dios, caracterizado por invasión, terror y devastación. Este juicio es visto como el cumplimiento del pacto mosaico y una respuesta a la apostasía persistente del pueblo.

El profeta denuncia la falsa seguridad promovida por líderes religiosos, quienes proclamaban paz mientras se acercaba la destrucción (Jer 6:14). A pesar de ello, Jeremías también anuncia esperanza. En Jeremías 30:7, se menciona un “tiempo de angustia para Jacob”, seguido por una promesa de liberación, anticipando así una restauración futura.[7]

Los capítulos 30–33 ofrecen una visión renovadora del Día del Señor, destacando el regreso del exilio, la sanidad de Israel y el establecimiento de un nuevo pacto (Jer 31:31-34). En este sentido, Jeremías no solo presenta el juicio como evento histórico, sino que proyecta una dimensión escatológica de redención. Así, el Día del Señor en Jeremías combina juicio por el pecado con esperanza futura, mostrando a Yahvé como un Dios justo pero también restaurador.

Lamentaciones: El día de Yahvé como lamento nacional

Aunque Lamentaciones no usa explícitamente la expresión “Día de Yahvé”, el libro refleja profundamente su realización. Compuesto tras la caída de Jerusalén en 586 a.C., retrata el juicio divino como una experiencia vivida y dolorosa. Lamentaciones 1–2 presenta a Dios como el autor del castigo, actuando “sin piedad” en el “día de su ira” (Lam 2:1-3, 22).[8] La ciudad es humillada, destruida y despojada de toda esperanza.

Sin embargo, en medio del lamento surge una afirmación teológica crucial: “Por la misericordia del SEÑOR no hemos sido consumidos” (Lam 3:22). Así, el juicio no es el final, sino parte de un proceso donde la fidelidad de Dios abre camino a la restauración. Lamentaciones transforma el Día del Señor en un grito de dolor nacional que, aun en el quebranto, sostiene una esperanza viva en el carácter misericordioso de Yahvé.

Ezequiel: La manifestación de la gloria de Dios en el día de Yahvé

En el libro de Ezequiel, el Día del Señor se configura como una realidad que combina juicio inminente, manifestación divina y esperanza futura. A diferencia de otros profetas, Ezequiel enmarca este día dentro de un contexto altamente visual y simbólico, donde la gloria de Yahvé ocupa un lugar central en el mensaje teológico del juicio y la restauración. Los capítulos 7 y 30 contienen anuncios explícitos del “día de Yahvé” como jornada de ruina: “Viene el día… cercano está el día del alboroto, y no de alegría” (Ez 7:7). Este día afecta tanto a Judá como a las naciones enemigas (Egipto, en Ez 30:2-3), destacando así la dimensión universal del juicio divino. La expresión de “día nublado” y “tiempo de castigo” proyecta una imagen de caos total, donde Dios actúa con severidad para vindicar su santidad.

El juicio alcanza su punto culminante cuando la gloria de Dios abandona el templo (Ez 10–11), simbolizando el rechazo divino a la corrupción de Jerusalén. Sin embargo, esta retirada no es definitiva. En los capítulos 38–39, Ezequiel profetiza una confrontación escatológica contra Gog de Magog, donde Yahvé se glorifica destruyendo a los enemigos de su pueblo.[9] Este conflicto representa el clímax del juicio divino, pero también prepara el terreno para la restauración. La restauración toma forma plena en los capítulos 40–48, donde el profeta contempla una nueva estructura del templo y el regreso triunfal de la gloria de Yahvé (Ez 43:1-5). Este retorno no solo implica la reconstrucción física, sino el restablecimiento de la comunión espiritual entre Dios e Israel. El nombre final de la ciudad, “Allí estará el SEÑOR” (Yahvé-Shammah, Ez 48:35), resume la esencia del Día del Señor en Ezequiel: Dios no solo juzga, sino que habita con su pueblo redimido.

Daniel: El día del juicio y el reino eterno del Hijo del Hombre

En el libro de Daniel, el Día del Señor no aparece con esa fórmula exacta, pero su escatología del juicio, tribulación y del reino mesiánico encaja plenamente con el concepto. A través de visiones apocalípticas, Daniel describe un futuro en el que Dios interviene soberanamente para destruir los reinos impíos, juzgar a los opresores y establecer un dominio eterno en manos del “Hijo del Hombre”. Uno de los pasajes más reveladores es Daniel 7, donde el profeta contempla el juicio celestial sobre las bestias, símbolos de los imperios mundanos. El trono del “Anciano de días” es una escena de juicio majestuoso (Dn 7:9-10), y su veredicto pone fin al dominio humano corrupto. En contraste, se le entrega el reino eterno al “Hijo del Hombre” (Dn 7:13-14), una figura mesiánica de origen celestial que recibe autoridad, gloria y dominio universal.

Este juicio inaugura una nueva era en la que los santos del Altísimo participarán del gobierno eterno (Dn 7:27), lo que corresponde teológicamente con el Día del Señor como día de vindicación y restauración final. Otra sección clave es Daniel 12, donde se menciona un “tiempo de angustia como nunca lo hubo” (Dn 12:1), similar al lenguaje de Jeremías 30:4-7.[10] Este periodo es seguido por la resurrección de los muertos, el juicio y la recompensa eterna (Dn 12:2-3). Tal escatología culminante refleja la consumación del propósito divino, donde el juicio no solo cae sobre las naciones, sino que también determina el destino eterno de los individuos. Aquí, el Día del Señor se proyecta no solo como evento nacional o cósmico, sino como juicio final y entrada en la eternidad.

El libro de Daniel, entonces, aporta una dimensión celestial y trascendente al Día del Señor. No se limita al juicio histórico, sino que anticipa la consumación del reino de Dios mediante la exaltación del Mesías y la victoria final sobre el mal. Así, Daniel prepara teológicamente el camino para el desarrollo posterior del tema en el Nuevo Testamento, donde el “Hijo del Hombre” es claramente identificado con Jesucristo y su retorno glorioso.

El día del Señor en el Nuevo Testamento: cumplimiento y consumación

El Nuevo Testamento retoma el tema del Día del Señor en continuidad con las profecías del Antiguo Testamento, presentándolo como un evento plenamente futuro que se manifestará con poder y gloria en la segunda venida de Cristo. Lejos de afirmar que dicho día se haya inaugurado con la primera venida, los autores del Nuevo Testamento lo anticipan como un acontecimiento aún venidero, cuya certeza fue confirmada por la obra redentora de Jesús. Esta perspectiva queda sugerida ya en los Evangelios, particularmente en Lucas 4:16-21, cuando Jesús lee el rollo de Isaías 61 en la sinagoga de Nazaret. Al proclamar que se ha cumplido en él el “año agradable del Señor”, interrumpe la lectura antes de mencionar “el día de la venganza de nuestro Dios” (Is 61:2), lo cual indica que ese “día” no había llegado aún. Su omisión no es incidental: señala que, si bien la gracia ha irrumpido en su primera venida, el juicio asociado al Día del Señor se reserva para su manifestación gloriosa en el futuro. Esta perspectiva es confirmada por el propio Jesús en su discurso escatológico en el Monte de los Olivos (Mt 24–25; Mr 13; Lc 21), donde habló de una “gran tribulación” (Mt 24:21) venidera, y subrayó el carácter repentino y visible del “día” de su venida (Lc 17:24, 30; 21:34-36).

En la teología paulina, este día es descrito como repentino y decisivo. En 1 Tesalonicenses 5:2-3, Pablo afirma que “el día del Señor vendrá como ladrón en la noche”, sorprendiendo a los incrédulos con destrucción, mientras que los creyentes son llamados a vivir en vigilancia, sobriedad y esperanza (1 Tes 5:4-9). Aquí se mantiene la tensión escatológica: juicio para los impíos, salvación para los que pertenecen a Cristo. Además, en Filipenses 1:6, 10 y 1 Corintios 1:8, Pablo relaciona el “Día de Cristo” con la consumación de la salvación del creyente. No se trata de una realidad presente, sino de una promesa futura en la que los redimidos serán hallados irreprensibles cuando el Señor regrese. Es el día de la evaluación final y de la glorificación de los santos. Una confirmación explícita de que ese día aún no había comenzado aparece en 2 Tesalonicenses 2:1-3, donde Pablo advierte que “el día del Señor no vendrá sin que antes venga la apostasía y se manifieste el hombre de pecado”; es decir, estos son eventos que forman parte del mismo Día del Señor y, por tanto, confirman que aún no ha comenzado.[11]

El apóstol Pedro también contribuye a esta visión en 2 Pedro 3:10, al declarar que “el día del Señor vendrá como ladrón”, trayendo consigo la disolución de los cielos y de la tierra con estruendo. Esta descripción no solo se asemeja a los juicios escatológicos anunciados por los profetas del Antiguo Testamento, sino que intensifica su alcance, al presentarlo como un evento de transformación cósmica que afecta no solo a las naciones, sino a la creación misma. Ante tal expectativa, Pedro exhorta a los creyentes a vivir en santidad, piedad y esperanza activa (2 Pe 3:11-13), mientras aguardan los “nuevos cielos y nueva tierra en los que mora la justicia”. El Día del Señor, en este sentido, implica no solo juicio divino, sino también renovación y restauración total del orden creado.

Finalmente, el libro de Apocalipsis culmina el desarrollo del tema. Aunque el término “Día del Señor” no aparece de manera técnica, su contenido domina toda la narrativa: la ira de Dios se derrama sobre las naciones, los enemigos son vencidos, y el reino eterno es establecido. Un texto clave es Apocalipsis 3:10, donde Cristo promete a la iglesia fiel de Filadelfia: “yo te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero”.[12] Esta declaración parece aludir a Isaías 26:20, donde Dios invita a su pueblo a entrar en sus aposentos y esperar “hasta que pase la indignación”.[13] Ambos textos subrayan que el juicio escatológico vendrá sobre el mundo, pero Dios protegerá a los suyos durante ese tiempo.

Conclusión

El Día del Señor constituye una categoría teológica clave en la revelación bíblica, con implicaciones que trascienden lo meramente escatológico. Desde los Profetas Mayores hasta el Apocalipsis, se presenta como una intervención divina decisiva, que incluye juicio, restauración y la instauración del reino mesiánico. Aunque ha tenido anticipaciones históricas, su consumación final permanece aún futura, centrada en la segunda venida de Cristo.

Los Profetas Mayores —Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel— articularon este día como una realidad dual: juicio inminente contra el pecado y esperanza futura mediante la renovación del pacto. En el Nuevo Testamento, Jesús evita deliberadamente mencionar “el día de la venganza” en Lucas 4, reservándolo para su regreso. Pablo y Pedro recalcan su carácter sorpresivo, llamando a una vida de santidad y vigilancia. El Apocalipsis desarrolla de forma progresiva el despliegue del Día del Señor, culminando en la victoria del Cordero y la restauración de todas las cosas.

Desde una perspectiva práctica, esta doctrina no debe limitarse a la especulación profética, sino que ha de generar un estilo de vida marcado por la sobriedad, la fidelidad y la esperanza. El creyente vive entre el “ya” de las primicias del reino y el “todavía no” de su plenitud. Por tanto, el Día del Señor no solo anuncia el fin del mal, sino que también llama a vivir con urgencia misionera, santidad personal y confianza activa en las promesas de Dios.


[1] Craig A. Blaising, “The Day of the Lord: Theme and Pattern in Biblical Theology,” Bibliotheca Sacra 169, no. 673–676 (2012): 13.

[2] Broadman & Holman, “Día del Señor, día de Jehová”, en Diccionario bíblico ilustrado Holman,revisado y aumentado (B&H Español, 2014), 441–442.

[3] Carl Gibbs, Quentin McGhee, y Willard Teague, Introducción a la hermenéutica: Cómo interpretar la Biblia, ed. Maximiliano Gallardo, trad. José Silva Delgado, Primera edición. (Springfield, MO: Global University, 2007), 242.

[4] Para una perspectiva canónica del Día del Señor, véase Dana M. Harris, “Day of the Lord,” en Dictionary of the New Testament Use of the Old Testament, ed. G. K. Beale et al. (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2023), 161–165; y Paul R. House, “The Day of the Lord,” en Central Themes in Biblical Theology: Mapping Unity in Diversity, ed. Scott J. Hafemann y Paul R. House (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2007), 179–224.

[5] Para una definición breve del término “profecía de doble cumplimiento”, véase Carl Gibbs, Principios de interpretación bíblica: Libro de texto de estudio independiente, ed. Guido Féliz, trad. Álvaro Acosta y Olivia Acosta, 3.ª ed. (Springfield, MO: Global University, 2005), 203.

[6] Esta interpretación se basa en el análisis de John N. Oswalt, quien sugiere que la “alianza con la muerte” en Isaías 28:15 puede referirse tanto a un pacto político con Egipto como a una expresión irónica de Isaías para denunciar la falsa seguridad de los líderes de Judá. En contraste con su confianza en acuerdos humanos o deidades paganas, Dios establece en Sion una piedra firme como fundamento verdadero. Aunque existen diversas interpretaciones sobre el significado de esta “piedra” (ley, templo, Mesías, remanente, promesa divina, etc.), el Nuevo Testamento la identifica con Cristo como la encarnación de la fidelidad de Dios. Oswalt concluye que los cimientos construidos sobre mentira y soberbia colapsarán, mientras que solo lo edificado sobre justicia y verdad permanecerá en el día del juicio. Véase John N. Oswalt, The Book of Isaiah, Chapters 1–39, The New International Commentary on the Old Testament (Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1986), 516–519.

[7] Como explica Robert B. Chisholm Jr., el juicio venidero en Jeremías 30 sería aterrador, pero no aniquilaría completamente al pueblo del pacto, ya que Dios prometía restauración y gobierno davídico futuro. Robert B. Chisholm Jr., Handbook on the Prophets: Isaiah, Jeremiah, Lamentations, Ezekiel, Daniel, Minor Prophets (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2002), 192.

[8] Según Abner Chou, el sufrimiento de Jerusalén descrito en Lamentaciones 1:12 es único porque proviene directamente de Dios, quien lo inflige en “el día de su ira”, una alusión al Día del Señor. La intensidad del dolor refleja no solo la severidad del castigo, sino también su naturaleza divina y escatológica. Abner Chou, Lamentaciones, ed. H. Wayne House, Comentario Exegético Evangélico (Bellingham, WA: Editorial Tesoro Bíblico, 2021), Lm 1:12.

[9] Para una comprensión exhaustiva sobre el tema de Gog y Magog, véase Daniel I. Block, Beyond the River Chebar: Studies in Kingship and Eschatology in the Book of Ezekiel (Eugene, OR: Cascade Books, 2013), 95–125.

[10] Stefanos Mihalios explica que la expresión “tiempo de angustia” (עֵת צָרָה) en Daniel 12:1 retoma la teología de Jeremías 30:7, donde el juicio divino, aunque devastador, tiene un propósito redentor. Ambos textos presentan una aflicción sin precedentes que culmina en la liberación del pueblo de Dios. Esta angustia escatológica, según Mihalios, actúa como medio de purificación, en paralelo con Daniel 11:35 y 12:10, y anticipa la vindicación final de los justos. Stefanos Mihalios, The Danielic Eschatological Hour in the Johannine Literature, ed. Mark Goodacre, vol. 436, Library of New Testament Studies (London: Bloomsbury, 2012), 27–30.

[11] Véase Craig A. Blaising, “The Day of the Lord and the Rapture,” Bibliotheca Sacra 169, n.º 676 (2012): 265–270.

[12] Para una presentación del trasfondo veterotestamentario del Día del Señor en Apocalipsis 3:10, véase Buist M. Fanning, Revelation, ed. Clinton E. Arnold, Zondervan Exegetical Commentary on the New Testament (Grand Rapids, MI: Zondervan Academic, 2020), 175–178.

[13] Es posible que Juan tuviera en mente Isaías 26:20 al escribir Apocalipsis 3:10, dado que el contexto inmediato en Apocalipsis 3:8 alude directamente a Isaías 22:22 al mencionar “la llave de David”, una referencia al dominio mesiánico prometido. Además, Isaías 26:20 forma parte de la sección escatológica de Isaías 24–27, que desarrolla el tema del Día de Yahvé como un tiempo de juicio y resguardo para el pueblo fiel. Esta conexión literaria y temática refuerza la interpretación de Apocalipsis 3:10 como una promesa de preservación divina en medio del juicio final.

BIBLIOGRAFÍA

Blaising, Craig A. “The Day of the Lord: Theme and Pattern in Biblical Theology.” Bibliotheca Sacra 169, no. 673–676 (2012): 13.

———. “The Day of the Lord and the Rapture.” Bibliotheca Sacra 169, no. 676 (2012): 265–270.

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